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Totalán, cuando se van las cámaras: vacío en la “zona cero” de Julen

El pueblo malagueño vuelve a la calma tras aquellos 13 días de locura. En la barriada de "El palo", José y Vicky tratan de recomponer sus rutinas con un ojo puesto en el proceso judicial.

El pozo por el que cayó Julen tiene apenas 21 cm de diámetro. A cuatro metros, el que perforó el equipo de rescate
El pozo por el que cayó Julen tiene apenas 21 cm de diámetro. A cuatro metros, el que perforó el equipo de rescatelarazonfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@546dec3d

El pueblo malagueño vuelve a la calma tras aquellos 13 días de locura. Mientras, en la barriada de "El palo", José y Vicky tratan de recomponer sus rutinas con un ojo puesto en el proceso judicial.

«A veces sentimos que lo que hacemos es tan sólo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota. María Teresa de Calcuta». La cita, escrita en el reverso de un azucarillo tirado en lo alto del Cerro de la Corona de Totalán, puede describir el sentimiento del que probablemente lo echó al café para aguantar las interminables horas de rescate del pequeño Julen Roselló. De nada sirvió, pensaría. Pero la obra de ingeniería civil que hubo que realizar en apenas diez días habría sido imposible de llevar a cabo sin la aportación de cada granito de arena, cada «gota en el mar» de las personas que, de una u otra forma, arrimaron el hombro aquellos días de locura. Ya ha pasado casi mes y medio desde entonces y ahora, un silencio sepulcral sobrecoge nada más poner un pie en lo alto de ese cerro.

Ese sobrecillo de azúcar, un tapón para los oídos, restos de cinta de seguridad y una silla de plástico blanca es todo lo que queda allí. Al fondo, los dos pozos: por el que cayó el pequeño y el que se construyó para su rescate. No hay más en esa explanada en la que se convirtió (convirtieron) la montaña maldita que se tragó al pequeño un mal 13 de enero y que tuvo a España en estado de vigilia, con el corazón encogido, esperando un milagro que nunca llegó.

Se diría que en Totalán, ese pueblito de 700 habitantes que nadie ponía en el mapa hasta entonces, ya ha llegado la calma que sucede a la tormenta. Aquellos días, cerca de 300 periodistas invadieron este lugar de la comarca de la Axarquía malagueña, para desgracia de sus vecinos, que vieron alteradas sus rutinas. En el bar Arriba y Abajo ponían hasta 300 cafés diarios. Rosa Castillo, la propietaria, entorna los ojos sólo de recordarlo. «Si normalmente somos dos atendiendo, metí a seis personas por horas. Puchero, plato montés, cualquier plato de cuchara es lo que más se servía... esos días hizo mucho frío. Y bocadillos. Cientos de bocadillos». La conversación en el bar vuelve a los mismos derroteros del mes pasado: «Pero ¿cómo llevaron al chiquillo a un sitio en obras? Esa finca ya no se la compra nadie del pueblo, a ver qué hacen con ella. Valdría dos euros el metro si hay olivo pero eso ya no lo venden», opina un parroquiano. «¿No quería expropiarlo el Ayuntamiento para hacer allí un parque? Eso escuché yo», dice otro. Efectivamente, se dijo que iban a hacer en el lugar una especie de homenaje al pequeño Julen o al equipo de rescate, que recibió esta semana una mención en el Día de Andalucía. La medida fue muy criticada por oportunista y porque el lugar está muy lejos del pueblo, aunque el alcalde niega que se tratara de algo así. «Eso se malinterpretó o se quiso malinterpretar, por eso no quiero hablar con los medios: todo se ha utilizado políticamente y he salido muy desafortunado de todo esto», asegura Miguel Ángel Escaño. «Ahí lo que había previsto era un proyecto desde hace cuatro años para poner en valor el Dolmen y ha llegado el momento de ejecutarlo».

Sin embargo, el cambio de orografía del lugar por las labores de rescate (se movieron 85.000 toneladas de tierra) dejaría ahora el proyecto en punto muerto. Precisamente el descubridor de estos restos arqueológicos subía el pasado viernes a la «zona cero», situada a sólo unos metros del Dolmen. Se llama Miguel López y era el profesor de historia del colegio del pueblo. Fue en 1995 cuando hablaba a niños de 11 años sobre los monumentos megalíticos cuando un chaval le dijo: «Pues ahí hay tres piedras clavadas en lo alto que no hay quien las saque». Fueron para allá y descubrió que estaba ante un descubrimiento arqueológico: cuando los profesionales comenzaron a trabajar allí sacaron una decena de cadáveres de 8 a 45 años y cerámica de 4.000 años a. C. «Es una pena que lo hayan dejado abandonado», lamenta, mientras posa con su mujer en el pozo.

Flores para Julen

No son los únicos. Muchos ya han subido hasta la «zona cero» por curiosear, para ver de cerca ese realmente pequeñísimo tubo que puede rodearse con las dos manos por el que se escurrió el niño y para rezar allí alguna oración por su alma. Sobre este pozo, sellado ya como siempre debió estarlo, alguien ha posado unas pequeñas florecillas silvestres. Muy cerca, el pozo grande construido para la ocasión y que tantos problemas de «encamisado» dio. De uno a otro, cinco pasos. Apenas cuatro metros que, a los mineros del Salvamento Minero de Hunosa, que picaron esa cuarcita, se les debieron hacer eternos y, literalmente, duros. Y es que, como dijeron en su día, era la montaña la que marcó los tiempos del rescate que culminó la madrugada del 26 de enero. Es cierto que en Totalán, sufrieron especialmente el caso de Julen. Como reconoce el alcalde, «aquí nadie se ha quedado igual que estaba» porque los bajones físicos y emocionales que llegan después de días de tanto estrés se han traducido, para muchos, en ansiedad. «Todos hicimos lo que pudimos, que fue poco: dar un caldo, dar un techo... ¿Y qué vas a hacer? No podíamos bajar ahí a por el crío, sino lo hubiéramos hecho», comenta el vecino de Casa Ángela, la parcela que Ángela y Rafael cedieron para la familia del niño. «Les llevábamos café, caldillo rojo, cosas ligeras porque no podían apenas comer», explica. «Lo positivo es que ahora los niños van con mucho cuidado por el campo pero el trauma que nos queda a todos en brutal», explica una vecina.

Quienes desde luego no podrán olvidarlo, sobre todo, son dos personas: José y Vicky, los padres del niño. A ellos se les paró el reloj y casi la vida aquel fatídico mediodía en el que se animaron a ir a hacer una paella a la finca del «Moe», como llaman a David Serrano, propietario del terreno y cuya última línea de defensa ha caído regular entre sus vecinos. El abogado de Serrano ha presentado un informe en el que resulta compatible el resultado de la autopsia con las heridas que la pala de rescate de los Bomberos pudo ocasionar en la cabeza del pequeño durante las primeras horas, cuando se realizaban las comprobaciones sobre el tapón. «¿De darles las gracias han pasado ahora a echar la culpa a los Bomberos? Eso no tiene nombre», dice un allegado al padre.

En la barriada de El Palo, en Málaga capital, dicen que José intenta estar más entero. Trabaja de forma esporádica en el chiringuito de un amigo y juega al fútbol los viernes por la tarde en el barrio de Jarazmín. Incluso le llevaron el miércoles pasado a ver la semifinal de la copa del Rey al Bernabéu. La que está peor, dicen, es Vicky. Esa madre que ha perdido a sus dos hijos acude cada mañana al cementerio a estar con sus pequeños. «Ya lo hacía antes con Oliver, pues ahora con más razón», explica su tía, que vive al lado de la vivienda familiar, donde no han querido volver. «Ahora están en un piso cerca de la calle Villafuerte, ellos dos juntitos con su pena», dice. Lo peor, Vicky ha dejado de hablarse con su madre porque ella fue a hablar a la tele y no le gustó. «Ay... con lo que ya tienen encima y enfadados», lamenta su tío, mientras se acerca el perrillo a oler: «Mira, hasta los animales le echan de menos. Ay mi chiquitillo».

Dibujos Disney y Peppa Pig para los pequeños Roselló

No tendría que haber ninguna lápida infantil en el cementerio de Nuestra Señora del Rosario de Málaga. Julen Roselló no tendría que estar enterrado al lado de un señor de 100 años. Y, sin embargo, ahí está, al fondo del segundo patio, justo encima de su hermano Oliver. La madre de los dos niños acude cada día a este camposanto situado a apenas unos metros de la que fuera su casa y dicen que ahí puede pasar horas. Ya lo hacía desde que murió su hijo Oliver, en mayo de 2017, con solo tres años. Ahora, tiene a Julen, de dos años, también enterrado. En sus lápidas han colocado peluches de Peppa Pig y están grabadas imágenes de sus películas de Disney favoritas: El Rey León para Oliver, Moana para Julen. Descansen en paz los dos.