Valencia

Finito y Morante, la magia; El Juli, la ambición

Gran tarde de toros en la que el madrileño sale a hombros en la corrida «monstruo» de Valencia

Morante remata con un pase de pecho una de las tandas de muletazos de su faena al sexto toro de la tarde de Domingo Hernández
Morante remata con un pase de pecho una de las tandas de muletazos de su faena al sexto toro de la tarde de Domingo Hernándezlarazon

Valencia. Última de la Feria de Fallas. Se lidiaron toros de Garcigrande (1º, 4º y 7º) y Domingo Hernández, muy terciados de presentación. El 1º, de mala clase; el 2º, tardo y de ritmo desigual; el 3º, movilidad sin entrega y se raja a mitad de faena; el 4º, gran toro, bravo; el 5º, noble y de calidad; el 6º, noble y punto tardo; el 7º, deslucido y muy flojo; el 8º, de buen juego. Lleno de «No hay billetes».

Finito de Córdoba, de burdeos y oro, tres pinchazos, dos avisos, media (silencio); estocada (oreja). Morante de la Puebla, de mandarina y oro, cuatro pinchazos (silencio); aviso, tres pinchazos y estocada (saludos). El Juli, de rioja y oro, estocada (dos orejas); estocada (saludos). José María Manzanares, de rioja y oro, estocada, aviso (oreja); pinchazo, media, dos descabellos (palmas).

Es difícil no sólo ver sino imaginar el toreo a la verónica tan despacio como lo hizo ayer Morante. Y con las revoluciones intactas del toro recién salido de toriles. Hubo quizá tres por el derecho de volverte loco. Era el sexto, y veníamos de una faena de Finito que circulará por la memoria cuando nos inunde la vulgaridad, y será pronto. Una delicia. Morante se hartó de torear de capa. Hasta los medios, y para llevarlo al caballo después, tan fácil, tan bonito, con tanta expresión, con ese pellizco directo a la barriga, un arrebato de arte del que es difícil desprenderse. El toro embestía con lentitud y El Juli no renunció al quite que correspondía, a la verónica también, lo mejor fue sin duda, la interminable media con la que remató. Morante replicó, bendito sea el toreo por estos momentos, y dejó un quite por tafalleras, que no entra en su estilo, intachable, pura torería el de La Puebla. Como el prólogo por estatuarios y los derechazos y algún natural que rezumaba cadencia de principio a fin, hasta que perdió el engaño y también el ritmo de la faena a un toro noble, punto tardo, que quiso ser cómplice del sevillano. La espada no fue, como con el primero (tardo y de desigual ritmo), pero la gloria la habíamos palpado aunque hubieran sido momentos.

A Finito, que sustituyó a Ponce, hay que apuntarse este año de peregrinación. Un cero a la izquierda fue la labor que abrió plaza, toro de mala clase; un canto a la pureza, al clasicismo y al arte la del quinto, toro noble y de buena condición. Finito está serio, entregado y tiene el toreo en las entrañas. Es pura armonía, la verticalidad al servicio de la pureza. Nos regaló seis o siete muletazos para enmarcar, inolvidables de una faena distinta y muy personal. Tuvimos argumentos para reconciliarnos con el reino de la vulgaridad que en ocasiones nos gobierna.

La contundencia con la que El Juli se tiró a matar al tercero retumbó en el tendido. Se aseguraba así la puerta grande. Detrás dejaba una faena inteligente y resuelta a un toro que no era nada del otro mundo, pero que Julián supo meter en la muleta y convencer a la gente. Más cuando el toro se rajó y tiró de circulares. Locura colectiva. Con el deslucido séptimo, que tenía las fuerzas justas, pasó casi en blanco.

Toro bravo de verdad fue el cuarto de Manzanares, que lo quería todo y por abajo. El de Alicante nos lo descubrió a mitad de faena y cortó una oreja pero había más. Toro importante. Se movió el octavo con motor y sin la entrega del anterior, pero la faena de Manzanares resultó superflua y periférica. Habían pasado tantas cosas, que no valía todo, a pesar de que la envoltura de Manzanares sea impecable. La clase magistral de los «artistas» había desmantelado medio toreo, que para torear bien se requiere valor del bueno. Y el resto, cuentos.