Tecnología
Cómo aprender en la nueva Alejandría digital
Estamos ante el fin de la frontera de la educación formal, con oportunidades para aprender casi cualquier cosa que nos propongamos sin movernos del cuarto de estar de nuestra casa
¿Qué fue lo último que aprendieron por internet? En los últimos años los navegantes del mundo digital nos encontramos con cursos en línea de las mejores universidades del mundo. Descubrimos charlas inspiradoras en las que los mayores referentes globales comparten preguntas, dilemas y descubrimientos.
Encontramos documentales en los que el entretenimiento y la educación se combinan en una amalgama de edutainment (combinación de las palabras inglesas education y entertainment) que hace que se nos olvide mirar el reloj.
Exploramos plataformas que ayudan a desarrollar nuestras habilidades profesionales para seguir actualizados en nuestro trabajo. Trabajamos a distancia, colaborando con otros. Y podemos aprender a través de videotutoriales sobre las cuestiones más diversas, desde cultivar una huerta orgánica en nuestra terraza hasta las matemáticas avanzadas.
El aprendizaje en línea se ha combinado en muchos casos con instancias presenciales, generando modalidades híbridas o blended que realzan lo mejor de los dos mundos: la flexibilidad que ofrece lo digital con la necesaria contención afectiva que nos da el contacto cara a cara con otros.
La pandemia, impulsora de cambio
En el contexto de la pandemia global muchos hemos caído en la cuenta de cuán irreemplazable es ese encuentro físico que proveen la escuela, la universidad y otros espacios que extrañamos tanto en tiempos de confinamiento. Pero, al mismo tiempo, exploramos como nunca las potencialidades que ofrece la educación remota, que nos abre las puertas a un mundo lleno de tesoros por encontrar.
En el actual contexto complejo y cambiante en el que el aprendizaje permanente es una de las claves para el éxito personal y profesional, pareciera que estamos ante una panacea nunca vista. Se trata de un fenómeno que ya venía gestándose con fuerza, pero que puso un pie en el acelerador en la pandemia de la COVID-19 en la que el ecosistema de la educación digital se ha expandido en tiempo récord.
En esta nueva Alejandría digital somos todos aprendices, sí, pero también maestros. Hoy, profesores y profesoras de todas las disciplinas nos enseñan lo que saben en línea, desde clases de kung-fu hasta talleres de artes visuales.
Incluso personas con vocación de enseñar y ayudar han comenzado a animarse a hacerlo, desde cocineros amateur a jóvenes que explican cómo usar el ordenador para hacer los trámites del banco a adultos mayores, hasta madres y padres que comparten los juegos con sus hijos para inspirar a otros.
Tal vez más que nunca, estamos aprendiendo en comunidad. Una comunidad global que nos reúne, en un camino bidireccional, con aquellos que tienen nuestras mismas necesidades e intereses. Una tribu ampliada que nos permite aprender y enseñar en un continuo donde somos protagonistas y usuarios de la generación del conocimiento colectivo.
Aprender a aprender
Sin embargo, no todo lo que reluce es oro. Para que el sueño del aprendizaje ubicuo se convierta en realidad, como en la varita mágica que transforma a la calabaza en carroza real, es preciso resolver al menos dos grandes desafíos previos.
El primero es universalizar el acceso al mundo digital, una deuda social que aún no ha sido resuelta en muchas regiones del mundo. Según las Naciones Unidas, a finales de 2019 tenía acceso a internet un 54 % de la población global, con enormes diferencias entre continentes. La conectividad para todos es un objetivo que se va logrando más lentamente de lo que desearíamos. Muchos hablan ya del acceso a internet como un nuevo derecho humano.
Pero existe un segundo desafío, quizá menos visible y de tremenda importancia. Para aprovechar el potencial del aprendizaje ubicuo no basta con tener el conocimiento mundial al alcance de la mano. Tampoco es suficiente que haya propuestas educativas de calidad disponibles. Es necesario algo más: hay que aprender a aprender. Un hábito que, como todos, se aprende. Y que nos proporciona una plataforma de despegue para el resto de la vida.
Aprender a aprender tiene dos ingredientes fundamentales. Voy a llamarlos chispa y autonomía. La chispa es ese deseo que nos mueve a conocer algo nuevo y la motivación intrínseca que nos lleva a ponernos objetivos para nosotros mismos, no para otros, sin esperar premios ni temer castigos. Requiere encontrar esa llama que, en muchos casos, la educación tradicional fue apagando a lo largo de los años y que es clave redescubrir para iniciar y sostener cualquier proceso de aprendizaje.
Curiosidad como motor
Para encender –o reencender– esa chispa, la clave es cultivar nuestra curiosidad, explorando aquello que nos interesa o nos intriga. También ayuda identificar aquellas cuentas pendientes: esos temas o habilidades que siempre quisimos saber o tener pero nunca encontramos cuándo –o cómo, o dónde, o con quién– aprenderlos. Para unos, será el chino mandarín; para otros, la repostería o la filosofía oriental.
Hacer una lista de qué nos gustaría aprender y tenerla visible (en el refrigerador, el escritorio o la mesilla) puede ser una estrategia para poner nuestra curiosidad en agenda y no olvidar que el mundo es un fascinante lugar de aprendizaje.
También ayuda aprender con otros. Aprender con nuestros hijos e hijas, algo que muchos hemos hecho durante el confinamiento al acompañarlos en las tareas escolares, puede ser un punto de partida para buscar juntos esa chispa, partiendo de los temas de la escuela. Podemos aprovechar esos temas como pretextos para aprender y disfrutar de esos conocimientos que aprendimos mal y obligados durante nuestra propia escolaridad, pero que sospechamos que son interesantes si los abordamos desde la curiosidad. O buscar intereses comunes para explorar juntos y compartir la aventura del aprendizaje en familia.
Porque no se trata de enseñar, sino de contagiar el amor por aprender. Y para eso no hace tanta falta saber, sino estar emocionalmente disponibles para investigar juntos. Ese vínculo amoroso con el conocimiento que se teje desde la infancia es, probablemente, el mayor legado que podemos dejarles a las nuevas generaciones. Solo con ganas de saber y aprender siempre, van a poder resolver los desafíos, tanto individual como colectivamente, en un mundo cada vez más incierto.
La autonomía, otro factor clave
El segundo ingrediente clave para aprender a aprender es la autonomía. La misma flexibilidad que ofrece la educación en línea demanda de parte de quienes aprenden una serie de habilidades que el pedagogo suizo Philippe Perrenoud bautizó como el “oficio de estudiante”.
Hablamos de habilidades fundamentales para aprender cualquier cosa. De la capacidad de organizar nuestros tiempos, establecer rutinas de trabajo y planificar cómo abordar una tarea nueva. De aprender a poner foco y desarrollar la perseverancia. De comprender las consignas, procesar lo que aprendemos, estableciendo conexiones con lo que sabemos de antes y con nuestra propia vida. Y de reflexionar sobre lo aprendido y autoevaluarnos.
Décadas de investigaciones muestran que el buen desempeño –o el fracaso– en la escuela o cualquier instancia de aprendizaje suele darse no tanto por comprender o no los contenidos sino, justamente, por haber desarrollado –o no– esta capacidad de autorregulación.
Para aprovechar el potencial educativo del mundo digital esto es aún más necesario, porque las riendas del proceso las lleva quien aprende. Y no siempre es tan sencillo autogestionarse. Por citar solo un ejemplo, un análisis de las investigaciones sobre los MOOC (Cursos Abiertos Masivos En Línea, por sus siglas en inglés), una de las ofertas más interesantes de actualización profesional que existen hoy, revela que estos cursos autoadministrados suelen tener altas tasas de deserción y que los alumnos abandonan luego de algunas pocas clases.
Aprender a distancia requiere, mucho más que otras modalidades, la capacidad de planificar y sostener el esfuerzo. La buena noticia es que esta autonomía puede aprenderse. No es una cualidad de nuestra personalidad, sino una capacidad que se fortalece en tanto le dediquemos tiempo y nos demos cuenta de que constituye la piedra fundamental de cualquier proceso de aprendizaje. A veces, podemos hacerlo solos. Otras, las más, necesitamos de otros que nos alienten, nos ayuden y nos desafíen a seguir adelante.
Aprender durante toda la vida nos ayuda a sentirnos vigentes, jóvenes, actualizados. Nos da nuevos bríos para emprender las actividades cotidianas y nos mantiene en un permanente viaje de ida. El mundo del aprendizaje ubicuo está lleno de tesoros por descubrir. Tal vez más que nunca, hoy la educación es un camino de ida y vuelta en el que todos podemos ser, en simultáneo, aprendices y maestros.
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