Valencia
La pervivencia de la tradición
Javier Cano y Sergio Domínguez cortan dos orejas cada uno ante un manejable encierro de Los Galos
Algemesí (Valencia). Novena de feria. Novillos de Los Galos, más que suficientemente preparados para rejones. Excepto el muy distraído y parado 1º, el resto fue noble y manejable. Tres cuartos de entrada.
Javier Cano, pinchazo, rejonazo, aviso (silencio); pinchazo, rejón trasero (oreja). Sergio Domínguez, pinchazo, rejonazo (oreja); tres pinchazos, rejón caído (ovación).
Entre las cuadrillas, destacaron Antonio Campanero y Vicente Núñez.
Continúa observándose la tradición en Algemesí y, aún en tiempos oscuros y agitados por la crisis, no se olvida ni se elimina el rejoneo en su Feria de las Novilladas. Un espectáculo que siempre tuvo gran arraigo en esta ciudad -todavía hoy dos viejos aficionados recordaban con nostalgia las grandes actuaciones de Manuel Vidrié en esta plaza en los años setenta- y que los nuevos modos ubican en un único festejo con dos rejoneadores mano a mano. Para la ocasión se preparó un encierro de Los Galos, muy afeitados, que, salvo el primer ejemplar, dio buen juego y resultó manejable en conjunto.
Ese garbanzo negro correspondió a Javier Cano en su primer turno. Distraído, a su aire, sin hacer caso a nadie y poniendo muchas dificultades al jinete, que tuvo que arriesgar mucho y sufrir varios alcances antes de matar. Voluntad y ganas no se le pueden negar.
Tampoco le prestó atención de salida el tercero, por lo que le costó mucho al rejoneador fijarle y clavar los rejones de castigo. Luego el astado fue repetidor y achuchó mucho, pasando Cano apuros y fatigas y llevándose sus caballos más de un golpe. Remontó en banderillas y a partir de ahí la gente ya estuvo con él, procurándole una oreja pese a matar de un rejonazo bajo y trasero.
Otra oreja se llevó Sergio Domínguez de su primero, un novillo que tuvo celo y acometió con intensidad y perseverancia. El riojano cumplió sin pasar muchos aprietos, entusiasmando sobre todo con las levadas de sus cabalgaduras y en los adornos finales.
El cuarto acudió pronto y presto a los capotes de los auxiliadores mientras el rejoneador se hacía esperar para saltar a la arena. Banderilleó con facilidad y eficacia, con mucha más tranquilidad, cumpliendo una labor sosegada y limpia. Más problemas tuvo para matar, ya que los revolcones que se llevaron en el tramo final sus peones pusieron al toro sobre aviso. Tres pinchazos necesitó antes de dejar un rejonazo muy caído, evaporándose así la posibilidad de una Puerta Grande que tuvo al alcance de la mano.
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