Televisión

Bestias feroces en jaulas de oro

«Succession», la serie que mañana estrena HBO España, relata las luchas de poder en una familia propietaria de un imperio

De izquierda a derecha, los actores Alan Ruck, Kieran Kyle Culkin y Sarah Snook, parte del reparto principal de la serie / HBO España
De izquierda a derecha, los actores Alan Ruck, Kieran Kyle Culkin y Sarah Snook, parte del reparto principal de la serie / HBO Españalarazon

«Succession», la serie que mañana estrena HBO España, relata las luchas de poder en una familia propietaria de un imperio.

No tiene sentido que lo neguemos: nos fascina fisgonear las vidas de los ricos y los poderosos. Nos llena de gozo contemplar que, a pesar de todo el dinero, son tan desgraciados y miserables como nosotros. Y por eso los retratos de familias pudientes que se tiran mutuamente los trastos a la cabeza han sido una constante de la ficción al menos desde los tiempos de «Dallas». «Succession», en todo caso, le da una vuelta al asunto: bajo la superficie de todas las intrigas maquiavélicas y las agresiones verbales hay una corriente inconfundiblemente burlona, a menudo sutil y en ocasiones obvia, pero siempre negrísima.

El tono no sorprende considerando que su creador es Jesse Armstrong, cuyo historial como cómplice del gran Armando Iannucci en títulos como «The Thick of It» y «Veep» queda patente en la mordacidad que casi cada línea de diálogo de «Succession» derrocha. De hecho, podría decirse que la serie traslada al distrito financiero de Manhattan el espíritu de aquella sátira ambientada en la Casa Blanca. Que sus episodios duren el doble, sin embargo, les permite dar profundidad a las vidas de los personajes en lugar de limitarse a hacer mofa de sus desgracias.

La familia protagonista está encabezada por Logan Roy (Brian Cox), amo de un imperio mediático que incluye canales de televisión, periódicos y un estudio de cine. Ahora que cumple 80 años Logan contempla la posibilidad de jubilarse, aunque hacerlo sería más sencillo si sus hijos y posibles herederos no fueran una panda de manazas codiciosos e inclinados a apuñalarse por la espalda.

Descendientes mezquinos

El primero en la línea sucesoria es Kendall (Jeremy Strong), un exdrogadicto incapaz de inspirar autoridad; Roman (Kieran Culkin), por su parte, es un bocazas que quiere ser tomado en serio sin currárselo; y Shiv (Sarah Snook), la hija menor, ha renunciado al negocio familiar para trabajar en política aunque sus ambiciones empresariales permanecen delegadas en su novio, Tom (Matthew Macfadyen), que promete ser un lobo con piel de cordero. Otros contendientes por el trono son la misteriosa esposa de Logan, Marcia (Hiam Abbass); Connor (Alan Ruck), su excéntrico hijo de un matrimonio anterior; y el nieto de su hermano, Greg (Nicholas Braun), un pedazo de idiota. Cuando al final del primer episodio el viejo es repentinamente ingresado en el hospital, su recuperación –y las dudas sobre si realmente se ha recuperado o no– pone patas arriba los equilibrios de poder dentro de la prole.

Los Roy, decimos, son gente obscenamente adinerada pero «Succession» presta una atención solo puntual a la opulencia de sus vidas. Pese a sus chóferes y sus helicópteros privados y sus lujosos apartamentos, todos los personajes se sienten torturados y miserables. Todos sospechan del de al lado y todos tratan de destruir al de al lado. Las escenas avanzan a través de diálogos que en su transcurso se hacen más afilados y tensos, y que vehiculan o bien agresiones explícitas o bien intentos de alianzas que los personajes usan para usurparse los unos a los otros o sacar más tajada. Hasta en los momentos de relativa paz, el desastre acecha.

Armstrong escribió hace años el guión para una serie sobre Rupert Murdoch que nunca llegó a producirse. Y es tentador asumir paralelismos entre los Roy y la familia del que quizá sea el magnate mediático más famoso del mundo, aunque lo cierto es que el interés de «Succession» en la industria de la comunicación es anecdótico. Su inspiración parece estar más cerca de Shakespeare. De hecho, podría definirse como una versión de «El rey Lear» en la que los monólogos pomposos han sido sustituidos por insultos y groserías, y en la que el monarca ni se pregunta cuál de sus vástagos lo quiere más porque sabe la respuesta: ninguno. Pese a ello, Logan se lo pasa en grande dejando que la progenie le haga la pelota y se derrita de miedo en su presencia, y la posibilidad de saborear el desprecio que él les dedica a cambio es solo uno de los muchos alicientes de esta serie que mejora con cada pase, en buena medida por lo persuasiva que resulta mientras nos invita a empatizar con roles tan despreciables. Pero si usted decide no hacerlo no se preocupe: se lo pasará igual de bien contemplando a esa gentuza destruirse mutuamente.