Logroño

Morante, al margen de la ley

El sevillano corta el único trofeo en una sorprendente faena en el mano a mano con Perera

Derechazo de Morante de la Puebla durante su faena al quinto en el coso de La Ribera de Logroño
Derechazo de Morante de la Puebla durante su faena al quinto en el coso de La Ribera de Logroñolarazon

Logroño. Segunda de la Feria de San Mateo. Se lidiaron toros, el 3º, como sobrero, de El Vellosino, correctos de presentación. El 1º, noble, rajadito y justo de poder; el 2º, lesionado durante la lidia; el 3º, deslucido; el 4º, manejable y rajadito; el 5º, noble, de buena condición pero flojo; y el 6º va y viene sin ritmo. Menos de dos tercios de entrada.

Morante de la Puebla, de berenjena y oro, dos pinchazos, aviso, estocada, descabello (saludos); tres pinchazos, estocada corta (pitos); estocada baja (oreja). Miguel Ángel Perera, de turquesa y oro, pinchazo, descabello (silencio); pinchazo, aviso, estocada (saludos); estocada, dos descabellos, aviso (saludos).

¿Un mano a mano? ¿Dónde? ¿Qué? Ni rastro. Hasta que salió el cuarto y tampoco dio el paso al frente de verdad en la excepción llevábamos en lo alto una legión de inválidos de Vellosino. A Morante, cuando le quedaba ya el último animalito por despachar, le vimos hacer cosas distintas. Ya de salida. Un canto a dar la vuelta al sino de la tarde, que parecía maldito. Se animó pronto con el capote y como enrabietado encadenó una serie de chicuelinas de salida, retorcidas, pero que fueron fuego en el tendido. Y antes, puro desvarío, paró al toro con largas. De esas cosas que no se pueden o no se quieren explicar. Ocurren o no. Está tocado con la varita quien tiene el don, y son tan pocos. Ocurría también y a la vez que el «Vellosino» estaba con lo justo de fuerza (y de casta, que da empuje a lo otro) pero lanzado brindó el de La Puebla el toro. El animal humillaba con buen aire por el zurdo, pero en el límite del mal. Y ahí, en esos devaneos imperfectos, dejó Morante algunos naturales inolvidables, lentísimos y rotundos, sueltos, salpicados, pera a la eterna expectativa del siguiente. Embelesados. Eso es Morante. La gloria de la imperfección. Como cuando tomó la diestra, con la faena ya hecha, y toreó tan despacio, tan hundido, que manteníamos la fe. A más en una faena larga, pasada de tiempo, pasada de vueltas, para él y para nosotros, con el primer aviso antes de perfilarse siquiera, y un cierre soberbio a dos manos. Torería pura. Se le derrama. De ahí que a pesar de que la espada se le fue abajo, la gente insistió en el trofeo. Flacos íbamos de buenos momentos en la tarde noche. Inédito pasó con un tercero, como sobrero, tan flojo que topaba en el engaño a la defensiva. A la legua se sabía que eso iba a ser un no en el torero. Destellos de deslumbrante belleza tuvo con el primero, noble y justito, pero ahí quedó. Se destapó después. Al margen de la ley. Otros con un trofeo no salvan una tarde, pero es verdad que perduran en la mente fogonazos de Morante.

El segundo «Vellosino» se partió una pata antes de que Perera hubiera encaminado faena. No pasó por alto la del cuarto y eso que poco toro quedaba para empujar en la muleta después de la inercia de la distancia. La aprovechó y tiró después de ese repertorio suyo tan poderoso y resolutivo que no es casual ni fácil. Iba y venía el sexto, sin demasiado ímpetu, con escaso entrega y desigual ritmo. La faena lo tuvo todo de correcta, pero no prendió la mecha. El huracán Morante recién acababa de pasar.