Feria de Bilbao
Miura gana crédito en su regreso a Madrid
«Zahonero» fue el toro más importante de la tarde en la vuelta de la legendaria divisa después de nueve años
Las Ventas (Madrid). Última de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de Miura y un sobrero (5º) de Fidel San Román, corrida grande y espectacular de presentación. 1º y 4º, de corta arrancada y sin humillar; el 2º, toro importante, de apostar, con mucha movilidad, transmisión, poder, se emplea más por abajo por el izquierdo; el 3º, de calidad y poder justo; el 5º, movilidad sin clase y con problemas; el 6º, rebrincado y de mala clase. Lleno de «No hay billetes».
Rafaelillo, de turquesa y oro, tres pinchazos, media, aviso, descabello (silencio); estocada contraria (silencio). Javier Castaño, de espuma de mar y oro, estocada, descabello (pitos); pinchazo, estocada, dos descabellos (silencio). Serafín Marín, de azul cielo y oro, media, aviso, descabello (silencio); pinchazo, estocada baja, descabello (silencio).
Nueve años había estado la divisa de Miura en el exilio de Madrid. Y volvió con todo el cargamento. Toros grandes, serios y con pitones interminables en cabezas infinitas. Eran los toros de la leyenda en la capital del toreo para cerrar San Isidro. 31 tardes dejábamos atrás. 31 festejos ininterrumpidos, sin descanso, en este serial ya para la historia con un triunfador por encima de todos: Miguel Ángel Perera, cinco orejas en dos tardes, dos Puertas Grandes consecutivas. Dos triunfos incontestables en un Madrid cambiante y extraño. Ayer, en el cierre, «Zahonero», el segundo toro de la tarde, dejó respirar a los ganaderos. Ya habían pasado la prueba de Madrid, superada la de los corrales que también tiene su miga. «Zahonero» fue en tres ocasiones al caballo, cada vez un poco más lejos, y en todas ellas cumplió. Lo lució sin remilgos su matador Javier Castaño. Pero luego había que torearlo. Y más cuando se desmonteró su cuadrilla, como ya es hábito. Qué torero y cómo clavó en la cara Fernando Sánchez. Era toro importante, con todos sus matices, volaba en la distancia, pronto al cite, raudo y veloz, en esa movilidad no estaba la entrega, sí la transmisión, lo que pasaba en el ruedo calaba pronto pero era arma de doble filo. Un tornillazo en el tercer o cuarto viaje recordaba que lo que ahí ocurría se podía truncar en una décima de segundo. Era faena inquietante de Madrid. Castaño siguió el patrón que gusta aquí y que le iba al toro, el de la distancia, el cara a cara con tierra de por medio, lo malo es que cuando llegaba el momento de la verdad, la reunión, el encuentro, el desenlace, en ese derrote del Miura siempre encontraba muleta y cada tanda se fue perdiendo en una vorágine de enganchones a la espera de que no fuera así. Cuando se puso por la izquierda descolgó el toro más e incluso se redujo, tenía otros tiempos, otro aire. Esa falta de temple en la faena le fue atrapando y acabó fundido. Perdió la ocasión y estas son las que resuelven la temporada. «Zahonero» se llevó la ovación y a Castaño le esperó después un sobrero de Fidel San Román, que tenía peores artes en la movilidad que el que se había llevado de Miura. Éste sí que no bajó la cara y esa dureza de embestida buscaba recortar el viaje antes de tiempo. No se alargó en exceso. No era éste el momento. Marco Galán lo había lidiado de miedo. Más a favor imposible.
Serafín Marín se fue de Madrid con un lote antagónico. El sexto cumplió con la fama y sacó mala clase en la muleta, rebrincado y sabiendo que algo dejaba atrás. Porfió Serafín en su única tarde venteña. Único cartucho. El tercero fue el toro con calidad de la corrida, ponía la cara abajo al principio del viaje y lo quería hacer hasta el final, con el poder justo, la embestida tenía mucha calidad. Difícil encajar esas piezas en una corrida de Miura, con la psicosis que se suele tener por una parte y la predisposición del público a ponerse de parte del toro por otra. Serafín fue buscando una por una las teclas para dar con la adecuada. Lo intentó cerca y también de lejos y en verdad sacó muletazos muy suaves y templados, pero sin llegar a conectar con el público.
Rafaelillo dio con los dos toros más desiguales del encierro, los dos más mediocres. El primero pasaba por allí y mientras iba regalaba un cabezazo, y con los pitones que tenía por delante era un susto, aunque en verdad lo hiciera sin fuerza ni intención. Como no podía empujar por abajo, se defendía por arriba. Cumplió en varas el cuarto, pero duraron poco las ilusiones al final. El toro perdió el fuelle y fue acortando el viaje antes de que la faena de Rafaelillo lograra despegar. Miura regresó a Madrid nueve años después y San Isidro 2014 cerraba sus puertas. Llegó la hora de meditar. No obstante, la temporada sigue, el mismo sitio, a la misma hora, el próximo domingo.
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