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¿Por qué el número del Diablo es el 666?
Desbrozamos la leyenda del número asociado a Satanás, por lo habitual malinterpretada en la cultura popular
“Aquí está la sabiduría. El que tenga inteligencia calcule el número de la bestia, porque es número de hombre. Su número es seiscientos sesenta y seis.” Así se señala en el libro del Apocalipsis 13:18 el número que marca a la bestia, para que esta pudiera ser reconocida con la llegada del fin del mundo. Desde que el apóstol San Juan escribiera estas palabras, todavía no se ha encontrado una criatura cuya frente estuviera impresa con esta señal, aunque no han sido pocos quienes han asociado este número al Diablo, debido en gran parte a la influencia de la literatura fantástica y la malinterpretación de las escrituras religiosas.
Desbrocemos el mito.
¿Quién es el Diablo?
Al nombrar al Diablo, así, con mayúsculas como si se tratase de un nombre propio, nuestra mente nos lleva inevitablemente a pensar en Satanás, el de piel roja y cuernos de cabra, tal y como nos imaginamos al ángel caído de nombre Lucifer. Aquí entra el primer error. Satanás y Lucifer no son considerados como el mismo diablo. Al igual que Belcebú, Belfegor o Leviatán tampoco corresponden al mismo diablo. Son en realidad un conjunto de ellos, conocidos como los Siete Príncipes del Infierno, y cada uno de ellos corresponde a un tipo de pecado diferente, según la clasificación que el jesuita Peter Binsfeld elaboró en 1589: Satanás será la ira, Lucifer la soberbia, Mammón la avaricia, Asmodeo la lujuria, Belcebú la gula, Belfegor la pereza y Leviatán la envidia.
Al nombrar al Diablo con mayúsculas nos referimos al rey de todos ellos. Lucifer. El portador de la luz. Entonces no tiene demasiado sentido reunir bajo el número de una única bestia a un buen puñado de ellas, con cuernos o sin ellos, y en esta época que nos ha tocado vivir donde mezclamos los conceptos y cada palabra significa lo que cada cual decida, es importante concretar. De ser el número del Diablo, el triple 6 sería el número de Lucifer.
¿Quién es la bestia?
¿Y lo es? No. Siguen los errores de interpretación popular. La bestia que describe el Apocalipsis es también conocida como el Anticristo, un horrible monstruo nacido por orden del infierno para cumplir con la destrucción del mundo, haciendo de figura antagonista a la de Jesucristo. La Biblia lo describe como un monstruo de siete cabezas y diez cuernos, con diez diademas por cada cuerno, con el cuerpo parecido al de un leopardo, patas de oso y fauces de león. Además afirma que tiene el poder para combatir contra Dios. (Sorprende su parecido espiritual con el de Fenrir, el lobo nacido de Loki que según las sagas vikingas pelearía contra el hijo de Odín durante el fin del mundo. Pero esa es otra historia).
La bestia no es Lucifer, sino una criatura inspirada por él. Entonces, ¿el seiscientos sesenta y seis es el número de esta bestia?
No necesariamente. Los textos del Apocalipsis más antiguos que se poseen (los Papiros de Oxirrinco), bastante malgastados por el deterioro de la edad, señalan que el número de la bestia - o mejor dicho, el número que representa su nombre - es el 616. No es hasta ediciones posteriores cuando se señala el número más conocido.
Un emperador romano
Las teorías más comentadas nacen a raíz de este cambio. Se reconoce que en los tiempos romanos se utilizaban los números para expresar letras de distinto valor, precisamente en la época en que se escribió el Apocalipsis por primera vez. Así, según el escritor británico Robert Graves, el seiscientos sesenta y seis podría traducirse en números romanos como DCLXVI, expresando así un acrónimo que significaría: Domitius Caesar Legatos Xti Violenter Interfecit, cuya traducción es: Domicio César mató vilmente a los enviados de Cristo. Utilizando el 616, el resultado sería prácticamente el mismo, únicamente se excluiría la palabra legatos para traducir la frase como: Domicio César mató vilmente a Cristo.
¿Quién era Domicio César? Los expertos afirman que bien podrían ser el emperador Domiciano o Nerón, ya que el nombre de este último antes de ser adoptado por el emperador Claudio también era Domicio. Ambos fueron los emperadores más sanguinarios en sus persecuciones a los cristianos.
Una vez comprendemos que tras la primera venida de Cristo, sus seguidores estaban convencidos que volvería por segunda vez - que será cuando acabe el mundo - pocos años después de su ascensión al cielo, suponemos que los transliteratos de estas primeras versiones del Apocalipsis las escribieron con la mente puesta en un final cercano. Para ello era necesario un Anticristo, así encajarían todas las piezas, y visto que el emperador de Roma era el hombre más poderoso del mundo, además del mayor castigador de los fieles cristianos, cabe suponer que el número de la bestia se refiere en realidad a un personaje muerto hace milenios.
Interpretaciones posteriores
Las teorías no parecen tener fin a lo largo de los siglos siguientes. Santa Hildegarda de Bingen afirmó en su obra Scivias (año 1141) que “cuando el Anticristo abra su boca para su perversa enseñanza, destruirá todo lo que Dios había establecido en la Ley Antigua y en la Nueva, y afirmará que el incesto, la fornicación, el adulterio y otros tales no son pecado.” San Agustín llegó mas lejos al asegurar que el Anticristo serían “un grupo de personas, todas aquellas que se alejasen de las iglesias y se separan de su unidad”. De esta manera asentaba el precedente de que la bestia multiforme que describe el Apocalipsis sería en realidad un cúmulo de personas, cuya unidad llevaría al mundo a su final.
Esta última interpretación ha sido sumamente provechosa para distintos colectivos. Martín Lutero y demás líderes protestantes del siglo XVI no titubearon a la hora de señalar a la misma Iglesia como el Anticristo, ya que según la tradición cristiana este se haría pasar por Jesús para malinterpretar sus enseñanzas. Todavía quedan quienes mantienen esta línea de pensamiento. Y en contrapartida, Lutero fue catalogado por la Iglesia Católica como el Anticristo.
Una verdadera avalancha de teorías llega con la Edad Contemporánea, a cada cual más interesante. El Cardenal Henry Edward Manning vaticinó la llegada del reino de la bestia junto con la Revolución Francesa, y tanto Hitler como Stalin fueron considerados por muchos como el Anticristo. El Papa Francisco también ha querido señalar a su propia bestia que, en sus palabras, son todos los corruptos que solo se adoran a ellos mismos.
De este entramado de fantasía y realidad, números que son letras y letras que son números, preguntas sin respuesta y respuestas sin preguntas, enmarañando mediante un sencillo acertijo las mentes de algunos de los hombres y mujeres más inteligentes de nuestra Historia, a mi parecer solo pueden sacarse dos afirmaciones: La primera, que el 666 no es el número del Diablo, sino del Anticristo. La segunda, que lo más probable es que la marca de la bestia, que es un número del hombre, sea en definitiva el propio hombre transformado en bestia como producto de su poder. Como bien venimos viendo estos últimos años. Pero el escurridizo número no habría sido malinterpretado hasta este extremo si la cultura popular leyese algunos libros más rigurosos, aunque claro, nosotros ya lo sabemos. La bestia no quiere ser descubierta. Y mucho menos quiere ser ella quien se descubra a sí misma.
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