Ferias taurinas
El premio de la cercanía
Sebastián Castella se hizo con un trofeo tras la faena más destacada a un toro bueno que duró poco en Las Ventas
Las Ventas (Madrid). Undécima de San Isidro. Se lidiaron toros de Jandilla. El 1º, bravo; el 2º, noble y sin fuerza; el 3º, paradote y deslucido; el 4º, complicado y con genio; el 5º, de buena condición pero escasa duración; el 6º, manso. Lleno de “No hay billetes”.
Juan José Padilla, de azul y oro, media, estocada, descabello (silencio); pinchazo, estocada corta, dos descabellos (silencio).
Sebastián Castella, de azul y oro, bajonazo (silencio); estocada corta (oreja).
Roca Rey, de blanco y plata, estocada fulminante (silencio); estocada (silencio).
Padilla venía a irse. Y ese paseíllo debe ser infernal. Madrid estuvo a la altura y le sacó a saludar después de casi una treintena de actuaciones en este ruedo y un cuarto de siglo como matador de toros. Debe ser un trago un San Isidro con la cara de vuelta. Incluso la temporada. Quiso su primer toro, de la ganadería de Jandilla, colaborar con la causa en los primeros compases y le dejó estirarse a la verónica y dejar un buen tercio de banderillas. Así la faena en los comienzos con un toro bravo, que evolucionó con ciertas dificultades al costarle despegarse de la muleta y reponer. Cumplió Padilla. Y tomó la espada. La misma que partió por la mitad, literalmente, en el primer encuentro. Y así se escuchó en el tendido. Padilla había cogido el camino de vuelta y Andrés Roca Rey el camino inverso para liderar el toreo. Es la revolución peruana que está llevando gente a las plazas y la ilusión a los tendidos. Vivió en Madrid el pesó de la púrpura mientras se jugaba los muslos con el tercer toro de la tarde, bajo de raza el animal. Volcánico fue el comienzo de muleta por estatuarios y, ahora sí, se pasó el torero al de Jandilla por detrás y si no es por que el diestro quebró la figura cual acróbata le hubiera atravesado. No crean que importó. Repitió. De nuevo. Y lo hubiera hecho. La ambición la tiene taladrada Roca Rey en algún lugar de su cerebro por encima del cuerpo. Como el toro no iba buscó el toreo a milímetros de los pitones y ahí Madrid, un sector del público, increpó la faena.
Geniudo y orientado fue el cuarto, que acudió al caballo con fuerza, y no le puso a Padilla las cosas fáciles el día del adiós. Ni el sexto a Roca, manso y rajado. En tablas cosechó los mejores pasajes, pero lejos de lo que se espera de él, que es mucho. Que es todo.
Fue Castella el que se llevó el gato al agua. O al menos a un sector del público. O a la inversa. Tuvo emoción la faena del quinto, que fue buen toro, con la pena, la pena mayúscula de que no durara. Con un pase cambiado por la espalda despegó el vuelo, un muletazo con el que debe romper las marcas de sus propias estadísticas. Veíamos las buenas condiciones del toro y nos las creímos felices. La mejor fue una tanda diestra. Justo ahí. Justo después. Quiso torear al natural. Se descompuso, perdió el engaño, partido además, nunca volvió a torear por ahí y al toro en ese instante se le destruyó también la magia de la bravura y se quedó seco. Tiró de arrestos el francés para montar la faena a milímetros de los pitones del toro. La estocada, en el centro del ruedo, y de efecto fulminante, le valió para el premio. Entrega tuvo. Con discreción había pasado con un segundo, que a la mínima que le apretaba se echaba al suelo. Nos quedaba feria. Y mucho que debatir sobre este ruedo venteño.
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