Ferias taurinas

Titánica vuelta de Abellán y cogida grave de Ureña

Importante tarde del mexicano Joselito Adame con durísima corrida de El Montecillo en Madrid

Abellán, arriba, cogido por el primero, y Ureña, herido grave por el quinto
Abellán, arriba, cogido por el primero, y Ureña, herido grave por el quintolarazon

Las Ventas (Madrid). Vigesimoprimera de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de El Montecillo, imponentes de presentación y duros en general. El 1º, encastado y con mucho que torear por el pitón izquierdo; el 2º, sin clase ni entrega y muchas dificultades; el 3º, imposible, con mucho peligro; el 4º, va y viene, sosote; el 5º, áspero, brutote y complicado; el 6º, arrolla sin humillar e irregular, muy mirón, difícil toro. Casi lleno en los tendidos.

Miguel Abellán, de blanco y plata, estocada que hace guardia, aviso, estocada, cuatro descabellos (ovación de camino a la enfermería); buena estocada, aviso (oreja).

Paco Ureña, de caña y oro, estocada delantera y contraria (silencio); estocada desprendida (ovación de camino a la enfermería).

Joselito Adame, de burdeos y azabache, dos pinchazos, bajonazo (silencio); media estocada, aviso (aplausos).

Parte médico de Paco Ureña: Fue cogido de manera brutal en el cuarto y herido en el muslo izquierdo con una cornada extensa de 25 centímetros que le produce diversos destrozos y le afecta al nervio ciático. Pronóstico grave. El torero no podrá torear el domingo en Las Ventas.

La corrida de El Montecillo nos tenía preparada una buena. Debían haberse anunciado con un cartel de «sólo apta para muy valientes», porque exigió una barbaridad. De ahí que estuviéramos al borde del abismo en tantas ocasiones que casi nos acostumbramos a vivir en él, eso sí con el cuerpo revuelto y el corazón encogido. Y los culpables de ellos fueron tres. Tres toreros tres, que debieron pasar las de Caín antes aún de llegar a pisar el albero, antes aún de poner un pie en esta plaza y que saliera el primero, porque enfundarse el vestido de torear con esa mentalización de jugarse la vida de verdad salga lo que salga de toriles... Para eso hay que sufrir mucho antes. Miguel Abellán no dejó un hueco en blanco. Regresó con su terno blanco y plata como si no hubiera pasado el tiempo. Todavía rondaba algún comentario jocoso del baile. Ni uno escuché después. Con el frío que da en el ambiente las siete de la tarde y tan reciente en la memoria la trágica cogida de David Mora, se fue a portagayola y vino todo rodado después. Se le notaba la disposición, ese sí o sí, que quema las barreras, tomó distancia del toro ya con la muleta, soplaba el viento, lo hizo con desconsideración durante toda la corrida. Y ayer, ese dato valía por mil; pocas pistas necesitaban los toros para encontrar huecos.

Ese primero tuvo mucho que torear, encastado y con motor para dos. En plena entrega, ahí a diez metros del toro, citó Abellán y al galope, pura furia de El Montecillo se llevó por delante al torero. El eco del golpe sonó por todos los tendidos. Lo había roto por la mitad. En los primeros segundos no pudo recomponerse. Fue el primer señuelo del misterio de los que se visten de luces. Se levantó, sin mirarse, no hay dolor, titubeando el paso, mareado, ido... Y le plantó cara al natural por donde el toro, exigía, claro, pero viajaba. Se hizo, se rehizo, se recompuso, qué mérito, debía estar K.O. Se rajó el animal. La entrega del madrileño había tocado la fibra y hubiera paseado trofeo de no pinchar con la espada, con las mismas se fue a la enfermería. Conmoción cerebral y un golpe en el riñón, recién operado de un cólico nefrítico. Supondríamos que no saldría. Pero el destino nos tenía preparado más. Rabia sentimos cuando Paco Ureña, que se ha ganado torear en Madrid con esfuerzo y mucho sacrificio, quedó a merced del cuarto toro, que había sido el más noble del encierro y soso hasta aburrir. Le apretó bien al torero y no se escapó. Adiós a su segunda tarde en esta misma plaza, mañana. Apenas podía andar, tenía el cuerpo roto y quién sabe si el ánimo, pero Ureña se volvió a poner, a milímetros de ese pitón que le había hundido en su carne 25 centímetros. Poco iba a lograr ya, pero hablábamos de un amor propio incomprensible fuera de la locura de un redondel. Torerazo. Andando, como pudo, después de darle muerte, se fue a la enfermería. Poca recompensa había tenido el esfuerzo con el segundo, que no sacó ni clase ni entrega. Mientras Ureña entraba a la enfermería, salía Abellán para matar el quinto, se había corrido turno. Y no lo hizo en falso. El toro, áspero, sin humillar, desigual, quedándose por abajo en cuanto notaba que le apretaba un poquito, muy complicado. Abellán se vació en una tarde que se recordará. Cortó un trofeo. Pero hubo emociones, valores que no se contabilizan, pero son esas pequeñas cosas por las que el toreo sigue vivo en el siglo XXI, ajeno a otras tantas realidades e inmerso en esa locura de dar la vida, de darse en un ruedo, en un momento, a un hora. Eso hizo Abellán, se sobrepuso a él y al toro. Lo recordaremos cuando pase el tiempo, cabía una lección de vida dentro.

Joselito Adame no se quedó atrás y el sexto toro tampoco. Ni humilló ni compartió dos embestidas iguales. Bárbara fue la puesta en escena del mexicano y cómo aguantó esas miradas de tú a tú, que harían tambalearse a cualquiera. El tercero fue una prenda, imposible y peligrosa con la que sufrimos en exceso. La tarde tuvo mucha épica. Tres toreros tres. Tres valientes. Tres héroes.