
Estreno
'Sin pantallas': ludismo contra los smartphones
Movistar Plus+ estrena este documental británico en dos partes que pone en evidencia los riesgos de su uso por parte de los niños

El agua moja, y los smartphones representan infinidad de riesgos potenciales para niños y jóvenes, que paradójicamente cada vez los usan más y desde una edad más temprana. En 2024, según datos del INE, casi un 70% de las personas entre 10 y 15 años afirmaban tener uno (asciende al 96% si consideramos sólo a los de 15). Por debajo de los 10, un nada despreciable 23% reconoce contar ya con un móvil y pleno acceso a redes sociales. Se estima que los niños en edad escolar pasan, fuera de dicho horario, unas 4 horas diarias de media delante de la pantalla, con estudios que las elevan a 6.
Todos estos datos señalan un problema, y echar un breve vistazo a redes como TikTok o pasear por las webs y foros a las que cualquiera puede acceder, lo confirman. Esto mismo, bien sabido por todo el mundo, es lo que debieron pensar en Channel 4 cuando decidieron lanzar 'Sin pantallas', un documental dividido en dos partes que llegó a Movistar Plus+ el pasado 24 de agosto. El documental sigue el experimento realizado en la Escuela Stanway, en Colchester, Reino Unido, consistente en privar, durante 21 días, a todos los alumnos de una clase de sus smartphones, de los cuales la gran mayoría hace un uso excesivo y bastante preocupante. Se unen a dicho experimento, por alguna razón que no entiendo, el matrimonio formado por Matt y Emma Willis, un par de hípsters (él es músico y ella actriz) sin relación alguna con la escuela pero que se muestran muy preocupados por los riesgos de estos dispositivos en la niñez.
Todos los alumnos serán evaluados al inicio y al final de la prueba, midiendo su capacidad de concentración, memoria, reflejos o comprensión lectora, y durante el desarrollo de los dos capítulos entraremos en sus casas para ver cómo llevan esta separación forzada, con reacciones que van desde el descubrimiento de nuevos 'hobbies' a una abstinencia casi comparable a la drogadicción. Es ahí donde reside el valor de 'Sin pantallas', en el tiempo que dedica a los niños protagonistas, cuyo carisma e inocencia sostienen la narración, precisamente porque son genuinos. Por contra, y ocupando una cantidad no pequeña de pantalla, tenemos a los Willis, cuyas apariciones se resumen en divagar sobre lo peligroso de un smartphone desde su casoplón a, sin duda lo peor, entrevistar a familias que han perdido a sus hijos como consecuencia, directa o indirecta, de las redes sociales. Estas entrevistas, además de no aportar nada que no sepamos al discurso, abrazan sin miedo el sensacionalismo, y revictimizan a unos padres y madres que no se merecen tener que revivir, con pelos y señales, cómo encontraron a sus hijos el día que todo pasó.
Este amarillismo es un síntoma de, para mí, el gran mal de 'Sin pantallas': la visión cínica y fatalista del tema que trata. Que para un niño de 11 o 12 años el mundo de Internet y las redes sociales es un riesgo nadie lo va a discutir, pero que la solución pase por una prohibición radical (no se ofrece ni plantea otra de forma clara en ningún momento) es, en primer lugar, irreal, y en segundo, desproporcionado. A lo largo de los dos episodios de 45 minutos que tiene el documental, no se menciona absolutamente nada positivo de esta tecnología. Como mucho, alguno de los niños comenta, de refilón, que le permite estar conectado a sus amigos. Este sesgo hace imposible plantear un debate, y acaba convirtiendo 'Sin pantallas' en un producto que predica para conversos, para 'abolicionistas' del móvil, pero que no hará que ninguno de esos niños (o de los adultos que tengan estos mismos comportamientos) se planteen nada más allá de la regañina de profe que les están echando.
Otra curiosidad es que, pese a lo enfadados que están los autores del documental con el problema, sean tan miopes a la hora de señalar sus factores. Pasar de puntillas por la responsabilidad de los padres se puede justificar porque, al fin y al cabo, no han aceptado colaborar para que se les señale, y en muchos casos sí se implican en que sus hijos hagan un uso seguro del móvil que ellos mismos les han hecho llegar, pero mirar para otro lado con las empresas tecnológicas y las instituciones (salvo TikTok, curiosamente de origen chino) no se entiende. Abordar esta causa no desde la regulación, la limitación o la responsabilidad empresarial, sino desde la prohibición absoluta, no deja de ser lo mismo que el señor mayor que protesta porque 'los chavales están todo el día con las pantallitas'.
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