Toros

Toros

Fortes, tan cerca del cielo con la de Victorino

Gran tarde del diestro que paseó un trofeo tras dos buenas faenas en la plaza de Madrid con decepcionante encierro

Saúl Jiménez Fortes durante la faena de muleta con uno de los victorinos
Saúl Jiménez Fortes durante la faena de muleta con uno de los victorinoslarazon

LAS VENTAS (Madrid). Domingo de Ramos. Se lidiaron toros de Victorino Martín, muy bien presentados en conjunto. El 1º, flojo; el 2º, de corto recorrido; el 3º, de mucho temple y bueno; el 4º, de buena clase pero sin ninguna fuerza; el 5º, complicado y deslucido; el 6º, manejable. Menos de dos tercios de entrada.

El Cid, de azul marino y oro, estocada punto contraria, dos descabellos (silencio); pinchazo, estocada, descabello (silencio).

Pepe Moral, de grana y oro, metisaca, pinchazo, estocada (silencio); dos pinchazos, media, aviso, dos descabellos (silencio).

Jiménez Fortes, de malva y oro, estocada (oreja); tres pinchazos, aviso, media, estocada (saludos).

Volaban los brazos tersos. Suaves. Como si no costara. Como si lo hubiera hecho miles de veces y no fuera un Victorino. Humillaba el toro. Lo cantaba. Pasa así con las cosas buenas que, de pronto, son un rayo de luz. Sol en las tinieblas. Lo meció Fortes. Tan suave que lo gozamos. Fue al caballo el toro. Pero hubo mentira y verdad. En la distancia. Pero sin empujar de veras y desentendiéndose después. El toro sacó mucho temple y humillación. Era un animal hipersensible. A la mínima se descomponía. Si fluía todo, el muletazo resultaba monumental. Jiménez Fortes fue todo suavidad, torería y verdad. Ajustado en los encuentros, en esos embroques repletos de pureza, buscando al toro con el pecho y con seda en las muñecas. Al natural hubo momentos enormes. Grandiosos los pases. El toro descolgado, al paso, todo tan lento. El toreo en el abismo y resuelto con grandeza para disfrutarlo sin más, porque nacía ahí, ante nuestros ojos. Buena fue la estocada. Y la oreja. Y la Puerta Grande a medio abrir en este frío Domingo de Ramos.

Jiménez Fortes ejecutando una suerte con el capote

Al sexto lo vio Fortes antes que la mayoría y al amparo del tercio le plantó la muleta al natural. Era un desafío. El animal. Y el viento que multiplicaba por mil las dificultades. No las veía el torero. O no las trasladaba. O no las quería ver. Al natural cosió los viajes del victorino, que iba y venía, se desplazaba el animal sin poner en demasiados apuros ni tampoco derrochar entrega. Le valía a Saúl en estado de gracia en este comienzo de temporada. Con la derecha se encajó y dejó muletazos de mucha belleza. No era una faena rotunda, era otra cosa. Aquello rondaba siempre en la autenticidad, en saber el verdadero valor de todo lo que estaba pasando. Se cruzó con el toro hasta los infiernos, porque hasta ahí estaba dispuesto a llegar. La espada no entró. Se sintió la decepción en el público en ese momento, a pesar de que a esas alturas del festejo andábamos petrificados de frío. Fortes estuvo tan cerca del cielo, con la corrida de Victorino, que no merece destierro, si no buen lugar.

El Cid dando un derechazo

Con un puntazo en la parte trasera del lomo salió “Moñudito”, el primer toro. El primer Victorino que comenzaba todo. Temporada en Madrid. El año de Las Ventas. La corrida. La tarde. El puntazo con la sangre visible ya hizo saltar las alarmas entre el público y mucho más cuando el toro del ganadero de Galapagar hizo lo indeseable para este hierro, y suponemos que para todos, perder las manos, y el poder. El Cid, su matador, dio cuenta después, en el momento de la soledad, pero en verdad poco había que decirse. Se desplomó el cuarto nada más comenzar. No le aguantaban los cuartos de atrás. Tenía clase el toro. Una pena. El Cid le hizo faena pero en esas condiciones no hubo mayores logros.

Pepe Moral durante la faena de muleta

No corrió mejor suerte Pepe Moral con el segundo que, justo de poder, medio pasaba por el derecho, irregular en el viaje y medía con ligereza en la vuelta por el izquierdo. Por ahí no perdonaba. Lo supo Pepe Moral. Lo sabía. Aún así lo intentó. Por uno y otro, mientras tanto la tarde se ponía desapacible en los tendidos y difícil por el ruedo. Tampoco el quinto, falto de entrega, le dio mayores glorias. La tarde, que llevaba el nombre de Victorino, se fue con el de Fortes.