Feria de San Isidro
La tarde que pasamos por el purgatorio
Previsible corrida de decepción en el último compromiso de El Juli, con Miguel Ángel Perera y López Simón en San Isidro
Previsible corrida de decepción en el último compromiso de El Juli, con Miguel Ángel Perera y López Simón en San Isidro
Las Ventas (Madrid). Decimonovena de San Isidro. Se lidiaron toros de Vellosino, muy desiguales de presentación. Unos sin remate y otros con destartaladas hechuras. El 1º, noble y sosete; el 2º, rajado y tan noble como soso; el 3º, encastado y áspero; el 4º, noble y con el fondo justo; el 5º, descastado; y el 6º, sobrero de Domingo Hernández, humilla con movilidad y repetición. Lleno de «No hay billetes».
El Juli, de cereza y oro, media, cuatro descabellos (silencio); pinchazo, estocada, descabello (saludos con división de opiniones).
Miguel Ángel Perera, de azul cielo y oro, estocada caída (silencio); pinchazo, estocada baja (silencio).
López Simón, de verde hoja y oro, pinchazo, estocada tendida, dos descabellos (palmas); estocada (silencio).
Cómo sería la cosa que el regreso del toro a los corrales, con toda su parsimonia a cuestas, y a la segunda eso sí, fue lo más poético de lo que llevábamos de tarde. Era el sexto. Y fue al final de cuentas el sexto bis. Se sabía. Qué cosas. No pasó la corrida anunciada de Jandilla y cómo tenía que ser para que se aprobara una de Vellosino, que fue una escalera y no de emociones. Terciados los tres primeros, más grandullones cuarto y quinto, desproporcionado cuerpo y cara la del sexto. Un todo vale para el día de las figuras. Hay días que las perturbaciones se huelen en el ambiente y más si vienen avaladas por el baile de corrales. A pesar de que se cambió la ganadería titular, no se resintió taquilla, es lo que tienen también las figuras. Era en el sexto el turno de Alberto López Simón y a sus manos fue a parar un toro de Domingo Hernández. Fue éste el que le dio por embestir con más movilidad, más humillado y repetición. A la muleta de Alberto López Simón le floreció fragilidad y a falta de esa contundencia que acabara con la desidia acabó de condenar una tarde sentenciada de antemano. “Malagueño”, de Alcurrucén, rondaba todavía en la memoria, sobre la arena venteña de las emociones, de ese sabor que perdura, del que el aficionado sabe que puede vivir, reservas para tirar sin caer en el amargor. La felicidad de David Mora fue un milagro compartido. López Simón, que bien sabe lo que es la gloria vivida a través del sufrimiento en este mismo loco redondel de miedos y goce, se asomó al toreo en el tercero. El otro toro que al menos se movió más, con un fondo de casta y brusquedad que no siempre hacía fácil el toreo. La disposición fue plena; la fluidez para que naciera la rotundidad fue otra cosa. Al Juli se le quedó pequeño el reto de un primero terciado noble y soso; el cuarto grandullón y con otras hechuras tenía buen fondo pero con la casta tan baja que aquello era como un susurro. Difícil contagiar y más cuando el ambiente andaba a la contra. Lo intentó el madrileño en una faena de menos a más, centrado al natural, buscando un paso más allá lo que faltaba acá. Arrimón se metió para el cuerpo Perera con el descastado quinto. Nobleza y flojera tuvo el segundo con el que el extremeño exhibió oficio. Términos angustiosos cuando el recuerdo del día anterior sigue tan vivo, latiendo, en algún lugar, en todos los lugares. Había que purgarse. Y lo hicimos.
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