Feria de Bilbao

La invención de Urdiales y el recreo de Roca

El riojano firmó una importante faena y el peruano se templó y disfrutó con el sexto; Ponce sin opción

El diestro Andrés Roca Rey con su segundo, durante la corrida de la feria de Bilbao
El diestro Andrés Roca Rey con su segundo, durante la corrida de la feria de Bilbaolarazon

El riojano firmó una importante faena y el peruano se templó y disfrutó con el sexto; Ponce sin opción

Bilbao. Octava de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de El Puerto de San Lorenzo, bien presentados en conjunto. El 1º, noble pero muy flojo; el 2º, de media arrancada, humilla pero acobardado y agarrado al piso; el 3º, lastimado durante la lidia; el 4º, noble, desfondado y deslucido; el 5º, manso y deslucido; el 6º, noble y de mejor condición. Tres cuartos muy largos de entrada.

Enrique Ponce, de pizarra y oro, pinchazo, estocada (saludos); estocada trasera (saludos).

Diego Urdiales, de verde hoja y oro, buena estocada (oreja); cuatro pinchazos, estocada, tres descabellos (silencio).

Roca Rey, de grana y oro, estocada arriba (silencio); estocada (oreja).

A Dámaso González tributó la afición el minuto de silencio. No encontrabas a nadie que escupiera palabra maldita. Grande dentro y fuera el maestro. Al cielo brindó Urdiales la faena del segundo del que paseó un trofeo. Labrado. Ocurrían muchas cosas en muy poco tiempo sobre la arena negra de Bilbao. Eso era lo bueno. No estaba la cena servida, había que cocinarla a fuego lento y el resultado no estaba asegurado. De bueno sacó el de El Puerto de San Lorenzo la virtud de descolgar y coger el engaño por abajo. Siempre. De malo que le costaba un mundo repetir, acobardado y agarrado al piso. No sabemos cuánto tardó en intuir que había perdido la batalla. De mimo fue la faena de Diego. Cruzadísimo, como si en ese paso más allá no anduviera cautivo el descenso a los infiernos en ese frente a frente con el toro. Valor austero para que fuera los vuelos los que alargaran un viaje del toro que no quería ir. Y así una y otra vez. Partitura por escribir. Armonía total que encontró en la estocada el desenlace a la medida.

Un regalito fue el quinto, manso sin taparse, que no quiso caballo ni loco y se aventuraba antes a quitarse lo que encontrara a su paso del medio que a embestir con sentido de la bravura. Sin apenas castigo llegó a la hora de la verdad con Urdiales. Tuvo mal estilo el toro y además se partió una mano durante la lidia y a Diego se le atravesó la espada y de qué manera. Fue la tarde de pronto, papel prendido a mechero, y daba rabia porque no era un festejo cualquiera. Se veían las caras los triunfadores del ciclo y todo hacía pensar que no pisaban Bilbao para pasar la tarde.

Ni Ponce, casi tres décadas después de tomar la alternativa, igual ha tomado el camino inverso. Regresó a Bilbao 24 horas después y a pesar de que el primero tuvo nobleza pero rozaba la invalidez, dejó muletazos que querían descubrir la faena. Así fue el cambio de mano del comienzo y un ramillete de naturales que recordaban que Ponce estaba ahí, con la ambición intacta del día anterior.

No pudo hacer más con menos con el cuarto. Una pena ese imponente toro tan sumamente desfondado. Pero Ponce no quería renunciar. Y de ahí que lo intentara todo, a pesar de que el animal no se tenía en pie.

A Roca Rey le duraron las opciones cuestión de segundos. Apenas comenzaba la faena de muleta al tercero el toro se lastimó una mano y desapareció así cualquier pensamiento lúcido. La estocada le quedó arriba y a la primera. Decayeron los ánimos a velocidad de vértigo con el sexto. Y fue el que tenía premio. El que tuvo más ritmo y codicia de todo el encierro. Se reposó Roca en la faena y anduvo centrado, sobre todo por la derecha y más desajustado por la zurda, un tirón tenía su peaje. Fue un regalo con el contador puesto y no duró mucho, pero Roca apuró cada embestida con suavidad y temple y cuando al toro le flaquearon los ánimos resolvió en sus terrenos el desenlace que, además, encantó al público. La estocada sonó hasta la última fila y tocó pelo, a pesar de que se le pidieron las dos. Cambió la tarde. Esa en la que los toreros quisieron, a pesar de que casi todos los toros dijeron nones. También ocurre. Dos faenas dispares, pero salvadoras.