Viajes
Una visita indispensable a los crematorios centenarios de Benarés
Hacemos un recorrido por el lado más espiritual de la misteriosa ciudad de Benarés, callejeando por sus estrechas calles hasta llegar al crematorio de Manikarnika Ghat, a las orillas del río Ganges. Ante nosotros se abre un mundo de espiritualidad milenaria.
India es un país sumamente complejo para el visitante europeo. Cada paso que damos en el país del color nos adentramos en un intrincado laberinto de castas enmarañadas, culturas regionales cargadas de riqueza, dialectos milenarios barajados con el omnipotente inglés y, por encima de todo ello, la gran y misteriosa religión hinduista. Es común, al caminar por las calles de Calcuta o Nueva Delhi, cruzarse con uno o dos turistas aturdidos por su falta de comprensión. A su alrededor los coches pitan, los hombres se gritan amigablemente los unos a los otros, las vacas pasan lentamente obstruyendo el tráfico mientras el turista entiende cada vez menos. Y es que no todos los turistas van a la ciudad sagrada de Benarés, entonces no todos los turistas consiguen profundizar lo suficiente como para entender.
Situada a orillas del río Ganges, en el noreste de India, la ciudad sagrada de Benarés se levanta como un torbellino desde el siglo IX a. C, desde los albores del hinduismo más arcaico, como punto principal de peregrinación para los seguidores de dicha religión. Dicen los textos antiguos que fue la propia Shiva, uno de los tres dioses principales, quien construyó esta ciudad para que los hombres la adorasen. Treinta siglos después, millones acuden a ella cada año.
El cortejo
Caminando por las estrechas calles de la ciudad, regateando con ancianas vendedoras de perfume y simpáticos vendedores de alfombras, es habitual cruzarnos sin quererlo con un extraño cortejo: decenas de hombres avanzan a gritos por las callejuelas, cantando solemnes himnos, mientras unos pocos sujetan sobre sus cabezas el cuerpo envuelto de un difunto. Sigamos el cortejo. Avanza entre las calles cada vez más estrechas, los edificios ancestrales parecen abalanzarse sobre nosotros. Nunca dejan de cantar. Y al llegar a las orillas del río Ganges, el cortejo se detiene en el centro mismo de los crematorios de Benarés y comienza la tradición.
La religión hinduista predica la reencarnación, es decir, que una vez morimos, pasados unos años, siglos incluso, los seres vivos nos reencarnamos en una nueva criatura, mejor o peor en función de cómo nos comportamos en nuestra vida anterior. Este es un proceso infinito, un eterno retorno que solo puede romperse de una manera: incinerando nuestro cuerpo a las orillas del río Ganges.
Los detalles son cultura
El cortejo llega al crematorio de Manikarnika Ghat, compra kilos de madera (cuánto más acaudalada sea una familia, mejor y más madera tendrán), el primogénito se afeita in situ barba y cabellos, y se procede a incinerar al familiar. Tan solo se deja intacto el pecho de los hombres y la cadera de las mujeres, que serán lanzados al río tras finalizar la ceremonia. En las profundidades del río Ganges hay torsos y caderas, animales y almas puras (niños, leprosos o embarazadas) que no pudieron ser incinerados.
También es posible que veamos un reducido grupo de jóvenes hurgando entre las cenizas de los difuntos, pero no hay por qué preocuparse. Desde tiempos innombrables, es habitual pagar al dueño del crematorio con las joyas que queden intactas tras la incineración. Esta no es sino otra tradición, otro detalle más en la religión más intrincada y detallista, otro rasgo de belleza cultural con el que nos topamos en nuestra visita a Benarés.
La entrada en el Swarga no es barata
No hablemos de la higiene u olor, no hemos venido a Benarés para esto. Venimos para asombrarnos, una y otra vez, con una cultura milenaria que jamás comprenderemos completamente. Venimos para aspirar el aroma a incienso de las esquinas. Visto desde la distancia, la hermosa tradición puede convertirse en una simple cuestión de mal olor o grotescas imágenes. Solo el buen viajero comprenderá la hermosura de las tradiciones, la importancia que tienen en una de los países con más historia del planeta. Precisamente por esto, recomendamos no ir solos al crematorio y acompañarnos por un guía, para no correr el riesgo de pisar sin quererlo algunos de sus ritos (hacer fotografías, por ejemplo, no está permitido dentro del recinto).
Sin embargo, no es barato entrar en el Swarga, el cielo hindú. Los más necesitados no pueden pagar la madera para su cremación y siguen atrapados en el interminable proceso de reencarnación. Por eso existe la opción de comprar en una tienda cercana varios kilos de madera que quedarán almacenados para ellos. Es decisión de cada uno echarles una mano o no. Terminada la visita, podemos acercarnos al Kashi Vishwanath, uno de los doce templos dedicados a Shiva, o comer un rico curry muy bien especiado. Al final, de una forma u otra, cada paso que demos en la ciudad sagrada de Benarés nos dará más razones para enamorarnos de ella.
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