Viajes
Un paseo por Luang Prabang, la joya de bambú en Laos
La antigua capital administrativa de Laos es ahora un remanso de paz y tradición, el destino ideal para conocer detalladamente la extensa cultura local. Los ríos fluyen más mansos, la luz crea nuevos colores, encontramos olores más intensos en la ciudad de Luang Prabang.
Visitar Laos es una experiencia radicalmente diferente de la que supondría viajar a cualquier otro país del sudeste asiático. Aquí el turismo todavía está dando sus primeros pasos, tímidos y asustados como son siempre, tanteando el enigmático país antes de incluirlo en la lista de destinos obligados. Por sus selvas vírgenes, las que todavía escapan a la tala intensiva que se profesa en todo el territorio, vuelan libres aves del paraíso y se esconden pequeños roedores, e incluso más adentro, donde los bulldozer no alcanzan a llegar, se enfrentan y descansan leopardos, osos, cobras, gibones y elefantes.
Las carreteras que atraviesan su escarpado terreno son estrechas y zigzagueantes, casi suicidas, y más de un extranjero ha pasado horas realmente angustiosas mientras viajaba por ellas en autobús. Si el precio a pagar para disfrutar de Laos son un puñado de horas mareados, Laos devuelve el pago en forma de hermoso esplendor. Su esplendor más bruto lo esconden las montañas en Luang Prabang.
La ciudad de las tres edades
La confusa historia de Laos, una sembrada por diferentes reinos enzarzándose entre ellos a lo largo de los siglos, conquistas extranjeras y un profundo culto al budismo, encuentran un eje de unión en la ciudad a las orillas del terroso Mekong. Es aquí donde más claramente se distinguen las tres etapas más significativas del país: los convulsos años del reino de Luang Prabang, la agotadora colonización francesa y su realidad actual, más apagada, cubierta por los tejados de chapa que se esparcen a las afueras de la ciudad.
El viajero puede ser testigo de esta mezcla mientras entra en la ciudad a lomos del tuk-tuk que le recogió en la estación de autobuses. La primera línea de casas la componen precarias viviendas de chapa y ladrillo, producto de las dificultades económicas que atraviesa el país en la actualidad; un segundo anillo de edificios muestra los años de colonización francesa con apariencia de bonitas casas coloniales,de grandes ventanales y columnas de madera barnizada sosteniéndolas bajo la lluvia; el núcleo de la ciudad, elevado sobre el resto, lo compone el Monte Phou Si imperturbable a los años, coronado por el bello templo Wat Tham Phou Si. Es la ciudad de las tres edades, indiferente a las caprichosas direcciones del tiempo.
Enmarcada por dos ríos
La mejor forma de visitar cualquier lugar siempre ha sido caminando, sencillamente, con una botella de agua para refrescarnos del calor y las manos echadas a la espalda. Por esto, un paseo junto a las orillas del Mekong, por donde se extienden decenas de pequeños restaurantes con vistas espectaculares al río, es un buen lugar para disfrutar de un refrigerio o una cena romántica, apartados del ruido del tráfico. Ypenetrando en la ciudad, asomándose y escondiéndose en los templos casi vacíos, un extraño puede conocer la religión budista sin el ajetreo turístico que se desparrama en otros países de la zona. Templos oscuros, bordados con grabados dorados, techos puntiagudos y resignados a la insistencia de la lluvia durante las estaciones húmedas. Por sus patios arrastra el viento las hojas y el silencio, un silencio descarnado y sobrecogedor, limpiando pudorosamente el espíritu del hombre extraviado.
El camino sigue, debe ser pausado, hasta alcanzar el otro lado de la ciudad. Lau Prabang es un cuadro enmarcado por dos ríos, el Mekong por el oeste y su afluente Nam Khan por el este, y es en este pequeño río donde podemos encontrar, durante la época de lluvias, uno de los mejores ejemplos de la tibia cultura laosiana. Un puente de bambú se construye a mano todos los años por una familia local, para cruzarlo sin necesidad de alejarnos del centro histórico. Al acabar las lluvias lo derriban y esperan a la vuelta de las nubes para hacer uno nuevo. Al otro lado se encuentra otro local maravilloso para tomar una copa y descansar de la caminata, el Dyen Sabai, y a su lado, una pequeña tienda de abalorios explica con su nombre el lugar exacto en el que nos encontramos: Garden of Eden.
Y es verdad que un poco de paraíso sí que tiene. De vuelta al casco antiguo, el mercado nocturno es uno de los puntos más jugosos. Situado en el centro mismo de la ciudad, a pocas calles de donde fluye libre el Mekong, es un ejemplo perfecto del mercado asiático tradicional. Rodeados de lucecitas salvándolos de la nocturna, pequeños puestos se apiñan en el suelo, obligando al comprador a acuclillarse para comprobar más de cerca la calidad de los productos, y amables vendedoras harán todo lo posible por colmar nuestros deseos. Desde incontables muestras de té hasta licores de escorpión, pasando por todo tipo de telas multicolores, el mercado nocturno es el lugar ideal para hacerse con algún souvenir que mantenga el recuerdo de Luang Prabang en la memoria del visitante fugaz. Aquí se mezclan locales, mochileros venidos de todo el mundo, familias inglesas embadurnadas con la crema de protección que vaciaron durante la mañana, gatos y perros husmeando en busca de un bocado descuidado que llevarse a la boca. Como en una obra de teatro representando la algarabía de Laos, la noche los cobija.
Los conflictos en el monte Phou Si
Pero hay más, todavía queda un último lugar que visitar antes de descansar, el mejor lugar para el final, que no es otro que el Monte Phou Si. Un último trago a la botella de agua y se suben las escaleras hasta la cima. Son unas escaleras empinadas, de piedra desgastada y manteniendo una lucha constante contra el hambre de las enredaderas. Cada viajero experimenta una sensación diferente al escalarlas lentamente. Yo, personalmente, soy fumador y casi echo medio pulmón por el camino, llegué a la cima chorreando todo el agua que había bebido. Y una vez arriba el aire limpio inundó mis pulmones, purgándolos del humo negro, la vista borrosa descorrió su cortinaje y Laos puso ante mí las diapositivas de la belleza.
Es interesante, al hacer un viaje, encontrarnos con algún elemento cultural del país que entre en conflicto con nuestra propia cultura. Da pie a reflexionar sobre nuestras similitudes y diferencias, apreciar más profundamente estas similitudes y diferencias, y al subir de nuevo al avión que nos llevará a casa experimentamos la sensación de ser criaturas diferentes a las que un día salieron de nuestra casa. Algo en nuestro interior ha sido arrancado y en su lugar, el destino inesperado ha depositado un nuevo conocimiento. Por eso es casi inevitable sentir cierta pena al ver, enjaulados en pequeñas cajas de bambú, pajarillos que se venden a los pies de la escalera al Monte Phou Si.
Entra la duda. ¿Compro un pajarillo para soltarlo en lo alto del templo, arriesgándome a perpetuar esta tradición? ¿O acaso tengo el derecho de juzgar esta tradición? ¿O mejor aún, y si no lo compro y dejo que la tradición se deshaga? En mi caso me dieron pena los pajaritos, compré dos y los solté en lo alto del monte, libres para volar de vuelta a la selva o merodear por la ciudad. Ignoro si fue una buena o mala decisión, pero cuando abandoné Luang Prabang de camino a Vientián, la ciudad de las tres edades había arrancado algo duro que tenía en mi interior, y lo había sustituido por una profunda admiración hacia los habitantes de Laos. De una forma u otra, los pajarillos ya vuelan libres, y yo volvía a ser libre para seguir caminando.
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