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Manzanares toca con los dedos la Puerta del Príncipe

Corta una oreja en la alternativa de Alfonso Cadaval

Manzanares dando un pase de pecho, hoy, en Sevilla / EFE
Manzanares dando un pase de pecho, hoy, en Sevilla / EFElarazon

Manzanares tuvo en la mano la posibilidad de abrir la Puerta del Príncipe de Sevilla y de redimir una temporada de profundos claroscuros. La suerte corrió a favor del alicantino al llevarse dos de las tres perlas de la corrida, especialmente el quinto de nombre «Retornero». El de Juan Pedro retornó una y otra vez como una constante pleamar a la muleta de Manzanares, con el tranco noble de la bravura. A la faena le faltó probablemente redondez, ese salto que va de la llamarada al incendió, pero creció -esta vez sí- con una tanda por el pitón izquierdo en la que crujió la plaza como en los momentos de ese idilio con la Maestranza del que quedan aún rescoldos. Cuando el toro comenzó a desfondarse trató de sacárselo en un circular invertido por la espalda y entonces fue cuando el conato de tragedia comenzó a correr de su parte. El toro se lo echó a los lomos en un descuido en el que quedó abatido en el ruedo, sin armas. No fueron suficientes los vuelos del capote que le tendió Luis Blázquez. El de Alicante acabó como un muñeco de trapo volando por los aires. Se enfadó Manzanares contraatacando con unas manoletinas y se rindió el público sobrecogido por el feo volatín. Se encasquilló el fusil cuando citó para matar recibiendo. Lo del tercero fue otra historia. Una oreja en la que Manzanares no estuvo bien sin estar mal. El «deja vu» de los tres y el de pecho a los sones de «Cielo andaluz» tantas veces repetido. «Noramalo» se llamó ese tercero que llevaba en el nombre la vitola de su condición. No era malo, no. El de Juan Pedro -buena corrida de Juan Pedro- acudió templado y con codicia a los vuelos de la muleta de José María Manzanares. En varas ya cantó que era de premio y por eso Paco María le levantó el palo en el segundo viaje. El acero dejó la partida en tablas.

Imagen de la toma de alternativa

La historia parecía que iba a repetirse por ese designio caprichoso del destino. Morante esperó al cuarto sentado en el estribo, enrollado en el capote como en una de las famosas imágenes en blanco y negro que quedan de Joselito El Gallo. Era el último cartucho de la última corrida, igual que en 2016 cuando el de la Puebla consiguió redimir con una faena de ensueño la feria de su vuelta a Sevilla después de dos años de ayuno. El amago del galleo del bú prologó unas chicuelinas en las que Morante bailó con el cuerpo entero, como decían que bailaban las flamencas en el café de La Escalerilla. Fue una ascesis y una caída. No tuvo la posibilidad de sacarse la espina en la muleta. Ni siquiera en el quite del perdón que intentó en el sexto.

El toro de la corrida no fue el de la ceremonia de la alternativa -brindado al padre y mentor- sino el último que saltó al ruedo. Alfonso Cadaval disfrutó de una ceremonia de lujo pero no de las mieles del triunfo. Su primero se desfondó y en el sexto hubo más precipitación que aplomo, probablemente más corazón que cabeza. Brillaron algunos naturales y las ganas de componer bien la figura. Acabó San Miguel. Sevilla echa (casi) el telón.

Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. 23 de abono. Última del ciclo de San Miguel. Lleno en tarde soleada. Se lidiaron seis toros de Juan Pedro Domecq. Destacaron el sexto, quinto y el tercero, por este orden.

Morante de la Puebla, blanco y azabache: estocada corta (silencio); Estocada (ovación).

Jose María Manzanares, vino tinto y oro: Estocada (oreja); tres pinchazos y descabello tras dos avisos (vuelta).

Alfonso Cadaval, espuma de mar y oro, que tomaba la alternativa: Estocada (ovación); pinchazo y estocada (vuelta al ruedo).