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«The walking dead» se convierte en zoombie

La octava temporada de la serie, que se emite en Fox los lunes a las 22:20 horas, confirma que ya es una producción agotada.

De izda. a dcha., Norman Reedus, que encarna a Daryl Dixon, y Andrew Lincoln como Rick Grimes
De izda. a dcha., Norman Reedus, que encarna a Daryl Dixon, y Andrew Lincoln como Rick Grimeslarazon

La octava temporada de la serie, que se emite en Fox los lunes a las 22:20 horas, confirma que ya es una producción agotada.

Desde que «The Walking Dead» vio la luz en 2010, seguir la serie se ha ido revelando gradualmente como un proceso de aceptación de varias cosas: en primer lugar, que la producción no acabará nunca, porque los cómics en los que se basa seguirán apareciendo incesantemente, como los agujeros en la ropa de un armario infestado por las polillas; en segundo lugar, que hasta trabajar en un tanatorio resulta más jovial que verla y, tercero, que casi todo el tiempo es muy, muy aburrida.

En el transcurso de las temporadas, sus fans se han dedicado a hacer trampas al solitario, convenciéndose a sí mismos de que contemplar a grupos de gente deprimida deambulando por el bosque es divertido. Pero no lo es. Y, con el tiempo, para muchos espectadores la serie se ha convertido en algo parecido a ese novio seta que ya no se levanta del sofá ni para ducharse, pero al que no mandas a paseo porque solía hacerte reír.

Criaturas marginales

A principios de esta semana Fox emitió el primer episodio de la octava temporada, que también es el número 100 de la serie en su conjunto. Se trata de un incuestionable hito televisivo que, sin embargo, llega después de una séptima temporada que semana a semana resultó ser cada vez más fatua –en buena parte de sus episodios no pasaba absolutamente nada– y plagada de trampas narrativas. En realidad, actualmente las palabras «The Walking Dead» tienen connotaciones muy distintas a las que tenían hace siete años.

Cierto que nunca ha sido una gran serie, pero en sus primeros compases fue capaz de acomodar en el «mainstream» de la llamada Prestige TV –ficción televisiva de prestigio– a unas criaturas tan vocacionalmente marginales como los zombis. Sus personajes, incluso aquellos a los que nos habíamos acostumbrado, podían morir de forma inesperada. Sus tramas guardaban secretos que generaban especulaciones y luego eran explosivamente revelados. Y, aunque en ocasiones se esforzaba demasiado por complacer a los espectadores más sedientos de sangre, en general mostraba una preocupación genuina por las dificultades logísticas y los costes filosóficos y morales de la supervivencia tras el Apocalipsis.

Pero poco a poco, a medida que avanzaba a un ritmo cada vez más moroso, se dedicó a repetir una y otra vez el mismo esquema narrativo: el héroe Rick Grimes (Andrew Lincoln) y sus acólitos se encontraban con otros grupos humanos que parecían haber encontrado la manera de construir comunidades funcionales en un mundo en el que los muertos vivientes acechaban en cada esquina, pero cuyos líderes supuestamente carismáticos resultaban ser unos psicópatas.

Una de las críticas más recurrentes que la séptima temporada de la serie recibió la acusaba de ser demasiado lúgubre y violenta. Sin embargo, cualquier ficción ambientada en un mundo arrasado por una plaga zombi y en el que los fundamentos de la vida en sociedad han sido reducidos a escombros tiene el deber de ser lúgubre y violenta. Sus problemas fueron otros. Incluía demasiadas subtramas soporíferas protagonizadas por personajes que no importaban a nadie, y llevó al extremo la tendencia de la serie a estirar las líneas narrativas hasta el punto de que conflictos que deberían haberse resuelto en un par de escenas acaparaban episodios enteros.

Mención aparte merece el villano Negan (Jeffrey Dean Morgan), un individuo que obviamente está enamorado del sonido de su propia voz y que por tanto no se cansa de repetirles una y otra vez a sus secuaces que es muy malvado y que va a matar a todo el mundo. El tipo da miedo cada vez que aparece en pantalla, pero no por los actos que pueda cometer, sino porque es un pelma. Y a pesar de ello la serie se centró en él durante buena parte de la sexta temporada y toda la séptima, y lo seguirá haciendo durante al menos una parte de la octava.

Ruido y furia

La nueva temporada escenificará una guerra sin cuartel entre el bando de Rick y el de Negan. Los productores han prometido que estará llena de tensión y atiborrada de secuencias de acción. Y lo cierto es que «Mercy», el episodio que vio la luz el pasado lunes, incluyó dosis generosas de armas y explosiones y momentos de ruido y furia que no habrían desentonado en una película de Michael Bay. Pese a que al mismo tiempo nos presentó un relato enrevesado dividido en hasta tres líneas temporales distintas, y que volvió a caer en la mala costumbre de obligar a los personajes a hacer cosas increíblemente estúpidas solo para hacer avanzar la historia, fueron tres cuartos de hora de televisión francamente divertidos. Muy tontos, eso sí, pero de eso se trata. Uno de los grandes problemas de «The Walking Dead» es que a menudo se ha tomado a sí misma demasiado en serio.

Pese a ser mejor que casi cualquiera de los episodios de la séptima temporada, en Estados Unidos «Mercy» obtuvo los peores niveles de audiencia registrados por la serie desde su tercera temporada. A excepción de los fans de línea dura, la audiencia parece haber comprendido que nada interesante puede esperarse de ella a estas alturas. «The Walking Dead» ya es miembro de pleno derecho del mismo club que «Anatomía de Grey», el de series bendecidas por una popularidad y una capacidad de supervivencia del todo inexplicables. Y por eso seguirá en antena al menos 100 episodios más. Como los zombis que le otorgan su razón de ser, se niega a morir.