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Ruth: «He estado viviendo con un asesino en potencia»
Los testimonios de Ruth Ortiz, de su madre y de su hermano en el juicio contra José Bretón cortaron ayer el aliento de los presentes en la Audiencia e hicieron brotar lágrimas de los que declaraban, rotos de dolor, y de más de la mitad de los presentes.
Los testimonios de Ruth Ortiz, de su madre y de su hermano en el juicio contra José Bretón cortaron ayer el aliento de los presentes en la Audiencia e hicieron brotar lágrimas de los que declaraban, rotos de dolor, y de más de la mitad de los presentes. Ya lo avisaba el presidente de la sala, Pedro Vela, al inicio del juicio: «Hoy es un día trascendente a nivel humano». Acto seguido, mientras José Bretón, esposado, se sentaba detrás de una mampara, entraba Ruth Ortiz.
La madre de Ruth y José, con la sentencia de divorcio firme, como aseguró Vela, trató de contenerse mientras relataba al jurado detalles de su vida con Bretón hasta el momento en el que la relación se convirtió en «algo horrible». «Al principio no discutíamos. Yo no daba pie. Después comenzó a gritarme. Un día en Las Quemadas me gritó delante de su familia y nadie dijo nada. Nadie le llevaba la contraria». Pero cuando la relación verdaderamente cambió fue «cuando nos fuimos a vivir al Portín, en abril de 2011». Es decir, casi nueve años después de contraer matrimonio. «Él me amenazaba diciendo que se iba a ir a Córdoba porque se llevaba mal con mi familia y no quería que los niños vieran a mi hermana. Un día me la encontré en la calle y no pude saludarla», explicaba entre sollozos. Y es precisamente la mala relación de Bretón con su familia política la que despierta a Ruth del letargo de sumisión. El desencadenante fue que la actual ex mujer del hermano de Ruth echó sal y ajo en dos latas de leche de los pequeños. Cristina, la hermana de Ruth, pensó que había sido Bretón. Esta acusación enfadó tanto al acusado que prohibió que sus hijos estuvieran con Cristina. Aunque el enfado venía de atrás. Bretón se metía con Cristina, con un trastorno de personalidad y una discapacidad física y psíquica del 70 por ciento, según describió Ruth, «diciendo que qué bien se vive así sin trabajar».
No la tenía en gracia. Cristina había estado en la cárcel en Portugal por tráfico de drogas y había osado a decir que su cuñado no trataba bien a su mujer. Ella y su madre accedieron a que los niños no vieran a su tía. «Pensamos que era un castigo momentáneo», precisó Ruth. No iba a ser así. Tiempo después, Bretón dejó a sus hijos a su suegra Obdulia y cuando fue a recogerlos se encontró con Cristina. Era la casa de la madre, ¿cómo iba a echar a su propia hija? El rencor de Bretón se desvió entonces hacia su suegra; «ni me daba las buenas tardes», afirmó Obdulia.
El rencor y el odio hacia la familia hicieron mella en ella, cada vez más distanciada de los suyos. Él lo quería así. «Era una persona muy rencorosa. Le he llegado oír decir que a la persona que no le hacía nada le dejaba vivir; al que no, le hacía la vida imposible».
El 5 de septiembre de 2011, Ruth llamó a su madre por su santo. Como regalo, Obdulia le pidió que «fuera a comer. Hacía dos años que no comíamos juntos mi madre y mis hermanos». Ese día la vieron mal. No era la primera vez, pero nunca habían querido inmiscuirse. «Mi hermano me dijo que si quería ir a ver al psicólogo y fui... Para mí el trato que me daba me parecía normal, pero no lo era. Era un controlador».
Entonces Ruth decidió separarse. «El último mes en el Portín empecé a tener miedo. Era miedo irracional, porque no me había amenazado. Era muy vengativo. No sabría decir cómo, pero intuí la maldad que él tenía», precisó Ruth, que momentos después recordó dos cosas que le dijo: «Yo aunque no tenga la razón siempre la llevo y me he creado una máscara; no soy (Bretón) lo que parezco».
El sufrimiento y el miedo despertaron a Ruth de su letargo. «La relación estaba fatal, estaba triste, era infeliz; lo que estaba viviendo no se podía calificar de vida. Necesitaba separarme de él». Era el 15 de septiembre. A partir de entonces la convivencia se rompió. El acusado se fue a vivir a Córdoba. Tendría a los niños fines de semana alternos. A Bretón le preocupaba todo el dinero invertido en la casa del Portín. Se fue enfadado. «Intenté hablar sobre el comportamiento de José con su familia, pero salvo con Leticia (la mujer de Rafael, hermano de Bretón), no lo conseguí». «Este niño debería ir al psicólogo decía la madre (de José). Le tienen miedo. Tras el intento de suicidio, del que nadie me contó nada, su familia nunca le lleva la contraria». El 7 de octubre, un día antes de los hechos, Ruth aceptó verle. Él le llevó flores y una carta. «Me pidió que le dijera lo que no me gustaba de él. Le dije que siempre veía y resaltaba lo negativo de los demás, y añadí: No te molestes, no va a cambiar nada entre nosotros». Ella no leyó la carta, esperó a hacerlo con su psicólogo. «Es infantil. Es un psicópata frío y calculador, me dijo», afirmó Ruth, que recordó que le oyó decir: «No me voy de este mundo sin matar a alguien. Había estado viviendo con un asesino en potencia». «En la cárcel me dijo que se le perdieron los niños en el parque. Eso no lo he contemplado jamás. No tengo dudas de que mis hijos están en una caja de cartón en el juzgado», dijo.
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