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Los estragos de la dopamina

«Élite», la serie de Netflix de la que todo el mundo habla es formularia, hortera y altamente adictiva

Miguel Bernardeau, uno de los protagonistas de 'Élite'
Miguel Bernardeau, uno de los protagonistas de 'Élite'larazon

«Élite», la serie de Netflix de la que todo el mundo habla es formularia, hortera y altamente adictiva.

Hay series que no necesitan ser particularmente recomendables para lograr que el espectador sienta la necesidad de consumir sus episodios de forma compulsiva e ininterrumpida. Como el alcohol o el azúcar o las compras innecesarias, su visionado hace que el cerebro segregue dopamina, que nos provoca euforia y placer y que puede llegar a generarnos adicción física. Mientras las vemos, esa sustancia mágica nos convence de que nos sentimos bien, y de que deberíamos ver un episodio más.

La premisa de «Élite», la ficción española de la que últimamente se habla en todo el mundo, es pura fórmula. La componen un recinto escolar privado increíblemente lujoso, un grupo de niñatos adinerados vestidos de uniforme que son todos guapísimos y, por último, un grupo de intrusos –tres estudiantes becados de clase trabajadora– cuya llegada amenaza con poner en peligro la endogámica estructura social que los niñatos han construido. Viendo la serie, es prácticamente imposible no pensar en títulos como «Gossip Girl», «The O.C.», «Riverdale», «Por trece razones», «Crueles intenciones» o «Chicas malas».

Asimismo, la serie recuerda a «Big little lies» por su arquitectura narrativa. La historia transcurre en dos tiempos paralelos: por un lado, un pasado que aglutina toda la peripecia argumental; por otro, un presente en el que vemos a cada uno de los personajes siendo cuestionados por una detective, tras el asesinato de uno de los estudiantes. Al final del primer episodio se nos revela quién es ese estudiante y, a partir de ahí, el misterio está en quién lo hizo. Buena parte de los jóvenes resultarán tener un móvil de peso.

Emociones fuertes

El crimen, eso sí, funciona más como un mero marco que como un eje dramático. Aunque varios de los episodios empiezan y terminan con sendas escenas de interrogatorio, los verdaderos asuntos de la serie son otros dos: uno, el modo que tienen los ricos y poderosos de aprovecharse de los menos privilegiados; el otro, la necesidad que los adolescentes tienen de vivir emociones fuertes y transgredir, independientemente de si son hijos de marqueses o si tienen un hermano que acaba de salir de la cárcel. Mientras los desarrolla, «Élite» da la sensación de haber sido elaborada siguiendo la receta de éxito al pie de la letra. No le falta ninguno de los ingredientes típicos del folletín adolescente –drogas, fiestas deslumbrantes, chantajes, secretos, mentiras, traiciones y sexo, mucho sexo–, y sus personajes son predecibles incluso cuando tratan de salirse del estereotipo a partir del que han sido modelados. Y aunque es cierto que el relato trata de adjudicarse cierta relevancia social tocando temas como la homosexualidad ocultada en el armario o el racismo o la corrupción de los poderosos, y que en ocasiones hasta se le va la mano en el intento –una de las alumnas sufre, ella solita, un problema con las drogas, y una enfermedad de transmisión sexual, y un embarazo no deseado, y además es arrojada al epicentro de un triángulo amoroso–, al final los usa como meros instrumentos con los que enrevesar las relaciones entre los estudiantes.

Todo lo dicho hasta ahora puede resumirse así: «Élite» no tiene nada de arriesgada ni de original. Y, aunque sin duda serio, ese no es el mayor de sus defectos. Sus diálogos resultan sonrojantes y, mientras los escupen, varios de los actores son incapaces tanto de vocalizar como de mostrar más de una única expresión facial. Su puesta en escena y su banda sonora, además, son puro kitsch. Y sin embargo, decimos, eso no impedirá que niños y adultos acaben enganchados a ella. Si usted también ha caído, eso sí, no tiene de qué avergonzarse. La culpa es de la dopamina.