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Ferias taurinas

Memorable tarde de Manzanares, Talavante y Cuvillo en la despedida de Padilla

El gaditano abre la Puerta Grande con un corridón de toros y grandes actuaciones de Josemari y Alejandro en el cierre de Zaragoza

El diestro Juan José Padilla sale a hombros por la puerta grande de la Plaza de La Misericordia. Foto: Efe
El diestro Juan José Padilla sale a hombros por la puerta grande de la Plaza de La Misericordia. Foto: Efelarazon

El gaditano abre la Puerta Grande con un corridón de toros y grandes actuaciones de Josemari y Alejandro en el cierre de Zaragoza

Ficha del festejo

Zaragoza. Última de la Feria del Pilar. Toros de Núñez del Cuvillo, muy bien presentados. 1º, con movilidad, nobleza y punto desentendido; 2º, bravo y bueno; 3º, bueno; 4º, extraordinario; 5º, noble y a la espera; 6º, noble y repetidor, le falta final. Lleno de “No hay billetes”.

Juan José Padilla, de blanco y oro, estocada punto contraria, aviso, seis descabellos (silencio); aviso, estocada trasera, segundo aviso (dos orejas).

José María Manzanares, de azul marino y oro, estocada (oreja con petición de la segunda); pinchazo, estocada corta, aviso (oreja).

Alejandro Talavante, de blanco y oro, pinchazo, estocada trasera (oreja); estocada, aviso, tres descabellos (fuerte ovación).

Aquella noche fue larga, interminable, angustiosa... La noche que vino después de la tarde del 7 de octubre de 2011. A la cogida de Padilla en esta misma plaza. Al horror del percance del ojo que después le cambiaría la vida y le convertiría en un icono. El Pirata Padilla. Y le daría otra vida en los ruedos. Tuvo antes que superarse a sí mismo delante del espejo. Superar el drama y enfrentarse al hombre. Y luego ponerse el vestido de torear. Muchas veces ha dicho Juan José que fue el torero el que salvó al hombre. Y aquí volvía hoy. Como lo ha hecho año tras año a esta misma plaza, al lugar de los hechos, como volvió aquí en su día a poner el par al violín al toro que saliera por la puerta de toriles, de esa misma forma en la que aquella tarde resultó herido. Dispuesto Padilla cada mes de octubre a repetir los caminos, a desandar los pasos del miedo, a recorrer los silenciosos calvarios, a desafiarse a gritos, a veces recién operado, otras adaptándose a una nueva etapa, a una nueva dimensión que la vida le interpuso en el camino. Juan José Padilla hoy decía adiós. Adiós al toreo. Adiós a enfrentarse cara a cara al miedo, tal vez. El toreo ha sido el lugar donde cobijarse cuando los pilares se tambaleaban, pero al guerrero le ha llegado el fin del trayecto. Y la plaza se vino abajo cuando apareció, casi a la vez que la lluvia se hacía torrencial afuera. El estruendo fue apoteósico. Se cerraba un círculo, tan mágico como doloroso. El primer Cuvillo tuvo movilidad y nobleza con ese punto de desentenderse y querer irse. Padilla dio lo que tenía y lo mató. Disfrutó con un cuarto extraordinario y paseó el doble trofeo, que el presidente ha negado durante toda la feria. Gozó la vuelta al ruedo, el interminable cariño del público, la admiración, se amarró las mil y una banderas que le tiraron... Era la última. Y las más emotiva.

La tarde voló alto. Pedazo corrida echó Cuvillo. Bravo fue el segundo y repetidor, que disfrutaron las manos de Manzanares. Por ambas embarcó la brava embestida del toro con empaque y conexión con el público. Bellos los remates. Torero siempre. Hasta en la suerte suprema. Se tiró. Lo mató. Y herido de muerte se llevó por delante al banderillero “Suso” para sustazo general. Se le pidieron dos. El presidente, en modo dictatorial, otra vez, volvió a desatender la petición. Y van... Pero toreo hubo. Y del bueno. Cosecha para el invierno. A la que sumó Talavante para llenarnos. A una mano paró al tercero con el capote. Y una sola mano necesitó para conquistar Zaragoza. La zurda. Al natural. Desde el cartucho del pescao, impecable, al recital que vino después con un toro que transmitió mucho por su movilidad y codicia y punto derrotón. Ni un segundo nos atrevimos a rozar el aburrimiento. En la serie diestra y una inverosímil arrucina encontró el fogonazo del público. Serio y sólido hasta el final. En las cercanías. En la verdad. Talavante, con menos espada, había dejado una faena preciosa.

Más disperso fue el quinto, noble y a la espera, pero crecieron juntos Manzanares en la faena tan suave como sedosa con un final maravilloso. La espada no quiso con su contundencia habitual, el toreo había venido antes. Armonía y belleza tuvo la faena de Talavante desde los inicios al sexto, como temple y nobleza el toro. Inspiración y torería fue lo que vino después para compensar esa falta de gas que tenía el Cuvillo. Lo gozó. Y lo gozamos. La tarde había sido grande. Memorable por momentos. Una tarde mayúscula, como el espadazo de Talavante, que no le hizo justicia. Y Padilla se fue a hombros de sus propios compañeros, no sin antes besar la arena, aquella en la que creyó morir, donde perdió un ojo, vio derrumbarse las emociones y resurgió como hombre, torero e icono de la vida. Así de caprichoso es el destino. Hoy, ayer ya, se iba el torero. Se fue. Con el reconocimiento de la afición y el “no hay billetes” colgado en taquillas. A veces ocurre. A veces la vida.