Viajes

Te presento el viaje que no te atreverás a hacer (pero deberías)

Y cuando lo hayas hecho serás un verdadero viajero

Largas llanuras recorren Mongolia.
Largas llanuras recorren Mongolia.larazon

Hace unas semanas leí en otro diario que, para el periodista que escribía el artículo, no había diferencia alguna entre viajeros y turistas. Afirmaba que todos los turistas son viajeros y todos los viajeros son turistas a su vez, como si pretendiese excusar el hecho de que varios de nosotros seamos turistas algún que otro verano. Leyéndole, daba la impresión de que ser turista era un grave error, necesitado de remedio y de consuelo por su parte. Pero, dentro del respeto que tengo por el periodista en cuestión, sí considero que existen diferencias entre viajeros y turistas, sin que ninguno de los dos sea mejor o peor que el otro. Diferentes, nada más.

El turista busca viajes bien organizados. Sabe lo que quiere visitar, cuándo y a qué precio, y allá va, con la guía de viajes en la mano y conocedor del terreno antes incluso de pisarlo. Está bien preparado porque cada viaje requerirá un tipo de equipaje diferente y no le faltará de nada. Cuando vuelve al hogar, nuevas manchas colorean su esencia de tonalidades más vivas, su cámara fotográfica tiene 20.000 imágenes nuevas y quizá haya conseguido uno o dos recuerdos en la tienda de souvenirs para llevar a casa. A mí me encanta ser turista. Significa zambullirse en las páginas de la Historia del lugar que se visita y salir de ellas cargado de ricos recuerdos.

Pero ser viajero es un asunto aparte. No sabe qué quiere visitar, al menos no más allá de lo básico, el camino determinará su precio - aunque sabe que será lo más barato posible - y perdió la guía de viajes antes de comprarla. No conoce el terreno y el terreno no le conoce a él. No está bien preparado. Metió dos camisetas, dos prendas de ropa interior y un cepillo de dientes en la mochila, quizás se acordó de guardar también una gorra, por si las moscas. No lleva cámara de fotos. No le interesan las tiendas de recuerdos. No tiene un camino que seguir.

Me apasiona ser viajero. El viajero se sumerge en las páginas de una novela de aventuras y sale de ellas zarandeado y cubierto de rasguños imborrables.

Ejemplo práctico del viajero

Yo fui viajero cuando vagabundeé durante dos meses por Mongolia. Cumplí los requisitos del equipaje ligero, además de haberme hecho con una tienda de campaña individual y cuyo interior se condensaba cada una de las noches. Esto es posible porque en todo Mongolia se permite la acampada libre. Me desembaracé de cualquier gadget que fuera a hacer mi viaje uno más sencillo y salí de la capital Ulán Bator. Este viaje, bien organizado en cuanto a los billetes de avión, no tiene por que superar los 600 euros en el mes que dure. Lo cual, tratándose de una experiencia única en la vida, es bien barato.

Después de salir en autobús de la capital - por el camino sufrí un pequeño accidente que se solucionó cuando me identifiqué como español - recorrí el resto del inmenso país de los kanes a dedo. Es sencillo. Basta con apuntar dos dedos contra el suelo en el borde de la carretera, y antes de que hayan pasado diez minutos cualquiera te habrá recogido con una sonrisa abierta en los labios. Hubo quienes me dijeron que podía ser peligroso confiar en los desconocidos pero sería porque ellos no conocían a los mongoles. Subía a camiones y bebíamos vodka durante todo el camino, a coches familiares sumidos en un silencio ensordecedor después de que el padre se encabritara contra uno de los niños, viví un intenso trayecto con un matrimonio que insistía en enseñarme su idioma durante la media hora que pasamos juntos. En los momentos de silencio, pegaba la nariz al televisor de la ventana y como si pasara un canal tras otro, pasaban las colinas de la estepa mongola cubiertas de un verde ceniciento.

Ni un solo árbol las profanaba. En ocasiones, todo rastro de vida animal desaparecía durante cien kilómetros.

Cuando veía por la ventanilla una zona de campo lo suficientemente apartada de la civilización, pedía a mi amable conductor - o conductora - que frenase el coche y me dejara salir. Este momento era delicado. Ellos pensaban que, como occidental que soy, querría descansar en un hotel de cualquier ciudad pero que no me había informado, no imaginaban que era un viajero. Insistían para que me quedase en su casa, cualquier cosa con tal de no dormir a la intemperie, pobrecito, murmuraban, yo te acojo si no tienes donde dormir.

Las tareas del viajero

Pero el viajero de verdad sabe tomar decisiones, además de fluir con la situación. Hubo días que acepté estas invitaciones y dormí en las yurtas - chozas blancas donde viven los ganaderos -, mientras que la mayoría negaba con una sonrisa su ofrecimiento y, con buen ánimo, caminaba durante dos o tres horas tierra adentro hasta encontrar el rincón ideal para montar mi campamento. Estos días sentía embargarme una excitación sobrecogedora. Al no haber un solo resquicio de madera suelto por la estepa mongola, la única manera que encontré de hacer un fuego era utilizando los excrementos de animales que hubiesen pasado por la zona antes que yo. Pocas cosas arden tan bien como la mierda. Y poniendo encima del fuego una lata de comida, cenaba en soledad bajo el ojo atento de las estrellas. Esto era ser viajero. Dormir en un hotel de mil estrellas.

También puede cruzarse el mundo en una moto de 125cc. En la imagen, un descerebrado por las llanuras de Mongolia.
También puede cruzarse el mundo en una moto de 125cc. En la imagen, un descerebrado por las llanuras de Mongolia.Alfonso Masoliver Sagardoy

Después de recorrer el país de este a oeste, desde la frontera rusa hasta la china, quise visitar el desierto del Gobi. Había escuchado ciertas leyendas por el camino y no pude resistir la tentación. También me habían hablado de una ciudad que se aparece únicamente a los puros de corazón pero algo ocurre cuando uno es viajero, el espíritu se vuelve más sincero consigo mismo a lo largo del tortuoso camino, y yo supe que no podría ver esa ciudad jamás. Por eso bajé al Gobi, en busca de leyendas que saciaran a los impuros.

En el trayecto de 15 horas de tren, desde Ulán Bator hasta Sainshand, mi compañero de cabina roncaba como un demonio del mundo antiguo y no pude pegar ojo en toda la noche. Después de observar durante horas el negro de la nocturna volviéndose más denso a cada kilómetro, hasta que su oscuridad se mostraba casi palpable al alcance de los dedos, paseé por mi vagón hasta encontrar a un grupo de militares jugando al póker. Yo tenía una botellita de vodka y cigarrillos, entonces no les costó demasiado aceptarme en su juego. Perdimos y ganamos dinero a partes iguales, hasta que llegamos con la madrugada a nuestro destino. Ella venía del oeste y nosotros desde el este, y en la estación nos encontramos.

Momentos de tensión

Claro que hubo momentos de tensión. Una tarde que acampé a treinta kilómetros de Tumentsogt, a menos de cinco kilómetros de una pequeña aldea de ganaderos, una manada de caballos salvajes vino a hacerme una visita. El espectáculo fue glorioso con las últimas horas de sol. Caía el astro rey en picado, depositando en la hierba pequeñas esquirlas de luz que las bestias mordían con apatía. Si pudiese compartir contigo esta imagen. En ocasiones, un macho joven se acercaba peligrosamente al espacio de un macho viejo, entonces se levantaban estallidos de polvo seco, volaban las coces y los mordiscos, mientras el resto de la manada observaba estos rápidos combates sin prestarles atención. Los relinchos que se daban resonaban colina abajo, hasta formar ríos en el valle.

Al caer la noche, los caballos se acercaron a mi campamento lanzando suaves quejidos, ya me conocían, y por alguna razón que no alcancé a comprender se sentían seguros al cobijo de mi hoguera. No fue hasta pasados unos minutos que escuché el jadeo de los lobos. Debo resaltar que el lobo mongol no es del tamaño del ibérico. Ellos soportan los inviernos más fríos del planeta y necesitan de cierta envergadura para enfrentarse al hielo. Pensé que su aroma se confundiría con el de los caballos y el mío pero me equivoqué, pude olerlos, era una mezcla de pelo húmedo y dejaba un regusto a hierro en el paladar. No puedo explicarte las sensaciones de terror, excitación y vida que me embargaron en este momento de caos animal. Cuando los caballos arremetieron con violencia contra los lobos para proteger nuestro territorio, y la tierra entera retumbó bajo sus cascos.

Quisiera contarte más cosas de aquella vez que fui un viajero de verdad. Quizás otro día te las cuente, y también te contaré cuando fui viajero en Bissau o en Laos. Pero hoy no escribiré nada más. Este verano soy turista y lo quiero disfrutar.