Entrevista

“Si no aprendemos a cambiar nuestro pensamiento, vamos a ser una especie irrelevante”

Entrevistamos a Omar Hatamleh, asesor jefe de Inteligencia Artificial de la NASA a raíz de su último libro sobre IA y su impacto en la sociedad: Esta vez es diferente

Omar Hatamleh
Una voz de esperanza en la actualidad de la IANASANASA

“La medida de la inteligencia es cambiar”, afirmó Albert Einstein. Y así comienza el libro Esta vez es diferente (Deusto) de Omar Hatamleh, quien nos hace hincapié que todos los beneficios irán íntegros a la ONG infantil Sonrisas sin cáncer. Reacio a hablar sobre su vínculo con la agencia espacial estadounidense y centrado en el impacto del libro (en la sociedad y en la ONG), Hatamleh busca, bucea y reflexiona sobre el impacto de la IA. Y lo hace con una voz neutral, presentando en un platillo todos los beneficios y en el otro los problemas. Una voz neutral, pero un acento característico.

De padres jordanos y españoles (Granada, más precisamente), Hatamleh habla con tono pausado intentando eludir cualquier mención a su cargo de asesor jefe de Inteligencia Artificial e Innovación del Goddard Space Flight Center de la NASA y también consejero de Naciones Unidas en este apartado. Así que, intentando respetar su deseo, nos centraremos en el libro… ¿Por qué esta vez sí es diferente? ¿Por qué es distinta a la energía nuclear, a la genética o a internet? ¿Qué hace que la IA sea distinta?

“Si bien en primera instancia la llegada de la IA se puede confundir con la Revolución Industrial – nos explica Hatamleh en una conversación telefónica -, la IA es una tecnología sobre la que se construirán todos los sectores y todas las economías del futuro. La IA no solo afectará al transporte y la fabricación, también afectará directamente al sector financiero, a la educación y a la sanidad”.

Un efecto tan omnipresente traerá consecuencias. La primera pregunta es si sabremos manejarlas y la segunda es si estamos preparados para ello.

“Sin duda, es cierto – confirma Hatamleh -. Y esta es la raíz de uno de los temas más preocupantes. Ahora mismo dependemos de los móviles, allí está nuestra vida, nuestras familias, nuestros recuerdos… La IA tendrá un efecto aún mayor y esto puede suponer un riesgo para nuestras capacidades cognitivas. Ya se ha visto cómo nos afecta en términos cognitivos la llegada de Google Maps o la opción de obtener información de las redes sociales. No podemos permitir que la capacidad intelectual de las personas siga disminuyendo. Y tampoco deberíamos aceptar que cambie cómo somos como sociedad”.

La mención de IA y sanidad hace inevitable pensar en un futuro de médicos y profesionales de la salud que trabajen codo a codo con entidades robóticas para resolver problemas que antes tomaban años y ahora podrían tomar minutos.

“En este sentido – concuerda este experto – solo hay que pensar en AlphaFold, un programa que utiliza la IA para analizar la estructura de las proteínas. Los pliegues nos alertan de sus funciones. Y esto nos permite crear medicamentos, detectar problemas genéticos y anticiparnos a problemas de salud, como las arritmias que detectan algunos relojes inteligentes. Todo esto nos permitirá vivir mucho más, hasta los 130 años, por ejemplo”.

En un sistema ideal y pensándolo de modo individual, esto es muy positivo, pero ¿qué ocurrirá con la economía? ¿Cómo llegará el sistema de pensiones a satisfacer las necesidades de una población que alcanza los 130 años?

“Esa es una gran preocupación del actual entorno IA. Y por eso también afirmo que esta vez es diferente: estamos pensando con anticipación. Por ello, la economía del futuro también va a tener que decidir qué trabajos desempeñaremos en el futuro. Y asegurarnos que sea algo que todo el mundo pueda disfrutar”.

El panorama parece muy ideal, visto así, pero no todos están dispuestos a que una IA determine qué trabajo realizará en el futuro. O cuál será el de sus hijos. Para Hatamleh es en ese momento cuando entra a la palestra la legislación.

“Es un tema complejo – asiente Hatamleh -. Por un lado, quienes tengan una política restrictiva verán cómo la innovación y el talento se van a otros sitios. Pero la realidad es que debe haber reglas sí o sí, solo que hay que redactarlas con un espíritu que permita modificarlas dependiendo de los avances. Esa es la única solución. Lo que está claro es que la creatividad será un valor fundamental, solo que sabremos diferenciar quién la hace. Las artes, las emociones, podrán ser interpretadas por humanos, por equipos de humanos e inteligenciar artificiales y solo por estas últimas. Y todos podremos elegir de cuál disfrutar”.

Es obvio que el avance es imparable, lo que no significa que estemos preparados para ello. A pesar de que el cambio y la evolución forman parte de nuestra historia como especie.

“Sin duda. Nuestra historia como especie ha evolucionado constantemente desde hace casi 300.000 años, de cazadores a recolectores, artesanos, agricultores, constructores. Pero toda esa evolución tecnológica fue lineal. Ahora es exponencial y si no aceptamos que debemos cambiar nuestro pensamiento lineal a exponencial vamos a ser muy irrelevantes como especie. La realidad es que la IA ya no se puede apartar de nuestras vidas. Para minimizar los riesgos hay que trabajar en comunidad”.

Siempre se habla de 2050 como una frontera, una ventana cercana por la cual espiar el futuro. Contar con un experto que abra esa puerta es un privilegio… Aunque no siempre estemos preparados para lo que nos muestre.

“En el futuro – teoriza Hatamleh -, la demografía cambiará por completo y habrá países que tengan tantos humanos como habitantes humanoides y esto creará una brecha tan grande como la que se da hoy entre los países que tienen internet y los que no tienen un acceso estable. Pero habrá más diferencias. Los robots con los que viviremos tendrán una suscripción que, al igual que la de ciertos servicios de streaming actuales, nos permitirá acceder a determinadas opciones y otras estarán vedadas. Esto, obviamente, tiene consecuencias morales que deberemos discutir”.

Puede que Hatamleh tenga razón y esta vez sí sea diferente. De hecho, necesitamos que lo sea. No porque la IA sea un peligro en potencia, sino porque, al igual que Hatamleh ha donado los beneficios del libro a Sonrisas sin cáncer, necesitamos la esperanza, la de haber aprendido del pasado (al menos del tecnológico) y esta vez, hacerlo mejor.