
Estreno
«American Primeval», así sangra Estados Unidos
Netflix acaba de estrenar esta miniserie que arranca con la masacre de Mountain Meadows en 1857 con más de 150 muertos

El 11 de septiembre de 1857, muy cerca de Salt Lake City, más de 150 colonos fueron asesinados en un ataque que se cree fue llevado a cabo a instancias de Brigham Young, el fundador de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días (mormones). Aquel episodio ha pasado a la historia de Estados Unidos, como muchos otros momentos sangrientos, con el sobrenombre de la Masacre de Mountain Meadows. Esa idea es el germen de la nueva serie que está triunfando en Netflix, «Érase una vez en el oeste» («American Primeval»), un wéstern oscuro y sucio de tan solo seis episodios que no es para todos los públicos.
La acción nos sitúa en el Oeste americano un poco antes de lo que estamos acostumbrados en los wésterns tradicionales. Nos hallamos después de las guerras indias y antes de que los colonos se hicieran con la modernidad. Estamos en el sur de Utah en 1857 y el territorio se lo disputan los indígenas, los mormones, los pioneros y los militares. En esta tesitura conocemos a madre e hijo, una mujer de clase media, Sara Rowel) (Betty Gilpin), acompañada de Devin (Preston Mota), espera un transporte para llegar a su próximo destino. Han salido de su casa en Filadelfia y pretenden llegar hasta Crook Springs en California (1.400 kilómetros), para llevar al niño junto a su padre. Pero su viaje se complica desde el principio, ya que nadie quiere atravesar según qué tierras. Su llegada en tren retrasó su cita tres semanas desde lo previsto y todo su viaje se desmorona. Su primera parada es Fort Bridger, dirigido por el indómito Jim Bridger (Shea Whigham), que tampoco consigue encontrar solución ni compañía para la caravana madre e hijo. Ambos tendrán que acabar fiándose de un extraño ermitaño que vive a las afueras del fuerte, Issac Reed (Taylor Kitsch muy parecido a Sandokán). El choque entre la manera de ver las cosas entre escolta y señora serán una constante durante los episodios. La escena culminante del primer capítulo es la que nos ofrecerá el tono general de la serie. Por un lado la imagen cambia a una dura escena de la Masacre de Mountain Meadows con todo lujo de detalles en cortes de cabellera, degollamientos y golpes de hacha sin miramientos. Las escenas inusitadamente violentas se suceden sin descanso en la serie, lo que demuestra cómo es la manera de pintar la sociedad de mediados del siglo XIX. Pero la manera de escapar de los protagonistas también nos demuestra que no siempre se puede poner el guion como aliado. Aunque la imprevisibilidad de los muertos antes de cogerles cariño sorprende para bien.
Tras el suceso, que supuestamente perpetraron seguidores encapuchados de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (también conocidos como mormones), liderados por el gobernador de Utah Brigham Young (una irreconocible Kim Coates), la historia se divide en acciones paralelas. Antes de la matanza conocemos a una pareja de mormones recién casada, Jacob (Dane DeHaan) y Abish Pratt (Saura Lightfoot Leon). Una historia principal seguirá a madre e hijo junto a una invitada inesperada, Dos lunas (Shawnee Pourier), que huye de los abusos de su tribu, y la guía de Isaac, que a duras penas consigue detener las meteduras de pata que una y otra vez comete Sara. Y por otro lado, la trama seguirá el destino de la joven Abish en la escindida tribu de Pluma Roja (Derek Hinkey) y la búsqueda de su marido por todo el Oeste en una suerte de misión divina. La serie tiene muy bien controladas las escenas más duras. Asaltos, emboscadas, puñaladas, peleas, escaramuzas, episodios con cazarrecompensas y una buena colección de sociópatas están bien creadas por Mark L. Smith, guionista de «The Revenant» y dirigidas por Peter Berg. Las colocaciones de las cámaras en planos bajos casi a la altura del suelo y travellings aprovechando los exteriores hacen de la experiencia una conexión real. Tampoco falta una gran radiografía de la sociedad de la época con la gente matándose por menos de nada, donde no puedes fiarte de nadie y donde no puedes aspirar a nada. Subyacen una clase magistral sobre tribus americanas, y un soslayado protagonismo de la mujer, que además acentúa la actuación de Gilpin.
Los cruces sociales, políticos y económicos entre los grupos de población teje una maraña como una buena partida de ajedrez y para los incondicionales del «noir wéstern» puede funcionar. Pero recuerden «civilización y civilizado son dos cosas muy diferentes».
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