Viajes
Éxtasis chocolatero en Astorga
Recorremos la historia del chocolate en nuestro país, de la mano de la ciudad leonesa que mejor lo prepara
Mencionar el chocolate en Astorga implica remontar a las páginas más intrigantes de nuestra Historia. No crea el lector que el chocolate, dulce y aderezado con especias que podemos encontrar en cualquier gasolinera, fue en sus inicios un producto sencillo de obtener. Su historia comenzó con un sabor amargo a hierro y fuego, como la mayoría de las historias que merecen la pena ser recordadas, combatiendo contra los aztecas por el control de México. Hernán Cortés y sus camaradas descubrieron que en los banquetes de Tenochtitlán se servían “unas copas de oro fino, con cierta bebida hecha del mismo cacao, que decían que era para tener acceso con mujeres”. Rápidamente aprendieron que una energía inusitada rellenaba los huecos débiles de los hombres al ingerir esta bebida, era algo así como una poción mágica que fortalecía a los guerreros en los momentos previos a la batalla.
Si la pequeña aldea de Astérix y Obélix detuvo al imparable Imperio romano gracias a su poción mágica, imaginemos lo que habrían conseguido los romanos de haber robado el secreto al druida Panoramix. O el Imperio español. Ideas de este estilo rondaron por los pensamientos de Carlos V, cuando ordenó traer el milagroso brebaje con la intención de multiplicar la fuerza de sus Tercios en el hielo de Flandes. Y desde que la hija de Hernán Cortés estaba comprometida con el heredero del marquesado de Astorga, siendo la dote este cacao codiciado por tantos hombres poderosos, podemos afirmar que los primeros aromas a chocolate merodearon por la ciudad leonesa en el siglo XV.
De lo más amargo a lo más dulce
Solo había un problema. La crema de cacao era más amarga que una castaña. No había quién lo bebiera, ni siquiera los curtidos guerreros del Imperio. La decepción que el chocolate acarreó al monarca español fue tal, que relegó a los religiosos la tortura de consumirlo. A partir de entonces el chocolate recorre unos pocos metros entre la realidad y la leyenda, nadie sabe a ciencia cierta quién fue el genio que decidió mezclar el brebaje con azúcar, aunque la teoría más aceptada señala a los monjes españoles como creadores de la receta mágica. Servido caliente, quizá con un pellizco de canela, el chocolate se convirtió en el trago ideal para soportar las largas jornadas de ayuno que malvivían en sus monasterios.
Los siglos siguientes los envuelve un torbellino. Disfrazado de dulce, el chocolate bebido arrasó con la sociedad española, pasando primero por los palacios y servido como manjar para los paladares más finos del país, después distribuido en manos de todo el pueblo. Y la cosa se fue de madre.
Ya en el siglo XVII, cuando el chocolate pasó a ser un producto de consumo habitual en la sociedad española, su receta era más natural que la actual, simple cacao con azúcar añadida, más adictiva de lo que es a día de hoy. En las iglesias, mujeres de alta sociedad aliviaban su apetito sorbiendo tacitas de chocolate, hasta que los sacerdotes prohibieron su consumo durante las misas bajo pena de excomunión. Hubo incluso quien dijo que el hechizo que dominaba a Carlos II era, nada más y nada menos, que su adicción al chocolate. El asunto terminó en 1644 con la prohibición de su venta en Madrid.
Si hoy se prohíbe la cocaína, y esta se corta con cualquier porquería para aumentar su volumen y reportar mayores beneficios, en la España del siglo XVII se prohibía el chocolate (pero la cocaína no, curiosamente) mientras “cada día buscaban nuevos modos de defraudar en él echando ingredientes que aumentando el peso disminuyen su bondad y aun se hacen muy dañosos a la salud. […] Con una punta de canela y mucho picante de pimienta disimulan el pan rallado, harina de maíz, cortezas de naranjas secas, castañas, cenizas y otras muchas porquerías”.
El museo del chocolate, mejor que cualquier cuento de Roald Dahl
Volvamos a Astorga. Han pasado los años oscuros del chocolate. Famoso en todo Occidente, capaz de atraer a reyes franceses hasta nuestro país solo con la intención de degustarlo, retomó su flujo entre las calles de España y su elaboración se perfeccionó. Un nuevo sabio consiguió endurecerlo para convertirlo en una golosina sencilla de consumir. Astorga ya era una veterana del chocolate, sus monjes habían dedicado los últimos siglos a su preparación mientras los arrieros maragatos ostentaban un gran poder sobre el comercio nacional de los productos americanos, pero al idearse esta nueva forma de chocolate, llegó la edad chocolatada. Su clima, seco y frío en un mundo que todavía no había ideado la palabra nevera, lo convertía en el punto ideal para la fabricación de chocolate en España.
Así lo muestra su museo. Pero no vaya a pensar el visitante que encontrará un mundo parecido al de Willy Wonka, donde graciosos enanos tararean canciones y ríos de cacao fluyen entre cascadas. Tampoco se convertirán los niños en gigantes colorados ni los encerrarán en televisores. El Museo de Chocolate en Astorga es un entorno seguro para niños, lejos de la demencia del señor Wonka. No pierde el tiempo con historias para soñadores, tampoco adorna con rarezas un mundo apasionante al natural.
En su interior puede conocerse en profundidad este origen excitante del chocolate en nuestra tierra y los distintos métodos que se fueron aplicando para procesarlo. Un simpático hombre de brazos robustos machaca y amasa la pasta de cacao sobre una piedra ardiendo, no viste ropajes estrafalarios, no le hace falta, no es él quien debe protagonizar la historia del chocolate. ¿Sabes? Sospecho que el mundo de Willy Wonka no era más que una estrategia publicitaria para ocultar el pésimo sabor de sus productos. En Astorga, donde llegaron a convivir hasta 40 maestros chocolateros creando en sus altares pedazos de felicidad, el protagonista es de un sabor tan delicioso que no precisa de disfraces.
Ellos también utilizan máquinas fantásticas, es cierto. Dentro de ellas se entremezclan los sabores con que sueñan los niños durante las horas aburridas en la escuela. Pero es más divertido desbrozar la realidad que esconden los mitos coloridos del chocolate, para mí, al menos, aporta un toque de verdad en este mundo nuestro cegado por el televisor y su brillo insoportable. Prefiero saber que el chocolate se hace con mucho esfuerzo, sintiendo agarrotarse los músculos de los brazos, más que a partir de la demencia infantil de un fabricante asustado. El mundo del chocolate se vuelve más admirable si se ven tensarse los músculos de esos brazos. Si hay dolor, su sabor aumentará su calidad de mágico.
Visita el museo del chocolate de Astorga, no te aferres al cuento que nos inyectaron. Conoce el chocolate como es, un producto caprichoso, rodeado de guerras, intrigas y ensayos fallidos. Rey de la publicidad entre mujeres y niños durante ciento cincuenta años. Un brebaje oscuro, opio del pueblo, manjar para los paladares más refinados. Cuando te den tres onzas de chocolate para catar al final de la visita, sabrás que entre tus dientes se esconde más que un sabor delicioso: masticas grandes dosis de historia, concentrada en pequeños pedazos de cielo azucarados.
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