Televisión
Hablar mucho y muy alto, sin saber qué decir
«The Morning Show» convierte a Apple TV en un rival a batir en el sector del streaming, ofrece muchas ínfulas pero poca sustancia
Apple ha hecho todo lo posible para que «The Morning Show» parezca la nueva gran ficción del panorama televisivo, la que ponga su servicio de streaming en el mapa; para ello ha tomado riesgos como contratar de golpe dos temporadas de la serie y asegurar la presencia en el reparto de Jennifer Aniston y Reese Witherspoon pagándoles dos millones de dólares por episodio a cada una. Sin embargo, a menos que algo cambie drásticamente después del cuarto episodio , es poco probable que eso suceda. Después de todo, es legítimo preguntarse qué pinta una empresa dedicada a convertir relojes en teléfonos haciendo televisión. Su falta de experiencia en el sector es evidente en cada plano de la nueva serie, y eso la convierte en la demostración perfecta de que arrojar dinero a un problema -en este caso, la necesidad de Apple de participar en la guerra del vídeo bajo demanda- no es necesariamente la manera de resolverlo.
Ambientada entre los bastidores de un exitoso programa matutino de noticias justo cuando uno de sus más longevos presentadores es despedido acusado de abusos sexuales, «The Morning Show» parece querer ser muchas cosas y de muchas maneras. Pretende funcionar como mirada al caos que hacer información televisiva conlleva y a los politiqueos y los egos que nutre, como tributo al movimiento MeToo y como comentario sobre el estado actual del periodismo, sin descuidar asuntos melodramáticos como problemas maternofiliales y adicciones a las drogas. Mientras lo hace, mantiene un tono confuso: a ratos quiere ser ligera y hasta cómica, pero en cada plano y cada interpretación deja claro que quiere ser tomada muy en serio.
Su línea narrativa central promete ser la incómoda alianza entre la presentadora Alex Levy (Aniston) y la reportera Bradley Jackson (Witherspoon). Tras su fachada competente y amigable, la una oculta soledad, aislamiento y rabia. La otra, en cambio, se muestra dura e insolente pero, en el fondo, es adorable. Se supone que su rivalidad es el vehículo principal del humor y el drama pero, al menos a lo largo de los primeros episodios, es como si estuvieran en series distintas.
Lo que sí queda claro sobre «The Morning Show» desde el principio son sus intentos de parecerse a «The Newsroom». Los diálogos, agresivamente frontales sobre quiénes son quienes los pronuncian y qué posturas defienden, parecen haber sido escritos por un sucedáneo de Aaron Sorkin; aquí los personajes no hablan sino que proclaman, a menudo sobre sexismo y feminismo. Por supuesto, es un tema sobre el que sigue siendo necesario conversar, pero aquí Apple lo hace de forma trillada, artificial y, peor aún, contradictoria: por un lado, la serie lamenta las dificultades que las mujeres afrontan en el trabajo por el mero hecho de ser mujeres; por otro, parece sugerir que el MeToo ha ido demasiado lejos. E igualmente fuera de onda resulta su retrato de las luchas entre reporteros comprometidos con la verdad y ejecutivos fríos y calculadores; escena a escena, la serie demuestra no tener ni idea de cómo se consumen las noticias en la actualidad. Al final, por esos y otros motivos -entre ellos, el cinismo inherente a la defensa de la televisión tradicional por parte de una plataforma de streaming-, resulta difícil entender qué intenta «The Morning Show» conseguir exactamente, y qué sacaremos en claro de prestarle atención.
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