Toros

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Lo que cuesta ser torero: de repartidor para comprar un capote

Hablamos con dos alumnos de la Escuela José Cubero «Yiyo» sobre los sacrificios que hoy requiere su vocación.

Álvaro Martín y Reinaldo Gil, toreando de salón en la cubierta de la Escuela José Cubero «Yiyo», alojada en Las Ventas
Álvaro Martín y Reinaldo Gil, toreando de salón en la cubierta de la Escuela José Cubero «Yiyo», alojada en Las Ventaslarazon

Hablamos con dos alumnos de la Escuela José Cubero «Yiyo» sobre los sacrificios que hoy requiere su vocación.

La dureza se puede definir como la cualidad de resultar violento, cruel e insensible o como la resistencia que opone un material a ser desfigurado por otro. Ambas se solapan en el toreo. La dureza, que desgasta, que se mide en sangre, sudor y lágrimas, y la del diamante en bruto, la piedra que se pule día a día en las escuelas taurinas hasta convertirse en joya.

Hablamos con dos novilleros de 18 años de la Escuela de la Comunidad de Madrid José Cubero «Yiyo». Dos toreros que proceden de familias con antecedentes taurinos pero en circunstancias muy distintas. Álvaro Martín es hijo del matador de toros José Luis Seseña, por lo que ha convivido desde pequeño con el mundo del toro. Él es consciente de que la situación de su profesión es muy distinta a la que vivió su padre, pero asegura que «destacar sigue siendo igual de complicado que siempre. Para los mejores siempre habrá oportunidades».

Precisamente, de cambios y dificultades habla con pleno conocimiento Reinaldo Gil, novillero venezolano al que la oferta de ingresar en la Escuela de Badajoz le cambió la vida. Así describe él lo que significó dicha decisión: «Para cualquier torero venezolano ir a España es el mayor sueño que se te puede pasar por la cabeza. Ni me imaginaba poder visitar Europa».

Sin embargo, tras lograr lo que parecía imposible, llamar la atención de las miradas oportunas, un billete de avión le separaba de su sueño. Un billete que suponía un abismo para dos padres que a penas reúnen 15 € al mes. Pero ese billete no sólo logró acercar ambos países, sino también a la afición venezolana, que financió parte del viaje del becerrista.

Ya en Badajoz, con sólo 100€ en el bolsillo y 16 años, comenzó a ganarse la vida como pudo, desde trabajando en cuadras hasta de repartidor en la aplicación «Glovo», su trabajo actual y que ya ejerce en Madrid. Este novillero sin caballos que no recuerda lo que son los fines de semana, sabe perfectamente lo que cuesta esta profesión, y no sólo en esfuerzo sino también en cifras. «Para mí comprarme un capote nuevo es el capricho que me motiva a subirme en la bici cada día y cada noche. Unos trastos nuevos valen lo que gano en todo un mes».

Hasta ahora, Reinaldo no sabe lo que es ganar dinero con su vocación, sólo invertirlo, aunque asegura que es algo que se extiende a todos los escalafones. «En muchas plazas ni si quiera ofrecen el sueldo mínimo, por lo que realmente estás pagando por arriesgar tu integridad».

Además Álvaro, que ya pasa por otra etapa, a las puertas de debutar con caballos este verano, reconoce que «en caso de quedarte algún beneficio te ves obligado a reinvertirlo en arreglar algún material».

Este novillero español, tras muchos años completando su formación, es ya uno de los veteranos de la Escuela José Cubero «Yiyo», que hace un año pasó de depender del Ayuntamiento a la Comunidad de Madrid, justo en el momento en el que estuvo a punto de caer en el abismo. Desde entonces, la escuela ha doblado su número de alumnos. «Hemos pasado de tener 40 al doble en este año», comenta El Fundi, director de la entidad. «Ahora tenemos cuatro chicas, una de ellas ucraniana, que no habla nada de español pero que pone mucha atención». Allí se les prepara para ser torero y personas: «insistimos a los padres que lo primero son los estudios, que no tomen la escuela como excusa para faltar a sus obligaciones», admite. Con el respaldo de Plaza 1, empresa de Las Ventas, son muchas las novilladas que les pueden dar para su formación, sumados a los intercambios con otras escuelas, «entre unas cosas y otras llegamos a los 60 festejos y quince con caballos después para dar continuidad». Otra cosa viene después en el viaje en solitario. Esa travesía del desierto de las novilladas. «Los empresarios son reticentes a dar este tipo de festejos porque son deficitarios y los gastos son muchos», admite El Fundi.

A pesar de toda esta dedicación, ambos novilleros, que maduran y crecen a marchas forzadas, no sienten estar renunciando a una supuesta juventud. Algo que Reinaldo reconoce con sinceridad: «No me identifico con la gente de mi edad. Especialmente no soporto al joven de 20 años que aparenta 10 y que recrimina constantemente a sus padres».

Ahora ellos esperan poder seguir puliendo su talento y ser toreros de escuela.