Madrid
Antonio Ferrera: «Este San Isidro tengo delante un reto personal precioso»
El diestro, triunfador en Olivenza, matará las corridas de Adolfo y Victorino Martín
Como ese buen vino aterciopelado que mejora cada año en barrica, el toreo de Antonio Ferrera se paladea mejor con el paso de las temporadas. Su cosecha de 2013 fue excelente, reconocida como ninguna, y en los viñedos del buen toreo ya esperan descorchar de nuevo el sabor del triunfo de manos del extremeño. Olivenza, donde cayó herido en el muslo, y Valencia fueron los primeros sorbos a una temporada en la que San Isidro, tras rendirse Madrid a sus pies en 2013, tiene aroma y regusto caro. Adolfo y Victorino Martín, de un sólo trago. Ferrera es un gran reserva.
–Lo primero, ¿qué tal se encuentra de la cornada?
–Bien. Después del esfuerzo que realizamos para no perdernos Valencia, nos lo hemos tomado con más calma. Paré unos días y tanto la pierna como la herida ya están casi listas. Esta semana volveré ya a hacer campo y lo normal es que esté ya preparado.
–De nuevo en la parrilla de salida.
–Sí, listos y en el punto de partida. Afronto la temporada como los últimos años, con la ilusión inicial de que salga plasmado todo aquello que siempre sueñas con hacer en la plaza y que, en caso contrario, todo lo que me encuentre sea algo nuevo, por descubrir, pero que sirva para madurar aún más. Por ejemplo, el año pasado fue muy bueno y me ha aportado cosas nuevas e importantes para mi futuro.
–Así, a bote pronto, será un fijo, y bien colocado además, en el circuito de ferias.
–Sí y lo valoro mucho. Tengo una trayectoria a cuestas y mi carrera se ha ido compactando en los últimos años. Se ha hecho mucho más sólida y ha llegado la recompensa en los carteles. Estar en el circuito de ferias es lo importante, lo bonito de la profesión, donde quiere estar uno cada año para sentirse torero, porque es lo que añade ese punto extra de intensidad a la profesión.
–Habla de solidez, su toreo está en plena madurez.
–Los años me han ido macerando, siempre ha sido así con todos los toreros. Es lógico que se produzca una evolución. Pretendo dar libertad y naturalidad a mis temporadas, porque es la que permite construir hacia arriba, edificar con buenos cimientos. Por eso, estoy contento con el cariz que va adquiriendo mi carrera. Cada campaña ha sido un ladrillo más que me ha acercado más hasta donde estoy ahora.
–Madrid es el mejor ejemplo. El reconocimiento fue general, unánime incluso hasta para aficionados a los que parecía no convencer tanto su toreo.
–Sí, llegó mucho al tendido. Insisto en que todo lleva su tiempo, su proceso detrás. Llevo toreando en esta plaza desde que era un «sin caballos», muchísimos años ya, y he vivido de todo: desde la gloria de la Puerta Grande aquella tarde de los «Carriquri» a tardes muy duras en su momento, que pesan mucho, exigentes de verdad, pero que luego con el tiempo también te sirven.. Sin embargo, nada se asemeja a ese 2 de mayo del año pasado.
–¿Única?
–Fue un ir a más. Una lanzadera también de lo que me iba a venir después en mi otra tarde y en la Feria de Otoño. Comprendí que el poso de la madurez del que hemos hablado me ha llegado. Me hace muy feliz ver que mi sentimiento tiene eco en mí mismo y en la afición.
–Madrid crujió en la faena a ese segundo toro de su lote.
–Son faenas en las que te sueles quedar con el final, porque fue a más y el último tramo toreando sin la ayuda, tirada en la arena, fue muy emotivo. Pero hubo una lidia, una labor sesuda minutos antes hasta que rompió el toro, que no era tan claro en los primeros tercios. Salió muy en «Núñez»: creando desconcierto, imprevisible, si la gente ni siquiera quería que lo banderillease... Tuve mucha confianza en él, con paciencia y fe, por suerte, sacó ese buen fondo de este encaste y me permitió cuajar una de las faenas que me ha dejado un recuerdo más especial en mi carrera.
–Este año ha echado el órdago: Adolfo y Victorino Martín.
–Soy muy consciente de lo que hago. Aunque son dos divisas que acostumbro a lidiar, nunca he ido a las dos a la vez en San Isidro, pero un torero tiene que demostrar que le sobra personalidad. Recalco que en los últimos años he apostado por una de las dos, aunque la empresa incluso me ha ofrecido dos ganaderías más llevaderas, no he querido dejar de dar ese paso, ese extra. Ahora creo que es el momento, como dices, de lanzar el órdago.
–¿Por qué?
–Porque es un reto precioso. Trasciende lo meramente profesional. Son dos tardes que, suceda lo que suceda, se me van a quedar en la retina. Aunque no pase nada relevante, dentro de diez, 30 o 40 años quedará en consonancia, he lanzado la moneda al aire y se recordará. Personalmente, pasará algo parecido: miraré para atrás y admiraré este San Isidro convencido de que valió la pena.
–Entonces, ¿se puede hablar de gesto hacia la afición de Madrid?
–Puede ser, porque cuando el público te ha llevado a la cresta de la ola y te ha dado tanto, quieres devolverle cuanto está en tu mano. Sin embargo, yo no termino de verlo así. Lo entiendo más como un reto personal y emocional muy grande. Quiero seguir apostando en una temporada tan bonita como la que se me ha presentado y creo que es la mejor manera. Además, desde fuera se percibe de manera distinta.
–¿Cambia el prisma?
–Sí, porque al final, nadie me ha obligado, voy a torear lo que yo he escogido. Cuando se hacen estas apuestas, se magnifican mucho desde fuera, pero en realidad el torero no suele verlo así, porque ha salido de él mismo ponerse delante de ese Everest.
¿Ha visto en el campo las dos corridas?
–No, ninguna. Prefiero verlas pronto, muchos meses antes, cuando está el toro suelto de carnes a cuando está ya el toro apretado, a punto de lidiarse. Según se acerca más la fecha, me tira más la casa que el campo, aunque vaya a tentaderos. «Que tarde se ha hecho hoy, Victorino, ya es casi de noche, ya vemos la corrida otro día, no te preocupes...», suelo remolonear.
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