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«Sí, soy Stoian, el de la paliza a la mujer»

La Policía identificó al agresor por un tatuaje de dos delfines en la mano. Se le imputan cinco robos con violencia y un delito de lesiones

Documento de identidad de Stoian Marcel Gongu que fue arrestado en Málaga cuando intentaba viajar a Rumanía, su país de origen
Documento de identidad de Stoian Marcel Gongu que fue arrestado en Málaga cuando intentaba viajar a Rumanía, su país de origenlarazon

La Policía identificó al agresor por un tatuaje de dos delfines en la mano. Se le imputan cinco robos con violencia y un delito de lesiones.

Iba a comprar un billete para Rumanía en la estación de autobuses de Málaga cuando fue detectado por la Policía. Tres agentes de seguridad ciudadana se cruzaron con él. Fue apenas un segundo que se sostuvieron la mirada y él bajó la cabeza, pero suficiente para que sospechasen que podía tratarse del joven que había dado una brutal paliza a una señora de 64 años para robarle el bolso y que media España vio porque las imágenes las grabó una cámara de seguridad. Los policías le siguieron y sin que nadie se percatase de nada, le dieron el alto. Parecía pura rutina: «La documentación por favor», pidió uno. El joven se palpó los bolsillos como buscándola, pero finalmente desistió: «Pues no sé dónde la he puesto». Los policías le miraron la mano buscando un tatuaje de dos delfines: «Nos vas a tener que acompañar para que te podamos identificar», dijo uno al detectar el dibujo. A Stoian Marcel Gongu no le pasó desapercibido el gesto y supo que lo habían cazado. «Sí, yo soy el de la paliza a la mujer», reconoció tranquilo.

La detención fue fruto de un trabajo intenso de toda la Comisaría de la Policía Nacional de Algeciras. Dos días después de la soberana paliza que este rumano de 31 años le dio a una mujer cuando iba a entrar en el portal para robarle el bolso, asaltó a otra con el mismo modus operandi. Puñetazo inesperado y traicionero a la cara que la tumbó en el suelo. Aprovechó su aturdimiento para robarle varios objetos de valor. La mujer, una vez recuperada, aportó fotografías de todo lo que le habían robado y los agentes se desperdigaron por tiendas y otros lugares enseñando las imágenes. Tras horas de pesquisas infructuosas dieron con uno que reconoció una de las joyas. «Esto se lo he visto yo en las manos a un chaval rumano. De casualidad, se lo estaba enseñando a otro», comentó el joven que prefiere mantener el anonimato. Uno de los agentes llevaba el vídeo de la agresión en el móvil y se lo enseñó: «¡Menudo troglodita! Claro que es él», confirmó. Les dio su nombre y los investigadores sacaron su ficha policial. Se encontraron a un prenda violento. Acaba de salir de prisión tras cumplir una condena por homicidio. Apenas llevaba seis meses libre.

Los responsables de las pesquisas querían una investigación fina. Así que analizaron las imágenes y compararon la imagen de la ficha policial con el video. Se fijaron, además, en un detalle muy curioso. En la ficha consta que tiene un tatuaje de dos delfines en una de sus manos y en el vídeo, tras analizarlo «frame» a «frame», se puede intuir el mismo dibujo. Varias patrullas de incógnito se desplazaron a su domicilio para detenerlo, pero al llegar encontraron la casa vacía. «Se fue hace cinco o seis días a toda velocidad. Además se rapó el pelo completamente», les comentó uno de sus vecinos. Estaba huyendo. Se dio orden entonces de vigilar estaciones de autobuses, trenes y aeropuertos en toda España, especialmente en Málaga, donde los agentes intuían que acudiría. Acertaron.

«Estoy mucho más tranquila», comenta Ana (nombre ficticio), de 55 años, una de las cinco mujeres que ha agredido como un salvaje. «A mí me atacó una semana antes que a la del vídeo y, desde entonces, no me he atrevido a salir sola a la calle. Siempre iba con una amiga porque tenía verdadero terror», explica con voz nerviosa, pero no por miedo, si no porque es la primera vez que hace una entrevista. «Salí de casa sobre las cinco de la tarde. Llevaba una mochila y dentro una cacerola porque iba a cocinar a casa de una amiga. Vivo en una calle estrecha. Estaba desierta. Bajé caminando y vi que venían hacia mí dos jóvenes. Un pequeño y otro más alto. Este último como que se escondía para que no le viera. Fue cruzarme con él y me lanzó un derechazo. Fue como si me hubiera golpeado con una barra de hierro».