
Opinión
Tengo la sociedad «partía»
Las particiones impiden a un país construir y prosperar, porque la energía se emplea en jalear la división y de ahí nacen las guerras

Con la herida fresca de la guerra civil, podríamos caer en el error de pensar que sólo los fratricidios son fruto de la división, que el conflicto contra un «enemigo común» une a las naciones. La distancia histórica hace creer que la lucha contra los franceses fue unánime aquí en 1808 o la de Estados Unidos contra el inglés en 1776, pero eso borraría de un plumazo a los afrancesados españoles partidarios de Napoleón o los americanos que lucharon por la corona de Londres. Las guerras son siempre hijas del enfrentamiento interno: el imperio austrohúngaro se pudría en la batalla entre partidarios del kaiser y masones liberales que querían su extinción, la primera guerra mundial fue solo una consecuencia. Lo mismo ocurrió con la segunda: había pro nazis entusiasmados con invadir Polonia y alemanes que se alistaron ya en la Brigadas Internacionales. Por eso es tan grave la división cainita que corroe ahora los países, desde Francia y Alemania (donde la ultraderecha avanza con la velocidad del sonido) hasta Estados Unidos o España. Las particiones impiden a un país construir y prosperar, porque la energía se emplea en jalear la división y de ahí nacen las guerras.
Qué cómodo es tener un bando al que enfrentarse, cuando todo se reduce al odio. Hay gente que no tiene para llegar a fin de mes, pero sale a las calles a perseguir judíos. También los hay que detestan a los «zurdos», que anatematizan a los católicos o que desprecian a los ateos. Hay para todos.
Mientras España supura por las costuras de los problemas educativos (que se lo pregunten a la OCDE y sus informes Pisa), la depravación del carísimo mercado inmobiliario y los sueldos miserables de los jóvenes que acaban marchándose al extranjero, las algaradas callejeras nos hacen distraernos con Trump, Netanyahu o Putin, como si echar el cierre del negocio dependiese de ellos. Pero funciona, es eficaz para las urnas la polarización. Cuando Pedro Sánchez llama a reventar la vuelta ciclista, los miserables que ganan 1200 euros (los más afortunados) y pagan 500 euros por una habitación en piso compartido, se sienten felices con su barato pañuelo palestino. Si nuestro presidente amase su país llamaría a la concordia y el trabajo juntos. Es desolador comprobar que patriotismo es una voz ajena a un hombre cuya familia es experta en medrar. ¿Qué nivel moral puede tener un suegro entregado a la compra venta de cuerpos humanos? ¿Cuál una esposa que llama a Moncloa a un rector para procurarse un cátedra que no le corresponde académicamente?¿En qué piensa un hermano enchufado en la administración? No debe extrañar un corazón tan mezquino en Pedro Sánchez, pero es una gran desgracia para un país.
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