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Ferrera: de la angustia al delirio

El extremeño abre la Puerta Grande, a pesar de que falla con la espada una gran faena al sexto en su encerrona en Las Ventas

Antonio Ferrera sale por la puerta grande tras la corrida de la Feria de Otoño / Gonzalo Pérez
Antonio Ferrera sale por la puerta grande tras la corrida de la Feria de Otoño / Gonzalo Pérezlarazon

El extremeño abre la Puerta Grande, a pesar de que falla con la espada la faena de la tarde al sexto en su encerrona en Las Ventas

Apostó a lo grande Ferrera y estas apuestas te exprimen, te aprisionan las emociones y sitúan en el mismo disparadero del fracaso. Es difícil conciliar la doble vertiente. Son tardes de extrema dureza y no solo por los seis ejemplares, uno detrás de otro, que aguardan en toriles. La presión total del espectáculo es una bola difícil de digerir y en muchas ocasiones atenaza de tal manera que indigesta. Antonio Ferrera fue capaz de volver a Madrid por Otoño después de lo que ocurrió en mayo y hacerlo en una encerrona. Solo él. Para seis. Una gesta incluso catalogada de locura según el momento. Esta vida de locos. El mismo que se armó de valor para hacer el paseíllo en esta misma plaza después del terrible incidente del Guadiana y el mismo que logró enloquecer a Madrid. La tarde pesaba. La losa de Otoño. El tormento de los solos.

Ferrera en un lance con el capote

El de Alcurrucén fue una puerta fría difícil de atravesar, a la espera, de corta arrancada y a la defensiva. Faena resuelta y de protocolo para pasar a la del toro de Parladé que tuvo más movilidad, un caballo de alto que nunca llegó a humillar. El toro de Adolfo nos puso a cavilar. En los medios y barbeando de salida. Un salto a la garrocha al segundo intento nos sorprendió después para amenizar el espectáculo y a la vuelta, con el ambiente pleno de expectación que había dejado Fernando Sánchez con los palos, la faena se fue disipando. El toro era un cabrón por el derecho, paraba en seco todo lo que se pareciera a una embestida con franqueza; otra cosa era al natural que descolgaba, aunque había duelo en el envite, moneda al aire, Ferrera optó por la lidia y correr el turno al siguiente. Pasábamos al ecuador con los números tambaleando. El cuarto comenzaba esa cuenta atrás que asusta: la que nos acerca o aleja del fracaso. Y tuvo buena condición el bravo ejemplar de Victoriano del Río y buen fondo para mantenerse. En la distancia basó la faena: en los medios para lucir al toro, rebrincado en un principio, se ralentizó después. A pesar de que al final llegaron los mejores momentos no encontró la plenitud con el animal. Con la espada se emuló a sí mismo por el mes de mayo: a cuatro o cinco metros del toro en la suerte suprema. No quiso entrar la espada con el mismo efecto y el descabello se le atravesó. Un descarado toro de pitones de Domingo Hernández saltó al ruedo en quinto lugar. Espectacular Chacón en el par y llevando el toro al burladero a una mano. Explosión en el tendido. Y en partes de la faena. Tuvo cosas buenas el animal: repetía en el engaño y transmitía. De menos a más la labor y esta vez sí la estocada de efecto fulminante. Un trofeo le daba la mitad de esa Puerta Grande. Y aquí vino de pronto el quid de la cuestión. Al completo. Se fue a portagayola a recibir al toro. Y un lance a una mano fue como un fogonazo directo al corazón de Madrid.

Ferrera da un pase de pecho al sexto, de Victoriano del Río

Lo imprevisible fue un goce durante toda la labor. Un farol de rodillas para sacar al toro del caballo y así... Se le pidió banderillear. Y acabó por hacerlo, pero después. Marcando sus tiempos. Sus ritmos. Su protocolo interno. Pidió permiso para el cuarto y en el tercio con quiebro incluido se metió a la gente en el bolsillo. La faena fue una delicia desde el comienzo de rodillas a, y mucho más, cuando se puso de pie y compuso vertical, pausado, ligado y templado. Inspirado, rompiendo sus propias estructuras internas para recrearse en una tauromaquia reinventada a cada paso. Una trinchera después de dos o tres derechazos en la rectitud colmaron las ansias de un público que estaba devorando la faena a un gran toro, noble, repetidor y franco. La espada deshizo un hechizo que no había tenido fisuras. Aun así logró el premio que le abría la Puerta Grande de Madrid de par en par como ya le ocurriera en primavera. De la angustia, de los seis, de los saludos, de algún silencio... Al delirio. Madrid volvió a ser suyo. Y la Puerta Grande una locura de nuevo. El torero devorado. La tauromaquia tan vivida como sufrida.

Las Ventas. Quinta de la Feria de Otoño. Se lidiaron toros de1º, Alcurrucén, 2º, Parladé, 3º, Adolfo Martín, 4º y 6º, Victoriano del Río y el 5º, de Domingo Hernández. 1º, de corta arrancada y a la defensiva; 2º, movilidad, pero le falta entrega y sin humillar; 3º, peligroso por el derecho, humilla y de corto recorrido por el izquierdo; 4º, con movilidad y buen fondo, buen toro; 5º, movilidad, repetición y desigualdad en el ritmo; 6º, bueno. Tres cuartos de entrada.

Antonio Ferrera, de blanco y oro, media estocada (silencio); dos pinchazos, estocada, descabello (saludos); metisaca, estocada caída (silencio); estocada punto contraria, cuatro descabellos (saludos); estocada (oreja); media estocada, dos descabellos (oreja).