Feria de Valencia
Lo que la realidad esconde
El Fandi y El Cordobés salen a hombros al cortar tres y dos orejas, respectivamente, en la novena de Fallas
Valencia. Novena de la Feria de Fallas. Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, bien presentados, justos de fuerza y de juego variado. Los tres primeros fueron repetidores y nobles, y los otros, más apagados y sosos. Más de tres cuartos de entrada. Finito de Córdoba, de azul marino y oro, estocada entera (ovación); tres pinchazos, dos descabellos, aviso (silencio). El Cordobés, de caña y oro, estocada entera (oreja); bajonazo (oreja). El Fandi, de azul noche y oro, pinchazo, estocada (oreja); estocada entera caída (dos orejas). Entre las cuadrillas, destacó Raúl Caricol en las banderillas del quinto de la tarde.
Quien no asistiese a la novena función del abono fallero y se guíe sólo por la ficha o los titulares sensacionalistas, pensará que esta corrida fue una brillantísima y emocionante manifestación del toreo como arte. Pero la realidad es terca y bien distinta. El público, mucho más numeroso que los entendidos, no echó cuentas a casi nada, entusiasmándose con cualquier cosa y aplaudiendo a todo. Hasta pidieron, y consiguieron, que se concediese una oreja después de un muy feo bajonazo y otra para premiar una faena rematada con un espadazo caído. Por no hacer muy largo el recuento de despropósitos.
Claro que para la empresa sólo cuenta la taquilla y no establece distingos entre un lego y un experto. Lo que se busca es hacer caja y no perder si únicamente fuesen a la plaza los que saben, o creen saber. Tampoco los toreros tienen culpa. Hacen lo suyo y lo que, por experiencia, tienen sobradamente probado que va a gustar a esos espectadores que sólo van a verles a ellos. Es su negocio y no lo van a tirar por la ventana por una crítica que, al fin y a la postre, ni les afecta ni les condiciona para nada. Pero, ya lo dejó dicho y escrito Kierkegaard: «El individuo se equivoca a veces; la masa, siempre».
Y se equivocó, si nos atenemos al canon, a la reglamentación, a la doctrina y a la ortodoxia, cuando se poblaron de blanco los tendidos para pedir la oreja, que abría la puerta grande para El Cordobés, al poner fin a una faena muy desigual y dispersa a un toro insulso y tristón con una estocada que se fue muy a los bajos. Nada que ver con la que cobró, en todo lo alto, para despachar a su primero, noble y repetidor, un muy buen toro, con el que, sin quietud y primando la cantidad por encima de la calidad, tramitó un trasteo a media altura, de medios pases y que tuvo su punto de ebullición con su versión del salto de la rana.
Y excesivas fueron las dos orejas que se llevó El Fandi del toro que cerró plaza, tan cuajado como flojo y distraído, al que banderilleó siempre a cabeza pasada y al que planteó una faena directamente efectista y de cara al tendido, si bien hubo momentos en los que se encajó perfectamente con él. Pero, asimismo, otros en los que estuvo muy despegado, enloqueciendo a la concurrencia con sus alardes y desplantes finales. Ya se había llevado otra oreja de su primero, que se quedó sin picar y, tras un tercio de banderillas en el que volvió a poner de manifiesto sus portentosas facultades físicas, dejando llegar mucho y, ahora sí, asomándose al balcón, fue incansable en la muleta, muy entero y acometedor. El Fandi, descargando casi siempre la suerte y sin fajarse con él, dio mucha fiesta a la gente, que aplaudió todo.
Tras muchos años ausente, Finito de Córdoba, de la mano de su nuevo apoderado, empresario al mismo tiempo del coso de Monleón, volvió a torear en Valencia. Cuidó mucho a su nobilísimo y blando primero, sacando muletazos templadísimos y a cámara lenta, dejando patente su clase y elegancia en una labor de gran emoción estética que no pudo consolidar al no soportar el astado mayores exigencias. El cuarto se paró pronto, y aunque estuvo mucho rato intentándolo, no pudo sino sacar algún que otro muletazo de buen trazo de manera aislada.
Al final, El Fandi y El Cordobés salieron a hombros, pero la plaza, su buen nombre, la calidad de su afición, baja muchos enteros. Y también la presidencia tendría que haber tomado cartas en el asunto y no hacer caso a unos espectadores que aplauden a rabiar hasta que la montera caiga boca abajo.
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