Toros
60 centímetros de ingenuidad
60 centímetros en tres heridas, con tres trayectorias, las que toma el pitón del toro en décimas de segundos, las definitorias, las arterias, sobre las que se sostiene la sagrada movilidad o el milagro de la vida. 60 centímetros de destrozos, de quemazón sumó en segundos Román en su cuerpo con el pitón dentro. Tercera cornada en lo que va de año. Sabe lo que es salir de la cama para torear. Inimaginable en la vida ordinaria. La extensa cornada no le quita la sonrisa porque, por suerte, no le agarró ninguna arteria importante, de las vitales, de las que se cruzan en el camino, de las que se convierten en historias desgarradoras como la de Manolo Vanegas a sus 25 años. Luchando contra todo, incluso contra él, en el Hospital de tetrapléjicos de Toledo.
Llegó la cornada de Román en Bayona cuando apenas nos reponíamos de la brutal de Joubert también en Francia. De esas que desgarran porque parten la vida. Le arrancó la femoral y no llegó un parte médico más allá del de la enfermería que por no decir no podía decir nada hasta pasadas las horas. Los ojos de la incredulidad vienen inyectados en sangre tras la muerte de Víctor e Iván. Barrio y Fandiño. Es la parte más dura de la Fiesta, el peaje que dicen, la contrapartida, toda la literatura que se quiera echar, porque todos saben que cuando se enfundan el vestido de torear el riesgo está ahí y la lamentación resulta pueril y barata, como cruel el escarnio. Sólo que ahora con la perspectiva del tiempo, de esos 60 centímetros (de herida), la memoria, que traicionera es en ocasiones, me ha devuelto la imagen de Lucía Etxebarría acariciando a dos animales que, al parecer, se interpusieron en su camino: «Para aquellos que decís que el toro es bravo por naturaleza. Esto son un toro y una vaca. Se me cruzaron en el camino. La tortura no es arte ni cultura». Y a estas altura del camino, el suyo, todavía no diferenciamos el manso del bravo. El que acariciaba, con sus cinco centímetros de pitón a lo sumo y engordando para carne, no tenía bravura para inferirle a Román los 60. Pero cómo contarle a Lucía tantas cosas.
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