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El primer lugar de la Tierra donde vivir es imposible

Desde la erupción del volcán Dallol en 1926, ninguna forma de vida puede aguantar sus condiciones extremas

El cráter de Dallol.
El cráter de Dallol.Banco de Imágenes GeológicasCreative Commons

Es peor que una vecina del piso de arriba con dos perros que se pelean entre ellos cada mañana a las ocho en punto y corren persiguiéndose a lo largo de su piso, clavando las uñas en el suelo, gruñéndose, mordiendo, despertándote a ti cada mañana a las ocho en punto. Hay sitios peores en los que vivir. Incluso hay sitios, aquí, en nuestro dulce planeta, en los que toda forma de vida queda vetada. Solamente uno, si concretamos. Es el cráter de Dallol en la depresión de Danakil, al norte de Etiopía. Lo más próximo al infierno que podemos encontrar en la Tierra.

Algunos cráteres del mundo, como puede ser el del Ngorongoro, albergan en su interior centenares de grandes mamíferos; otros, como el Volcán Poas, permiten el lento pero delicioso crecimiento de flores y arbustos imposibles de encontrar en ningún otro lugar del planeta. Un cráter volcánico - exceptuando, evidentemente, cualquier volcán activo que arroje ríos de piedra derretida desde sus fauces - permite desarrollar grandes dosis de vida, en ocasiones más rica y variada que muchos otros puntos del planeta. No vaya a pensar el lector que esta esquina de muerte debe su dudosa fama al mero hecho de haber sido un volcán.

¿Qué ha pasado en Dallol?

La naturaleza es matemática. Basta quebrar uno de sus algoritmos, incluso arrancarle solo uno de sus delicados números, para desencadenar una fuerza destructora e imparable, capaz de borrar toda vida de nuestro planeta. Estos números y logaritmos se relacionan entre sí a través de diferentes variantes, dando a su vez asombrosos resultados que llamamos desiertos, selvas, océanos y montañas. Todos ellos compuestos por los mismos símbolos pero cambiándose sus cantidades: los desiertos contienen números mayores de arena y temperatura, las selvas de oxígeno y flora, los océanos de agua, y así sucesivamente. Pero los símbolos son siempre los mismos, todo clima posee su flora y fauna y agua y oxígeno y calor aunque sea en mayor o menor medida.

Soldado etíope en el salar que rodea al cráter.
Soldado etíope en el salar que rodea al cráter.Banco de imágenes geológicasCreative Commons

¿Qué ha ocurrido en el cráter de Dallol? Los símbolos que lo conforman, quizás unidos por la mano del azar, han dado como resultado este incómodo lugar. Los niveles de sal son extremos. Asimismo, se encuentra en uno de los desiertos más cálidos del planeta y sus temperaturas pueden llegar a tocar los 50 grados. Su suelo lo componen en gran parte sal, óxido de hierro y azufre. Algo salió mal cuando se formó la ecuación de Dallol en 1926, fecha en que entró el volcán en erupción por primera vez. Y el resultado fue catastrófico.

Es el ejemplo perfecto para mostrar la fragilidad de la vida. Cuán fácil parece que nuestra ecuación saliese con este pésimo resultado. Porque, imagínalo, en un mundo al revés la Tierra podría ser como este horrible cráter y contar apenas con una pequeña esquina verde y dispuesta a la vida. Terminará por ocurrir, dicen los expertos, y sepultados bajo lo venenoso y el calor quedarán todos los recuerdos del ser humano, desde Alejandro Magno hasta Einstein, sin que haya una sola persona capaz de recordarlos. Sin que haya una sola persona, a secas.

Lagunas de ácido en vez de agua

En este infierno terrenal, los lagos que lo cruzan no son de agua, ni siquiera sucia, sino que burbujean ácido mortal. Hasta tal punto salió mal la operación, quizá la naturaleza andaba distraída ese día, que los niveles de oxígeno en este lugar a 45 metros por debajo del nivel del mar son bajísimos.

No hay oxígeno, el agua es ácido, el suelo sal y azufre y las temperaturas son las más altas del planeta. Nos encontramos con la representación terrenal más fidedigna del infierno, tal y como nosotros lo imaginamos. Al visitarlo (cubierto con un traje protector y máscara de gas), uno espera que vaya a aparecer un diablo detrás de cualquier roca.

Pero todos sabemos que incluso el lado más oscuro de la vida alberga cierta atracción. El ser humano se trata de una criatura tan curiosa y capaz de desbrozar la hermosura de nuestro mundo, que incluso en este páramo es capaz de encontrar trazas de belleza. Las manos que moldean el terreno le han dado una serie de formas y colores hipnóticos, que atraen los ojos del hombre como la luz al mosquito atontado, y cualquiera que pose sus pies en el infierno de Dallol no podrá evitar sobrecogerse. Es esa excitación tan propia de nosotros, producto del asombro y del horror. Al contemplar los lagos hiperácidos, conocidos como lago Negro y lago Amarillo, burbujeando y liberando bandadas de neblina que luego empujará el viento hacia el desierto.

Las lagunas de ácido en Dallol.
Las lagunas de ácido en Dallol.Achilli FamilyCreative Commons

El último eslabón de la vida

Aquí termina la vida. Ni una sola criatura, ni siquiera los microorganismos más resistentes, son capaces de soportar estas condiciones apocalípticas. Apenas un puñado de microbios merodean las lagunas exteriores del cráter, siempre manteniendo las distancias con las zonas de mayor salinidad y niveles de ácido.

Estas pequeñas formas de vida, flotando en las lagunas circundantes al infierno, conforman una excelente analogía con el Hades de la mitología griega. Ellas podrían ser las almas de los difuntos flotando en los ríos Estigia, Flegetonte, Lete, Aqueronte y Cocito, que dicen los mitos que rodean el inframundo. Aquí confluyen los mitos con la realidad, puede ser. Aquí, donde termina la vida. Qué mejor lugar para saltar del mundo real al mundo de la imaginación que en Dallol, rodeados de sal y de azufre, donde un solo paso en falso sería capaz de acabar contigo. En el punto exacto en que la matemática de la naturaleza fingió equivocarse para burlarse un poco más de nosotros.