
Estrategia
Bill Gates, exCEO de Microsoft, completamente fuera de sí: "¡Estoy pensando! ¿Es que tú no piensas nunca? Deberías intentarlo alguna vez"
La evolución del Bill Gates adolescente al empresario de éxito no fue un camino de rosas

Bill Gates es mundialmente conocido (y temido) por su estilo empresarial: meticulosidad estratégica, competencia feroz y capacidad de anticipar tendencias tecnológicas, lo que lo ha llevado a ser en uno de los líderes más influyentes del sector y uno de los hombres más ricos del mundo.
Sin embargo, el camino hacia ese perfil sereno y reflexivo que hoy conocemos del magnate estadounidense no fue tan evidente en sus primeros años de vida. Durante la preadolescencia, Gates atravesó una etapa marcada por las tensiones familiares y una actitud desafiante hacia cualquier figura de autoridad.
Se aislaba durante días en su habitación, y respondía con desdén a las peticiones de sus padres. En su biografía (Código Fuente, Mis inicios) relata como ante un intento de su madre por sacarlo a la calle, le lanzó una frase que, con el tiempo, se volvería casi icónica:
“¡Estoy pensando! ¿Es que tú no piensas nunca? Deberías intentarlo alguna vez”.
Aquella rebeldía alcanzó momentos de gran tensión familiar, como la noche en la que, tras un enfrentamiento especialmente intenso, su padre le arrojó un vaso de agua a la cara. El incidente impactó profundamente a Gates, al ver por primera vez perder la compostura a quien consideraba un hombre habitualmente calmado.
Preocupados por la escalada de conflictos y ante la imposibilidad de conducir la situación sus padres recurrieron al doctor Charles Cressey, un terapeuta que acabaría desempeñando un papel clave en su desarrollo. Lejos de imponerle normas, Cressey le ofreció un espacio de diálogo y reflexión, encargándole lecturas de Jung y Freud, y guiándolo hacia la conclusión de que la “guerra” con sus padres era innecesaria. El terapeuta resumió su consejo a los progenitores con una frase tan simple como radical: “Ríndanse. Él va a ganar”.
La estrategia funcionó. Gates comenzó a comprender que sus padres no eran adversarios, sino aliados, y que la energía que invertía en la confrontación podía canalizarse hacia metas más productivas. Poco a poco, la tensión se transformó en entendimiento, y la independencia que reclamaba dejó de ser una lucha diaria para convertirse en un motor de desarrollo personal.
Esta transformación de un adolescente testarudo, egocéntrico y caprichoso en un adulto capaz de escuchar y cooperar fue, en cierto modo, la base de su estilo como empresario. En Microsoft, Gates combinó una exigencia extrema con una visión de largo plazo, aprendiendo a negociar, delegar y rodearse de talento.
La transformación del joven que un día gritó “¡Estoy pensando!” a su madre en un líder sereno y visionario es, quizás, una de las pruebas más claras de que la rebeldía suele ser una llamada de ayuda, un aviso de que ese adolescente necesita “algo más” y, que bien guiada, puede convertirse en una fuerza creadora capaz de cambiar el mundo.
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