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“The Boys”: psicópatas del poder, punks del deber
Amazon Prime Video estrena este viernes la tercera temporada de “The Boys”, tras el espectacular giro de la última tanda y con la adición al elenco de Jensen Ackles (”Supernatural”)
Quizá por aquello del algoritmo, antigua deidad a la que las plataformas entregaban su alma y números, o quizá por una cuestión de mero ocio estival, el tramo final de la primavera se está convirtiendo en la verdadera temporada alta de las series de televisión. O de dispositivo, si gustan versarse en neolengua. Así, al estreno de la espectacular cuarta temporada de “Stranger Things” en Netflix y al decepcionante primer vistazo de “Obi-Wan Kenobi”, de Disney+, hay que sumar a partir de este viernes la gran apuesta de Amazon Prime Video: la tercera temporada de “The Boys”. La serie basada en el cómic homónimo de Garth Ennis y Darick Robertson vuelve con tres capítulos, que luego se convertirán en uno por semana hasta llegar a los ocho totales de la nueva tanda de episodios.
Además de las novedades que ya conocíamos, como la incorporación al reparto principal de Jensen Ackles (”Supernatural”) y algún que otro momento musical que se nos adelantaba en el tráiler y que hacía prever las tesis con las que juega su creador y guionista principal, Eric Kripke, en la nueva temporada, “The Boys” prometía más y también mejor, tras una última temporada que, con más éxito que rechazo, se lo había jugado todo a un capítulo final revelador: Victoria Neuman, interpretada por Claudia Doumit, se había descubierto como la responsable de los múltiples asesinatos por explosión craneal que habían ido dando forma a la trama.
Sátira psicopática
Así el estado de la Nación americana, ese ente tan aceleracionista como caótico en el que industrias Vought parece haberlo copado todo, desde los consumibles hasta el Gobierno, la tercera temporada de “The Boys” es consciente del brío que se hacía necesario imprimir a lo argumental. Si bien los elementos gamberros y tromáticos siguen ahí (se hace casi pecaminoso acercarse al análisis de la serie sin contarles qué ocurre en sus dos primeras escenas, tan gloriosas como escatológicas), la exploración de los personajes es más compleja, menos infantil y, quizá, hasta más gris en su juicio moral.
Ya no podemos hablar de los malos y los buenos, nuestros “chicos” y los “súpers”, sino que todo se mezcla en un interesante ejercicio ético sobre la capacidad de evolución. Al contrario que otras series contemporáneas que lidian con la dichosa -si es que existe- cultura de la cancelación, “The Boys” hace comentarios explícitos, pero lo que de verdad importa es el subtexto: ¿Puede un racista dejar de serlo? ¿Es válida esa transformación? ¿Puede la misoginia dejar de ser un elemento importante en cualquier relación romántica o sexoafectiva entre un hombre y una mujer? ¿En pleno 2022? La mera pregunta, en una serie cuyo éxito se ha levantado esculpiéndole sesos y vómito a la cara al espectador, se vuelve increíblemente trascendental. Y eso es todo un acierto, una celebración casi.
Aunque irregular cuando se quiere acercar a tramas románticas menos complejas, esas que es imposible desarrollar si se quiere seguir de la mano con el público vivo en el comentario satírico, la tercera temporada de “The Boys” es un triunfo. No solo volvemos a sentir ese hormigueo de volatilidad constante que, por ejemplo, convertía su primer episodio en uno de los mejores de los últimos años, sino que además la serie consigue su primera gran diana respecto al elefante rubio, de barras y estrellas, que es El Patriota (”Homelander”). Antes vuelta de tuerca del héroe y luego exploración psicopática, el personaje central de “The Boys” es, en su tercera temporada, la excusa perfecta para que la serie borde su comentario sobre el poder en Estados Unidos en el último medio siglo. No hay un origen oscuro, una justificación endémica o una relectura inceloide de último minuto, solo hay un personaje (brillante, el polémico Antony Starr) frente a su propia sombra, acaso la de un mismo país sometido al caos meritocrático de la causalidad sanguínea.
Con mucho ritmo, mucha velocidad y una contextualidad que a veces da miedo (hay comentarios y giros de guion que podrían haberse escrito ayer), la serie sigue entregando adrenalina y casquería, dándole más peso al personaje de Neuman y dejándonos ver más de su relación con Stan Edgar (Giancarlo Espósito, nuestro Gus de “Breaking Bad”). No está claro hasta qué punto el espectador puede sentirse alienado con los numerosos momentos musicales de la nueva temporada, que parecen más un lujo onanista de Kripke que una necesidad argumental, pero si son capaces de entender la acidez de las letras, en los momentos idóneos, el viaje merece la pena. Del mismo modo, y sin entrar en el pantanoso territorio de los spoilers, bien podríamos hablar de la tercera temporada de “The Boys” como una revisión a mano alzada, en clave canalla y sin olor a esmegma de “Watchmen” —la película de Snyder, no el sacrosanto cómic— y también una respuesta a esa masa crítica que entendió el alejamiento de los postulados macho-orientados de Kripke como una ofensa. “The Boys” es para todos (incluso con “e” y hasta con “x”), siempre que sean adultos, y eso parece quedar claro como un postulado moral de los nuevos episodios.
Grandilocuencia aparte, y pese al breve arsenal de gesticulación de un Jack Quaid que a quien escribe todavía le resulta poco solvente como protagonista de los momentos dramáticos, “The Boys” es el espectáculo en el que, con toda razón, Prime Video deposita su cesta de huevos de cara al verano. Se hace complicado pensar en un mejor aprovechamiento del material original —más allá de los anunciados spin-off que amenazan con dar al traste con el chiringuito—, pero mientras dure habrá que aprovecharlo y cuestionarnos, capítulo a capítulo como espectadores, ¿debería alguien ser capaz de reunir tanto poder como un superhéroe?
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