Ferias taurinas

Seis láminas mudas, diez verónicas y una gran estocada

Juan Bautista saluda, a golpe de tizona, la única ovación de un encierro con fachada pero sin fondo en la segunda de San Isidro; buen capote de Morenito

Juan Bautista toreando al natural en la segunda de la Feria de San Isidro. Foto: Rubén Mondelo
Juan Bautista toreando al natural en la segunda de la Feria de San Isidro. Foto: Rubén Mondelolarazon

Fueron seis láminas. De impecable fachada. Sacados del Cossío algunos. Pelajes de otro tiempo. Serios y astifinos. Aunque quizás atiborrados de kilos para lo que siempre fue Santa Coloma. Le faltó raza, poder, salvo al sexto, al encierro de La Quinta. Por ejemplo, al alto y hecho cuesta arriba cuarto. Tuvo nobleza, pero le faltó poder y celo, Juan Bautista mostró su solvencia, su actual toreo en sazón, para robarle los pocos muletazos sueltos que tenía. Pero, en Madrid, sin ligar... Ya se sabe. La estocada, sensacional. De premios, valió la ovación por sí sola. Había roto plaza un cárdeno salpicado calcetero, muy bien armado, astifino y ofensivo, que rozaba los 600 kilos. Una lámina. De otra época parecía el de La Quinta. Salió suelto y desentendido en los primeros tercios. No le sobraron las fuerzas, incluso pareció que le costaba apoyar los “remos” traseros. Esa falta de motor y de raza, se acrecentó en el último tercio con una evidente falta de poder. Bautista trató de ayudarlo a romper, pero el Santa Coloma, que venía dormido, cada vez se quedaba más corto. Se le fue la mano con la espada.

De espectacular pelaje, el berrendo segundo, lleno, bajo y de lomo recto, con casi cien kilos menos, más en el tipo de Santa Coloma, tuvo mucha movilidad. No paró quieto. Se quiso quitar el palo en el caballo y llegó a la muleta con cierto gazapeo. Midiendo. Esto provocó que El Cid, al que no se le vio cómodo en ningún momento, tomara muchas precauciones. Corrió bien la mano en la primera tanda, en los medios y en redondo, aprovechando las inercias, pero luego, perdido ese ímpetu del burel, no lo vio claro. Lo “despenó” de bajonazo y descabello. Enseñaba las palas y abría la cara el veleto quinto, largo y con cuajo. Pegajoso en los engaños, el de La Quinta siempre hizo hilo, andando se venía antes de cada arrancada. Si receló en su primero, la desconfianza fue total en su segundo, incapaz de encontrar por donde meterle mano, en un trasteo que no pasó de las probaturas tras esa serie inicial. Otra tarde, porque no es la primera de los últimos años, de Manuel Jesús, para replantearse el futuro. Silencio en ambos.

El mejor toreo de capa del festejo tuvo aroma burgalés. Casi una decena de verónicas le pegó Morenito de Aranda al voluminoso tercero, precioso cárdeno claro, hondo y con cuajo, pero bien hecho. Ganando terreno en cada lance, con cadencia, cargando la suerte, hasta rematar en la misma boca de riego con dos medias. Tuvo ritmo el toro en sus embestidas en ese saludo. Se dolió al sentir la puya y salió suelto en el caballo. Después, al toro le faltó pujanza en la muleta. Se paró enseguida y por más que trató de robarle los muletazos a base de provocarle la embestida, no hubo manera de ligar las tandas. El sexto, más basto y amplio de cuna, se movió de salida y se arrancó con alegría al caballo, aunque se dejó pegar sin empujar. Dos buenas varas de Francisco José Quinta. En el sitio. Superior, el tercio de banderillas de Zamorano. Brotó ese murmullo tan de Madrid en mayo, creció tras la primera tanda de Morenito, que dio sitio al de La Quinta. Sin humillar, pero tenía emoción el cárdeno. Podía ser. Pero no fue. Se le vino directo al pecho en el comienzo de la tanda posterior. Repitió sorpresiva arrancada en las dos series siguientes. Entre medias, reponiendo en cada embestida. Pedía firmeza, echar la moneda al aire y dar ese paso más del que busca la gloria con ambición. Pero no logró recoger el guante del envite el burgalés que, además, pegó un sainete con la tizona. La Quinta, en la segunda, no tuvo final feliz.