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Luis Bolívar: «Torear no es físico, es un concepto espiritual»

El torero colombiano viene de triunfar en Pamplona; con Bilbao a la vuelta de la esquina este domingo

Luis Bolívar
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A los 15 años abandonó Colombia (Panamá, 21/04/1985) con una esperanzadora carrera de béisbol. Luis Bolívar lo dejó todo para instalarse en una pensión madrileña con una única misión: ser torero. Años después, acaba de triunfar en Pamplona. Está renovado y feliz. Se le nota.

–¿Se pasa mucho miedo en Pamplona?

–Cuando me avisaron de que iba a matar la de Miura ahí sí pasé miedo, pero luego Miura y Pamplona para mí eran la vida.

–¿Tanto había en juego?

–Era de las tardes que más compromiso tenía. Cuando estás empezando te da igual todo. Pero a estas alturas, hay momentos que, como decía Ordóñez, hay que olvidarse del cuerpo y que sea lo que Dios quiera. Cuando llegué al patio de cuadrillas disfruté mucho. Ya cuando estaba en la habitación estaba deseoso de ponerme el vestido.

–¿Y cómo se vive el encierro sabiendo que te vas a poner delante después?

–Pues hasta lo vi. Estaba pendiente de los recortes.

–¿Y cuando coge a uno?

–Demasiado poco ocurre...

–Después, por la tarde, al entrar a matar se quedó colgado del pitón...

–Por suerte, se giró el muslo del revés y no metió el pitón. Tienes que entrar a matar o morir. Son segundos en los que debes tomar una decisión y mi decisión fue esa.

–Se levantó afectado pero ahí estaba.

–Sí, estaba muy consciente, un poco ido... porque esa forma en que se me giró el muslo no es muy habitual.

–¿En ese momento sabe que no está herido?

–Sí. Cuando te hiere y lo hace con saña lo sientes.

–Desde hace seis meses entrena con César Pérez (que fue preparador de la olímpica Marta Domínguez).

–He tenido que esforzarme en ese aspecto para que cuando llegue la hora de vestirme de torero no llegue la hora de decir «tenía que»... Y más porque esto se está reciclando a un nivel tan alto que no me puedo abandonar a que no hay toros, a cómo está esto... De donde vengo yo hay crisis desde que tengo uso de razón. En casa me han enseñado que hay que levantarse a trabajar sí o sí y después si hay salud y con ambición todo es posible.

–¿Qué cambios ha notado?

–Yo me noto mucho mejor y espero que se haya notado en Pamplona. Creo que hay un cambio de actitud, soy el Bolívar de antes pero ahora más consciente.

–¿Y en el día a día sufre mucho?

–He tocado niveles entrenando en los que te da una pájara que no sabes ni dónde estás, te dan ganas de vomitar, llevas tu cuerpo al límite.

–¿Cuanto más fuerte se siente uno, más capaz es de estar delante de un toro?

–Todo no es el físico. Torear no es físico es un concepto espiritual. Es arte, unos más y otros menos. A veces uno pasa por rachas que no está al cien por cien centrado en muchas cosas y cuando las superas, se nota.

–¿Se mentaliza de otra manera para torear las corridas duras?

–Todo es distinto. Ya el toro es distinto. Yo tengo una imagen grabada de Padilla hace años en Santander con su hija que estaba delgado, no tanto como ahora, pero fibroso, marcado, y es por eso...Hay que tener mucha capacidad, son animales que no sabes de verdad cómo van a reaccionar... Pero no todo es el físico, si luego el corazón no va más allá...

–¿Qué espera de esta temporada?

–Seguir la marcha, el impulso de Pamplona. Para eso me he dejado los pies corriendo toda la mañana y entrenando. Estoy feliz, lleno y en paz y eso se nota.

–En su caso el invierno no se hace largo porque marcha a su tierra, Colombia.

–Me siento un privilegiado, yo sólo me quejo conmigo mismo, porque en algunos momentos he podido hacer más y no lo he hecho.

–¿Cuándo?

–En algunas tardes, en algunas etapas. Ahora veo que con confianza se quitan muchos complejos. Dudaba si iba a gustar a los demás y eso me afectaba. El que consigue quitarse eso a tan corta edad avanza tres veces más.

–¿El miedo a las cornadas en que lugar queda?

–La carne es carne. Pero hay una raya que se pasa y da igual todo. Te desinhibes e incluso lo provocas.

–¿Y asumes?

–No, no asumes porque si la asumes la estás esperando. En la cornada no se piensa, piensas en avasallar, avasallar y cuando avasallas viene el riesgo.

–¿Y cuando vienen?

–Las cornadas son mentales. Yo he tenido la gran suerte de que no me han tocado la cabeza aunque la de Valencia casi me costó la vida. Me tuvo seis meses en casa. Y eso es una locura.

–Le paró en seco su carrera después del boom como novillero.

–Me quedé fuera del circuito. Después de vivir la parte más bonita tuve que empezar a matar las duras.

–¿Y asumir eso?

–Costó más, pero era el único camino que me quedaba después de salir de mi casa con 15 años.

–En su Colombia todo estaba predispuesto para que su vida fuera el béisbol.

–Pero yo nací torero. Mi madre me parió torero. Fui un niño muy inquieto y tenía que quemar energía. A los 5 años me llevaron a la Escuela Taurina de Cali, pero con 5 años ¡cómo lo van a recibir a uno! Luego volví a los doce, pero venía de jugar una cantidad de nacionales de béisbol, que mis padres estaban volcadísimos para que diera el paso. Mi madre estaba buscando colegios en Nueva Jersey para que me fuera allí. Y cuando volví de República Dominicana de jugar le dije a mi padre que botara todo, que no quería nada de eso, yo quería ser torero. No volví a ver a mi madre en dos años.

–¿Por qué?

–Ella hizo todo para que me fuera y me cerré en banda y se molestó.

–¿Cuándo desembarcó en España entonces?

–Con 14 o 15 años me vine a una pensión para ir a la Escuela Taurina de Madrid. Era un becerro. Llegué tocando el santo. Aprovechaba toda oportunidad. Una vaca... Me montaba encima de la vaca.

–¿Qué se siente para que merezca la pena tanto sacrificio?

–Libertad. Saber que has tenido la capacidad de jugarte la vida. Todos nos jugamos la vida. Pero hay formas y formas y no siempre es lo mismo.

–¿Y el arte?

–Está implícito.

–¿Se ve techo?

–Ahora no, antes sí. He echado gasolina al cuerpo y lo he puesto más arriba de lo que lo veía antes.