Feria de Bilbao

López Simón, épica tercera Puerta Grande

El madrileño regresa de la enfermería en una tarde heroica para cortar otra oreja de ley y salir a hombros en la segunda de la Feria de Otoño

El diestro Alberto López Simón, herido y con visible gesto de dolor, sale a hombros de la plaza de toros de Las Ventas
El diestro Alberto López Simón, herido y con visible gesto de dolor, sale a hombros de la plaza de toros de Las Ventaslarazon

Las Ventas (Madrid). Segunda de la Feria de Otoño. Se lidiaron toros de El Puerto de San Lorenzo, en el 4º se corrió turno y salió el 5º, devuelto por un sobrero de Valdefresno, bien presentados. El 1º, descastado; el 2º, manso, con bondad en la muleta; el 3º, rebrincado y sin clase; el 4º, blando y sin raza; el 5º, manso, pero con transmisión; y el 6º, lesionado. Casi lleno.

Diego Urdiales, de habano y oro, dos pinchazos, estocada casi entera (silencio); estocada (saludos); y estocada baja (silencio).

López Simón, de azul rey y oro, pinchazo, buena estocada (oreja); buena estocada (oreja); y dos pinchazos, dos descabellos (silencio).

Parte médico de López Simón: «Herida por asta de toro en tercio superior, cara posterior del muslo izquierdo, con una trayectoria ascendente de 12 centímetros, que alcanza pubis». Pronóstico «reservado».

Decía Víctor Hugo que la verdadera gloria no es vencer, sino convencer. Y Alberto López Simón lo lleva grabado a sangre y fuego. Tres Puertas Grandes, tres. Consecutivas. Una detrás de la otra. Todas en 2015. El madrileño le dio ayer una vuelta de tuerca más al guión del 2 de mayo. Entonces, tuvo que cambiar el quicio de los sueños y ese arco inabarcable del éxito por la camilla de una enfermería en la que también terminó ayer, de nuevo con el muslo abierto, pero tras paladear ese baño de multitudes, esa marea entregada al triunfo, que lo envolvió a hombros para salir por la calle Alcalá y devolverlo hasta la puerta del quirófano. De allí, «bajo su responsabilidad y en contra del criterio médico», había salido como un torbellino con una oreja ya en el esportón para perseguir su sueño sin trampa ni cartón. Heroica machada. Épica que roza la temeridad. Que cada uno ponga el adjetivo, pero si la verdad del toreo es aquello que emociona, que nos cala hasta el tuétano, López Simón contagió de este bendito veneno a más de veinte mil almas. Enseguida comprendimos que su doble apuesta en Otoño no era un trámite. Una chicuelina en el quite al primero de contener el aliento. Milimétrica. Ya en el segundo hizo su primer acto de fe al creer y apostar por un toro que nadie veía. Descompuesto, rebrincado y suelto en los primeros tercios, «Cubanoso» sacó buen fondo en la muleta del madrileño, que siempre se la dejó muy puesta para evitar que se rajara. Prendió la mecha una tanda por el derecho y, cuando el tendido se relamía, llegó la amarga y seca cornada. El pitón ensortijó el muslo izquierdo para hundirse en la carne y echárselo a los lomos. Resistió entre gestos de dolor para iniciar la gesta. Por el camino de la emotividad, se sucedieron las series presididas por la pasmosa quietud. Mató de buena estocada tras pinchazo y recogió la oreja camino de la enfermería. De allí, volvió para lidiar al quinto. Pura épica. Manso y rajado se fue a sus terrenos y echó la moneda al aire. Tragó para ligar la incierta arrancada de la res. En la segunda serie, el murmullo creció y Madrid crujió. Ese rugido que estremece. Cuatro derechazos y un pase de pecho cumbres. Toreo vertical. Las Ventas entregada en las series posteriores, no tan rotundas, y a los pies de López Simón después de un estocadón soberbio en la suerte de recibir. Segunda oreja. Tercera Puerta Grande. Con los deberes ya hechos, quedó inédito en el sexto que se partió la mano en el segundo muletazo del trasteo.

Antes, había roto plaza un entipado toro de El Puerto, que sangró una barbaridad en el peto del caballo. Se le picó trasero y no ayudó a romper a un burel que siempre salió de los engaños con la mirada por las nubes. Algo desentendido incluso. Defecto que se acrecentó con el paso de la lidia, pues, cada vez más rebrincado por el castigo recibido, soltaba un molesto gañafón a final del viaje. Diego Urdiales le buscó las vueltas e incluso logró ligarle una serie algo más limpia. Un trincherazo de cartel de toros. Poco más pudimos rescatar para ese paraíso de la memoria, porque la faena nunca logró tomar vuelo.

Tampoco lo hizo en el tercero por más afán y arrojo que expuso el de Arnedo. Esfuerzo importante, sobrio y fiel a su clásico concepto, que apenas tuvo calado en el tendido por la poca brillantez y nula transmisión de otro animal descompuesto en la acometida y sin celo. Había que robárselos de uno en uno y, eso, en Madrid, convierte la empresa en quimera. Llovió sobre mojado en el cuarto bis, un sobrero de Valdefresno del quinto, lidiado en cuarto lugar tras correrse turno. Si poca fuerza tuvo el del hierro titular, tampoco la regaló por arrobas el reemplazo. Justo y sin clase ninguna. Un Everest que escalar para el riojano que, resignado, terminó por arrojar la toalla. Con semejante lote, imposible repetir su tarde de 2014, cuando rozó una Puerta Grande a la que, este 2015, está abonado Alberto López Simón. Épica y estética. Tres de tres. Viaje de ida y vuelta a la enfermería con la gloria de la Puerta Grande como escala. Bendito sendero para elegidos.