Cine

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«Trance»: Mentes peligrosas

Director: Danny Boyle. Guión: Joe Ahearne y John Hodge. Intérpretes: James McAvoy, Rosario Dawson, Vincent Cassel, Danny Sapani. Gran Bretaña, 2013. Duración: 95 minutos. «Thriller».

«Trance»: Mentes peligrosas
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Para los que crean que la hipnosis es un truco de magia inventado por David Copperfield, que los «thrillers» psicológicos siempre deben marcar sus barajas y que los DJs de los noventa no están pasados de moda, «Trance» es su película. Para los demás, este retorcido «neonoir», que arranca con el robo del «Vuelo de brujas» de Goya en la más clásica tradición del cine de atracos y acaba como una sesión de psicoanálisis «pop» entendida como mabusiana y vengativa manipulación mental, será una decepción mayúscula.

Boyle parece divertirse de lo lindo creyendo que va por delante del espectador cuando, en realidad, desde el primer careo entre un ladrón amnésico (James McAvoy), que no recuerda dónde ha escondido el cuadro que ha contribuido a robar, y la hipnoterapeuta que tiene la llave para abrir su lapsus de memoria (un placer, eso sí, ver a Rosario Dawson en un papel más largo de lo habitual), está metiéndose en una película que, por improbable, le viene grande. Boyle carece del rigor del Nolan de «Memento» o de la severidad irónica del Bryan Singer de «Sospechosos habituales». No es suficiente plagar su hiperactiva puesta en escena de espejos y superficies reflectantes para obligarnos a creer que está haciendo un filme sobre la esquiva naturaleza de la identidad. La superficialidad es su brújula y, sometido a los cambios de rumbo de un guión imposible, centrado en una cadena de sesiones de hipnosis –que involucran a unos gangsters en teoría sanguinarios sometiéndose a risibles terapias–, el público puede perder la paciencia.

Cuando una película necesita media hora para explicarse a sí misma es que se ha perdido en sus propios atajos. Dirán ustedes que Brian de Palma lo ha hecho, pero su cine es una enorme trampa donde la forma devora lúdicamente el fondo. Lo de Boyle es harina de otro costal: el «Choose Life» de «Trainspotting» se ha convertido en el cínico lema de un cineasta mercenario que pierde pie incluso cuando decide nadar con flotador.