Feria de San Fermín
Cierre sin honores de una feria grande
Manuel Escribano cortó una solitaria oreja en la corrida de Miura en la clausura de San Fermín
Manuel Escribano cortó una solitaria oreja en la corrida de Miura en la clausura de San Fermín
Pamplona. Última de San Fermín. Se lidiaron toros de Miura, bien presentados en general. El 1º, noble, pero apagado; el 2º, encastado, repetidor y a media altura; el 3º, sin maldad, pero topa por arriba en vez de embestir; el 4º, complicado, repone por dentro; el 5º, brutote, embiste con todo y sin humillar; el 6º, de corta arrancada. Lleno en los tendidos.
Manuel Escribano, de grosella y oro, estocada punto trasera (oreja); y pinchazo, media baja (saludos).
Luis Bolívar, de blanco y plata, pinchazo, estocada punto delantera, dos descabellos (silencio); y estocada contraria, descabello (silencio).
Salvador Cortés, de grana y oro, dos pinchazos, media, veintiún descabellos, dos avisos (pitos); y estocada defectuosa, pinchazo, media, dos descabellos (silencio).
Decíamos a San Fermín adiós un año más y un año menos, y ya contagiados por la magia que se vive aquí con la vista puesta en 2016. Cerró el serial una corrida de Miura, que marcó el récord de dos minutos y cinco segundos por la mañana, pero con la que llegamos al ecuador del festejo sin grandes momentos ni relevantes pesares. Manuel Escribano fue fiel a su espíritu loco, con respeto, que le hace irse a la puerta de toriles cada dos por tres. O menos. Y también lo hizo en Pamplona, aunque este toro sea el icono de toro muchas tardes. Y de la divisa de Miura. A esa larga en la puerta de toriles le siguió otra más de rodillas en el tercio, pero el milagro para cerrar San Fermín llegó en el tercer par de banderillas. De raíz era inverosímil resolver aquello sin tragantón. Muy cerca del toro, pocos metros de distancia, sentado en el estribo y con un quiebro que a punto estuvo de dejarle el toro contra las cuerdas de la tragedia. Cuestión de milímetros, esos en los que reside la vida. Era éste un miura más bajo de lo habitual y que le apretaban más los kilos; al final sacó nobleza el toro pero sin motor, muy apagado. La entrega de Escribano no tuvo la respuesta en su oponente. Ya en el segundo par de banderillas del cuarto le puso los pitones en el corbatín. A portagayola se había ido otra vez. No fue Miura pastueño, le salió la marca de la casa y medio tomaba el primer tramo del muletazo pero luego reponía por dentro muy desagradable. Escribano tenía la mitad de la puerta grande abierta, pero el toro no la regalaba.
A Luis Bolívar le cayó el toro más encastado del encierro, que repetía en el engaño con motor, pero sin entrega en el viaje: a media altura. Le cuidó en varas y la faena de Bolívar contó con la firmeza y el trazo medio alto, pero no encontró la rotundidad en el ocaso. El quinto no tenía especial maldad en el embroque, pero era un pedazo Miura que embestía con todo y sin humillar. Poner la maquinaria en funcionamiento era imposible.
Salvador Cortés pasó un mal rato con un tercero, que no tenía peligroso el embroque, pero no quería embestir, se conformaba con topar sin pasar. Un calvario para todos vino después cuando corrieron los avisos y perdió el sitio con el descabello. Espectáculos así no ayudan. Quiso redimirse y dio dos pases cambiados al sexto por la espalda pero pronto le pegó un gañafón. El Miura tenía corta la arrancada, según dónde comenzara el muletazo el resultado era uno u otro. Cortés acusó la falta de rodaje y le pesó el toro del adiós.
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