Toros

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Los Miuras del lleno y la ingratitud

Pepe Moral saluda con el segundo, el toro de mejor condición, de un deslucido y mal presentado encierro en la Feria de San Isidro

Imagen de Rafaelillo al ser enganchado de la taleguilla por el primer toro / Cipriano Pastrano
Imagen de Rafaelillo al ser enganchado de la taleguilla por el primer toro / Cipriano Pastranolarazon

Pepe Moral saluda con el segundo, el toro de mejor condición, de un deslucido y mal presentado encierro en la Feria de San Isidro.

Las Ventas (Madrid). Vigesimoséptima de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de la ganadería de Miura, sin remate. El 1º, de poco recorrido; el 2º, noble y de buena condición; el 3º, va y viene por el derecho muy reponedor, sin entrega y complicado por el zurdo; el 4º, de corta arrancada; el 5º, de media arrancada y a la defensiva; el 6º, movilidad y transmisión pero sin entrega. Lleno.

Rafaelillo, de azul y oro, estocada que hace guardia, diez descabellos (silencio); media, dos descabellos (silencio).

Pepe Moral, de negro y plata, pinchazo, estocada, aviso, cuatro descabellos (saludos); pinchazo, estocada baja (silencio).

Román, de teja y oro, cuatro pinchazos, aviso, estocada, dos descabellos (saludos); estocada baja, descabello (silencio).

Hizo el tercero honor al nombre y de la pura furia de la sangre miureña se estampó contra el burladero de salida. Casi se mete. A capón. Miura había llenado Madrid el penúltimo domingo de San Isidro. Se ve el final, pero de lejos. Como a estos toros que por la alzada que tienen, a ras del suelo, sobre la arena, y elevándose 24.000 espectadores sobre los tendidos, el final se debe antojar un trago casi que amargo. Como si fuera un parapeto tomaba la capa el toro en el tercio de banderillas, no había entrega, defendía el toro y medía con los palos.

Era el turno de Román. A secas. Pasaba por allí por el derecho, sin el ritmo necesario para que la faena tuviera estructura y reponiendo. Lo que hizo que la labor no lograra alzar el vuelo. Exigía por el izquierdo y requería versión pro al defender la embestida por las nubes. La voluntad de Román no encontró la rotundidad de otras faenas y en este tipo de corridas va todo a la contra. Le fue después a él la espada. Sin duda, para Román fueron a parar la legión de toros atléticos y si su primero se estrelló sin remilgos, «Taponero» saltó el callejón a modo de presentación. Raudo anduvo el banderillero para saltar a la arena y un tipo de traje para hacerlo en el sentido inverso.

Es curioso ver el espectáculo (tranquilo, desde el tendido) como de pronto, en el caos más absoluto todo funciona como si antes de empezar hubiera un ensayo general. Tuvo movilidad el toro, geniudo y fiereza en el engaño que más que pasar se defendía, pero la gente había venido a ver los toros y eso quisieron. Román lo intentó. No había dos embestidas iguales y era difícil dar con una línea que permitiera el toreo y al final no hubo hilo conductor para la historia. Una historia que comenzaría y acabaría con una corrida mal presentada para la plaza de Madrid de una divisa legendaria y con una tendencia clara a la ingratitud.

Pepe Moral se llevó un dulce siendo vos quien sois: divisa de Miura. Tuvo nobleza el toro, buena condición y ritmo. De hecho, lo que le faltó fue fuste para que aquello acabara de trasmitir o pudiera rondar por los debates épicos que nos dejan la boca sin saliva. Pepe, que también tiene calidad, lo toreó bonito hasta que se fueron deshaciendo las emociones y los aceros tomaron un camino malo, que ya había empezado Rafaelillo. El primero de la tarde ya había marcado el camino con el capote, apuntar sin pasar. En esa franja se movía el primer Miura de la tarde. Lo supo Rafaelillo. Y le peso. Anduvo por ahí el murciano con oficio y se desmoronó con la espada, con la que sufrió una cogida descomunal. Poco remate tuvo el cuarto, como todos los demás. No son quilos, ni cara, es cuestión de seriedad y remate.

El toro tuvo media arrancada, medio viaje a ninguna parte. A Rafael le vino grande el toro y la gente aprovechó para ponerse de parte del Miura. En verdad no era ocasión ni para guerras ni para bandos. Ni para glorias ni grandes fracasos. Cayó en picado la tarde en el quinto. Poca presencia del toro, por fuera y por dentro. Impuso poco ese animal, que no quería pasar y en esa media arrancada se defendía. La faena de Pepe Moral no se alargó sabedora de que estaba todo el percal vendido. Todo o nada. Y en ese baremo sólo cabía la ruina. Tarde de ingrata. De venir al tendido con un buen puñado de tópicos aprendidos al dedillo. El llenazo lo vale todo.