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¿Estás preparado psicológicamente para la escena profesional?

El largo y duro camino del jugador profesional; altos niveles de presión, auto-exigencia y ansiedad que se multiplica en periodos de competición

Imagen de una competición de la ESL/ESL
Imagen de una competición de la ESL/ESLlarazon

El largo y duro camino del jugador profesional; altos niveles de presión, auto-exigencia y ansiedad que se multiplica en periodos de competición

En los últimos años hemos visto cómo el deporte de élite digital, es decir, los denominados eSports, han ido creciendo exponencialmente en todo el mundo. Siempre a diferente ritmo, pues en España todavía estamos a años luz de países como Corea del sur o Estados Unidos, el juego multijugador en línea ha ido separándose paulatinamente de la afición clásica hasta llegar a competir con su propio reglamento. Y, de hecho, no son pocas las compañías de videojuegos que emplean todos sus recursos en buscar la fórmula perfecta para su título multijugador, dejando a un lado las campañas tradicionales en solitario –que según los últimos informes acaban un porcentaje muy pequeño de jugadores- fragmentando así el mercado.

La tendencia es clara: cada vez son más los curiosos que saltan de sus videojuegos preferidos a las competiciones online, buscando aliados en línea y organizándose en clanes o grupos para lograr su objetivo: ser los mejores jugadores del mundo en un videojuego determinado. En España contamos con organismos como la Liga de Videojuegos Profesional (LVP), la Superliga Orange o la ESLMaster España que dan forma a las necesidades de este particular segmento de la comunidad, con grandes eventos, torneos y premios que se disputan los mejores jugadores del país.

Pero... ¿cómo se llega a ser un jugador de élite? ¿Cuál es el camino a seguir? ¿Qué sacrificios debe hacer el jugador para entrar en la competición profesional? Desde fuera, y a ojos del inexperto, puede parecer que este tipo de jugadores se pasa el día divirtiéndose delante de la pantalla. Los más clasistas incluso se preguntarán qué tipo de trabajo es jugar a la videoconsola y cómo se regula su producción a nivel institucional. Pues bien, la realidad es bien distinta: los jugadores de élite no juegan por diversión, sino por trabajo, trabajo que, según AEVI, generó más de 14 millones de euros el pasado año. Y aquí es donde comienza el duro y largo camino del jugador profesional. En la década de los 90, el psicólogo sueco K. Anders Ericsson planteó la hipótesis de que para ser un maestro en cualquier disciplina habría que dedicar un mínimo de 10.000 horas a la actividad. Eso supondría 27 horas diarias durante un año, algo materialmente imposible. El mito de la maestría cuantificada en horas ha sido contrastado y rechazado por diferentes estudios actuales, pero nos sirve para darle forma al tortuoso camino de la perfección.

Pero imaginemos que, realmente, queremos dedicarnos al mundo del videojuego profesional. ¿Qué se espera de nosotros y cómo podemos llevar a cabo tal titánica tarea? Pues bien, una media de ocho horas diarias de entrenamiento a un mismo juego, que se multiplica en periodos de competición; unos niveles de estrés y ansiedad homónimos a los de los deportistas de élite cuando se disputa un torneo; una dedicación casi exclusiva al mismo juego y, sobre todo, mucha tolerancia a la frustración. Y esto sólo si nos fijamos en la punta del iceberg.

Y es que como ocurre en cualquier competición o disciplina, los medios únicamente nos enseñarán los resultados, y no el proceso, creando una burbuja de romanticismo alrededor del cometido que nada tiene que ver con la realidad. Los jugadores parece que estén jugando al videojuego, cuando en realidad están dentro de él con todos sus sentidos: deben leer al contrario, anticiparse a los movimientos del equipo rival y compenetrarse a la perfección con sus compañeros para obtener un buen resultado en la partida. Los altos niveles de presión que se imponen los jugadores obligan, en muchos casos, a contar con asistencia psicológica durante el entrenamiento. La auto-exigencia también es un indicador de que, a nivel cerebral, los jugadores de élite mantienen unos niveles de presión por encima de la media. De hecho, muchas retransmisiones de partidas –incluso las amistosas- entre clanes cuentan con más espectadores conectados que muchos partidos de fútbol de la primera división española.

No son pocos los jugadores que han visto su salud mermada por el esfuerzo que implica ser un deportista de élite. La asistencia psicológica y el estrés se junta con la necesidad imperiosa de llevarse bien con los demás miembros del equipo. Las rencillas o toques entre compañeros tienen un impacto directo dentro de la partida, y cualquier paso en falso puede llevarnos a la derrota, una derrota vista por cientos de miles de personas y que pueden llegar a convertirse en verdaderas losas para la salud mental el jugador.

El camino es duro, muy duro, y más teniendo en cuenta que la media de edad de los jugadores profesionales es, en comparación con otros colectivos, muy baja. Los más pequeños pueden tenerlo más “fácil” al no contar con las obligaciones de la vida adulta, pero, aun así, los riesgos son evidentes. No es fácil compaginar una vida sana con una actividad obligatoriamente sedentaria: los nutricionistas o el deporte –ahora sí, físico- son imprescindibles dentro de la rutina del jugador de élite, pues es fácil olvidarse de nuestro propio cuerpo cuando estamos enganchados a una actividad mental.

No es de extrañar, a raíz de la exigencia del medio, que se hayan destapado casos de dopaje dentro del juego profesional. El consumo de estupefacientes o fármacos para mejorar la concentración y los reflejos del jugador pueden ser vías de escape cómodas para los jugadores menos éticos. Y, pese a que estos comportamientos están duramente castigados, no dejan de ser un reflejo del agotamiento y la fatiga mental a la que muchos se exponen cada día.

Queda claro que el camino para convertirse en profesional no es fácil, pese a que desde la óptica externa pueda parecer un camino de rosas o, al menos, no tan duro como podría ser el trabajo en una obra. Sin embargo, la realidad detrás de la competición de élite es mucho más compleja y llena de peligros de lo que puede parecer a simple vista. Si sabemos gestionar esto, ya no sólo como jugadores, sino también como seres humanos que dedican parte de su vida a un cometido, nuestra travesía por el deporte de élite digital será más fructífera. Si nos quedamos exclusivamente con los lujos y la fama que supone ser un campeón, los premios en metálico y el reconocimiento mediático, probablemente la caída hacia el abismo también será de élite.