Galicia

Teresa se aisló en su domicilio para evitar contagiar a su esposo

Teresa en una foto de su perfil de Facebook
Teresa en una foto de su perfil de Facebooklarazon

La auxiliar de enfermería contagiada con el virus del Ébola sospechaba que podía estar infectada por el virus unos días antes de acudir a urgencias del Hospital de Alcorcón alarmada por la fiebre. Ella misma había decidido autoaislarse en su casa y no tener demasiado contacto con conocidos.

La auxiliar de enfermería contagiada con el virus del Ébola sospechaba que podía estar infectada por el virus unos días antes de acudir a urgencias del Hospital de Alcorcón alarmada por la fiebre. Ella misma había decidido autoaislarse en su casa y no tener demasiado contacto con conocidos cinco días antes de comprobar que empezaban a agravarse los síntomas que que ella misma había visto en los misioneros que había atendido en el Hospital Carlos III. Lo comunicó nada más llegar a su hospital de referencia con una máscara cubriéndole la boca. Solicitó que se le realizara la prueba que determinara si estaba infectada o no después de explicar que había tenido contacto con los dos religiosos fallecidos en el Carlos III. Teresa había tomado la precaución en su casa, en el municipio madrileño de Alcorcón, de usar un cuarto de baño diferente al de su marido cuando empezó a tener diarreas y algunas décimas de fiebre. Después del fallecimiento de Manuel García Viejo, el pasado 25 de septiembre, con el que sólo había mantenido dos contactos, se había tomado vacaciones. Pensó en ir a Galicia, a la localidad lucense de Becerreá, de la que es natural, pero empezó a tener fiebre. Su marido también sufrió una lesión en la pierna, y se dio de baja. Ambas circunstancias motivaron el aplazamiento del viaje.

Teresa hizo todo lo que le dijeron. Siguió a rajatabla el protocolo que habían marcado las autoridades sanitarias para los trabajadores que habían mantenido contacto con los dos religiosos atendidos en el Carlos III. Se tomó diariamente la temperatura dos veces y estaba avisada de que diera parte al Hospital Carlos III si apreciaba algún cambio en su sintomatología. Fue el pasado día 30 cuando empezó a tener febrícula. Lo comunicó a los responsables del centro hospitalario. No se dio importancia al ser una temperatura inferior a los 38,6 grados, a partir de la cual Teresa tenía que trasladarse a su hospital de referencia para hacerse el test del posible contagio. También refirió que había sufrido alguna diarrea, pero «los médicos tampoco lo consideraron importante y lo atribuyeron a una posible gastroenteritis», comentó a LA RAZÓN el personal que la atendió en el centro hospitalario. Fue el día 2 cuando decidió ya acudir por la mañana al centro de salud Laín Entralgo de Alcorcón a consultar su caso a su médico de familia. «La doctora no hizo otra cosa que recetarle Paracetamol por las décimas de fiebre que tenía pensando que, posiblemente, podría tratarse de un constipado», comentaron las mismas fuentes. De hecho, tanto el médico de familia que la atendió como todas las personas que tuvieron contacto con ella en el centro ambulatorio están bajo vigilancia epidemiológica, por si pudiesen presentar síntomas de la enfermedad. En este sentido, el portavoz de la Plataforma de Centros de Salud, Paulino Cubero considera «inadmisible» que la auxiliar contagiada fuera atendida en su centro de salud y «compartiera sala de espera con otros pacientes» del centro y luego con los de Urgencias. «Los profesionales creíamos que se había diseñado un protocolo estricto de seguimiento de los treinta sanitarios que atendieron al segundo misionero, y que quienes tuviesen algún síntoma no iban a llegar a ningún centro de salud ni servicio de urgencias», dijo.

Fue a partir de acudir al ambulatorio cuando se encerró en casa. A las 7 de la mañana del lunes, cuando sobrepasó los 38 grados de temperatura, decidió llamar a los servicios de emergencias para que la trasladaran al hospital de Alcorcón, tal y como marca el protocolo. El marido de Teresa, Javier Limón, ayer comentó que su mujer se encontraba «consciente e incluso podía hablar». Se mostró convencido de que «Teresa está en buenas manos y seguro que se va a hacer lo imposible por ella. Lo que sé es que está mejor de salud, según me han comentado», dijo a la Sexta. Lo cierto es que Teresa «ni se había quejado por el incumplimiento de los protocolos ni tampoco refirió nada sobre algún posible accidente» que hubiera podido motivar el fatal contagio. Javier Limón, desde su aislamiento en el Carlos III, decía con resignación: «Es lo que hay».