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Feria de San Isidro

Madrid se rinde a un descomunal Roca Rey

El peruano abre la Puerta Grande tras un faenón al sexto, del que corta las dos orejas en tarde sublime en la que fue herido por su primero

Roca Rey al final de su faena al sexto al que cortó dos trofeos unánimes. Fotos: Alberto R. Roldán
Roca Rey al final de su faena al sexto al que cortó dos trofeos unánimes. Fotos: Alberto R. Roldánlarazon

El peruano abre la Puerta Grande tras un faenón al sexto, del que corta las dos orejas en tarde sublime en la que fue herido por su primero

Pasión hubo en la Puerta Grande hasta derribarle, hasta hacerle caer, como si fuera uno más de nosotros, y no era. Roca Rey había enloquecido Madrid por todos los poros. La emoción fue un torrente que lo inundó todo en una corrida que se recordará para los restos. La tarde de Roca Rey transitó la dureza del percance, la cogida, una tremebunda voltereta en la que el toro le despedazó el cuerpo, le hizo jirones la taleguilla, zarandeado para un sitio y para otro, entre los pitones del toro, los muslos, el cuerpo del torero viajó con una agresividad tremenda hasta salvarse. Se deshizo de él como si se la tuviera jurada: tremenda paliza. Poseído el de Conde de Mayalde, deshecho el torero sobre la arena de Madrid. Y mil dudas. Hasta costaba pensar que detrás de ese remolino de pitonazos no hubiera una cornada de gravedad. Empalideció Roca. Fue lo único que pasó, el único recuerdo del dolor de la carne. Estaba herido. Lo supimos después. Recobró el valor íntegro para volver a la cara del toro y hacerlo con la entrega de siempre, elevada a la enésima potencia. Se había transportado a otro mundo, a otro lejano en el que sólo es posible que ocurran cosas así, en el mundanal ruido nos abruma. Verdad descomunal la suya ante un toro que tenía un punto de incierto y más claridad al natural. Hasta se pasó de faena y la espada desdibujó la gesta, que era mayúscula. Se fue a la enfermería, allí le esperaba las manos de Máximo García Padrós, una cornada en el glúteo de 7 centímetros. Pidió alivio rápido, no quitarse, no irse, volver al desafío del ruedo. Y así fue con el sexto, esta vez de la divisa titular de Parladé. Y nos vino, nos pasó por encima de pronto una tormenta de emociones de las que tardas en recuperarte días, porque te han movido los cimientos. Nada ocurrió bajo los parámetros de la banalidad. Salió suelto el toro en los primeros compases de la faena hasta que de pronto, uno y otro, hicieron click y aquella ecuación resultó perfecta. Un viaje a las emociones, al rugido profundo de Madrid. Roca se había desquitado con dos o tres pases cambiados por la espalda de los que no dejan de ser un alarde de valor, pero se puso a torear. A torear de veras. Primero por la derecha, sometido el toro, roto y entregado a la muleta. Era imposible no hacerlo. La magia del toreo fluía ante las 24.000 personas que estábamos allí. El “No hay billetes” que el torero venido del Perú se había encargado de colgar. Lo cuajó por la diestra, en un palmo de terreno, temple exquisito y tan por abajo que aquello explotaba por la emoción. Se encontró también al natural, y en los cambio de mano, y en la eternidad de los pases de pecho a la hombrera y en el misterio de un torero nacido para revolucionar la Tauromaquia. Un auténtico elegido. Con Madrid en pie, el toro, extraordinario, hecho ya a su imagen y semejanza, nos puso el corazón a bombear, más todavía. Las bernadinas fueron de infarto. Tremendas, ajustadas, desafiantes, una locura. La locura de la ambición. Se fue detrás de la espada, como nos fuimos todos, no podía haber otro fin para lo que había pasado en el ruedo de Madrid. Las dos orejas fueron incontestables, como la Puerta Grande, un triunfo de verdad, un éxito con toda la verdad. Madrid se caía. Rendida.

Un momento de la cogida de Roca Rey

A estas alturas, el resto se convirtió en algo anecdótico, en una preparación para llegar hasta aquí. La conmoción general apenas dejaba hueco para la memoria. Arrasó con todo. Con aquella faena de El Cid a su último toro de San Isidro, está el torero de Salteras de despedida, que fue noble y a menos. Uno y otro. Y largo el trasteo y la muerte. Correcto con el primero, ligado y por fuera. Se le sacó a saludar. Esta plaza ha sido suya y Madrid si algo tiene es memoria. Una controvertida oreja cortó López Simón del segundo, que tuvo franqueza y recorrido en la telas. El de Barajas le fue buscando las vueltas y buscándoselas a él y aunque su toreo fue más cantidad que calidad bien es cierto que siempre quiso. Con la estocada cortó la oreja y dejó la Puerta Grande a medio abrir. Se la cerró la mansedumbre del quinto. Y luego vino un huracán llamado Roca, que acabó con todo. Acabó con todos. Rendidos. Y exhaustos. Esto sí es el toreo.

El peruano salió por la Puerta Grande

El protagonista de la tarde en un momento de su faena

Ficha del festejo:

Las Ventas. (Madrid). Novena de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de Parladé, . 1º, noble; 2º, noble y repetidor; 3º, sobrero de Conde de Mayalde, incierto y rajado; 4º, noble y soso; 5º, rajado y deslucido; 6º, encastado y muy bueno. Lleno de “No hay billetes”.

El Cid, de azul y oro, pinchazo, estocada corta y trasera, dos descabellos (silencio); media, descabello, aviso (silencio).

López Simón, de negro y oro, buena estocada, aviso (oreja); media estocada, descabello (saludos).

Roca Rey, de canela y oro, aviso, estocada defectuosa (silencio); buena estocada (dos orejas).

Parte médico de Roca Rey: “herida por asta de toro de 6cm. en tercio superior cara posterior muslo derecho que rompe fascial superficial y lesiona musculatura isquiotibial. Contusiones y erosiones múltiples. Es intervenido quirúrgicamente en la enfermería de la plaza de toros bajo anestesia local”