
Estreno
"La acusación": Cuando el aula se convierte en un tribunal
El estreno de esta cina en Filmin muestra, con pulso firme y mirada lúcida, el lado invisible del miedo a enseñar

En el panorama audiovisual, a veces encontramos películas que parecen filmadas con bisturí, con esa precisión fría que no busca dramatizar, sino diseccionar. “La acusación”, dirigida por Teddy Lussi-Modeste y disponible en Filmin desde el pasado viernes, pertenece a esa especie poco habitual de cine que no alza la voz y, aun así, resuena con más fuerza que muchos discursos. Inspirada en una experiencia real de su propio director —también profesor—, esta historia se mete en la piel de un docente idealista que acaba convertido en sospechoso por una simple frase mal interpretada. Lo que sigue no es un juicio, sino un lento desmoronamiento.
Julien, interpretado por un impecable François Civil, es el tipo de profesor que todavía cree que la literatura puede salvar a un adolescente del tedio o del destino. Ese entusiasmo ingenuo se convierte en su mayor peligro. Su intento por conectar con una alumna, tímida y algo perdida, se transforma en un incendio moral que se propaga a la velocidad del rumor. Lo que en otra época habría sido una charla en el despacho del director, hoy se convierte en una tormenta de versiones, denuncias, tuits y silencios institucionales.
El filme no se pregunta quién dice la verdad, sino qué sucede cuando ya nadie escucha. En un mundo que ha perdido el beneficio de la duda, Julien encarna al adulto desarmado frente a un sistema que se protege a sí mismo con la consigna tácita del “no hagas olas”. Filmin la presenta como un thriller, pero en realidad es una radiografía de la fragilidad contemporánea: el miedo a hablar, a mirar, incluso a enseñar.
La cámara de Lussi-Modeste mantiene cierta distancia, como si temiera contaminar el testimonio, discreta. Esa neutralidad, lejos de enfriar la historia, la vuelve inquietante. Hay planos que parecen tomados de una grabación clandestina; otros, en cambio, se abren para que respire el desconcierto. No hay música que manipule ni giros de guion que nos conduzcan de la mano: el peso recae en la mirada de un actor que contiene más que explica. Civil logra un equilibrio poco común: transmite culpa sin ser culpable, confusión sin perder la dignidad, miedo sin teatralidad.
Lo más interesante de “La acusación” es que cada personaje lleva su propia dosis de verdad. La alumna que acusa, interpretada con natural vulnerabilidad por Toscane Duquesne, no aparece como una villana sino como una adolescente inmadura atrapada en una bola de nieve que ella misma no sabe detener. Incluso los compañeros del claustro, ese zoológico de frustraciones, reflejan un mundo donde la solidaridad se evapora en cuanto alguien pronuncia la palabra “denuncia”.
Teddy Lussi-Modeste, junto a la guionista Audrey Diwan, logra un tono contenido que evita el moralismo. El resultado es una obra que se atreve a mirar la complejidad de lo humano sin la necesidad de ofrecer absoluciones. Hay ironía, pero también una ternura escondida en los pequeños gestos, como si el propio director quisiera recordarnos que, pese a todo, enseñar sigue siendo un acto de fe.
Y entre tanta precisión narrativa, hay momentos casi domésticos que revelan la verdadera temperatura emocional: un kebab compartido, un silencio malinterpretado, un gesto de afecto que se vuelve prueba incriminatoria. Son esas pequeñas grietas donde la película se hace grande. En su aparente sencillez, “La acusación” es un recordatorio de que la sospecha se propaga más rápido que la verdad, y que la inocencia, en el siglo XXI, necesita abogado de oficio.
Filmin suma con este título una pieza incómoda y necesaria. No hay moraleja ni redención, pero sí una pregunta latente: ¿cuándo dejamos de confiar en los que enseñan? Quizá porque, como el propio Julien, todos hemos sentido alguna vez el vértigo de ser juzgados por mirar demasiado o por callar a destiempo. En un aula o en la vida, a veces basta con un rumor para que el mundo se tambalee.
La verdad, esa asignatura pendiente
Entre todas las lecturas posibles de “La acusación”, hay una que se impone cuando la pantalla se apaga: la dificultad, tan humana como contemporánea, de aceptar que la verdad no llega de golpe ni siempre del lado que esperamos. Lussi-Modeste evita los juicios fáciles y se adentra en los pliegues donde se esconden las medias verdades. Su película es, en esencia, una lección sobre la duda, la empatía y la fragilidad de lo justo. Quizá por eso, al final, deja un eco sereno, incómodo y profundamente necesario.
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