Sevilla

Julián, príncipe en Sevilla con todos los honores

El madrileño indulta a “Orgullito” de Garcigrande, corta cuatro orejas y sale por la Puerta del Príncipe

El diestro Victor Puerto porta a Julián López "El Juli", que ha salido por la Puerta del Príncipe de la Maestranza de Sevilla
El diestro Victor Puerto porta a Julián López "El Juli", que ha salido por la Puerta del Príncipe de la Maestranza de Sevillalarazon

El madrileño indulta a “Orgullito” de Garcigrande, corta cuatro orejas y sale por la Puerta del Príncipe

Ficha del festejo:

Real Maestranza de Sevilla. Octava de abono. Toros de Garcigrande y dos de Domingo Hernández, el 2º y el 6º, bien presentados. El 1º, movilidad y repetición pero desigual en el ritmo y a menos; el 2º, encastado y de buen juego; el 3º, flojo y deslucido; el 4º, bueno pero de corta duración; el 5º, extraordinario y premiado con el indulto; y el 6º, con movilidad, encastado y derrotón.

Enrique Ponce, media, cuatro descabellos(silencio); estocada (oreja)

El Juli, estocada (dos orejas); indultado el quinto (dos orejas simbólicas)

Alejandro Talavante, pinchazo, casi entera trasera (silencio); tres pinchazos, media, media, dos descabellos (silencio).

Fue aquella loca tarde que quedará para la Historia. Porque son esos momentos los que nos hacen grandes, los que construyen una memoria histórica de la tauromaquia indestructible. La tarde de ayer, de hoy, ahí está ya. En la cima de Julián. El coloso Juli que se encontró con un “Orgullito” de Garcigrande para soñarlo. Y reventarlo. Juli estuvo rotundo. Sereno. Torero. Gallardo. Sincero. Bonito. Eterno. El Juli, a sus 20 años de alternativa, no entraba en sí de gozo cuando vio asomar por presidencia el pañuelo naranja. El mismo que permitía al toro volver a la dehesa salmantina después de haber acudido inagotable, con prontitud, en la distancia y ralentizándose después a la muleta de Julián arrastrando el hocico por el albero. Fue una faena de las que conmueven el corazón, las que nos disipan cualquier atisbo de dudas y en las que no entran en juego las cuentas, porque la cuentas no suman ni restan en el torbellino de emociones en el que nos perdimos al poco de empezar. Ya a la verónica cuando lo llevó al caballo. Se justificó el toro ahí en las dos varas. Meció la embestida del animal. Un delirio vino después muleta en mano. Tan despacio todo. Tan de dentro, tan para fuera. Tan de locos. Tan verdadero. Tan delirante a estas alturas seguir comprobando que el arte enfurece, alegra, enerva, excita, te levanta el trasero del asiento y ocurre que a veces hasta lo pies. Soñemos entonces. Y lo hicimos con los ojos abiertos. De lejos el toro acudía para frenarse al encuentro del engaño y hacerlo tan lento que fuimos partícipes cautivos de todo. De ese Julián relajado, vertical, casual, sabedor de la joya que tenía delante y dispuesto no a cuajarlo, sino a crear, a deleitarse sin la presión de otros tiempos. Y el toreo fluyó. El mejor. El más rotundo, inspirado, por derechazos, que se convertían casi en circulares improvisados. Tandas tan profundas, rebozándose tanto con el animal, que no necesitaban ni final, ni remate, ni pase de pecho... Una faena muy especial con su código propio, personal, personalísimo, mágico, sólo a la altura de las obras maestras. Un Juli colosal con un “Orgullito” fiel cómplice. Tras el pañuelo naranja y el delirio el propio torero acompañó al toro a toriles, juntos hasta el final tras una faena interminable. Le esperaba el viaje de vuelta al campo. Y dos trofeos simbólicos para el torero madrileño, que no dicen nada, casi resulta hasta vulgar cuantificar lo vivido. La Puerta del Príncipe a la vuelta de la vida. Del esplendor. El camino hacia el Guadalquivir. El señuelo de los sueños de los antiguos y los recién llegados. El mito. El hito. El volcán de emociones nos precedió para inundarnos. El toreo si sigue vivo es por esto, porque cuando es auténtico pone de acuerdo a todos y las emociones van directas al estómago y amenazan con quedarse. Para siempre. A prueba de traiciones de memoria.

A Justo, al ganadero, había brindado el segundo. Y fue el primer muletazo cuando dio un vuelco el corazón. La casta que tenía el toro, y con la que apretó al caballo, fue la misma con la que arrolló los pies de El Juli y le dejó vendido en la arena. Resolvió toreando de rodillas. A Justo, desde la otra punta, se le notó hiperventilar. Tuvo muchos matices el toro, tomaba el engaño por abajo, un punto a la espera, pero con extraordinaria calidad. Poco a poco fue El Juli cogiendo la medida al toro, con pasajes intensos y buen final. El doble premio se le pidió y entregó. Lo fuera de serie. Lo tremendo. Lo inolvidable vino después. Y de qué manera. Julián se hizo príncipe en Sevilla con todos los honores.

A Ponce le quemaban en el orgullo los dos primeros trofeos de El Juli. Y con sus 28 años de alternativa salió a comerse el mundo. Se le notó en esa primera tanda al cuarto, pasado de vueltas, de raza, toro y torero. Se ganó al público, pero el toro pronto avisó sus intenciones de rajarse y venirse a menos. El valenciano apuró lo indecible y le arrancó un trofeo. Poco había podido hacer con un primero que duró un suspiro.

La tarde no fue de Talavante. Ni con su segundo, que tuvo la fuerza justa, más o menos al mismo nivel que la motivación del torero, ni con el sexto, que tuvo motor y un derrote al final del muletazo. Demasiado desafío para esas tardes en las que no se está.

El Juli, tan torero, tan dueño, señor, celebraba por todo lo alto sus veinte años de alternativa. Ya dicen, que 20 años no son nada. Príncipe cabal. Y torero.