Viajes
El cuadro de la semana: La cabeza de Medusa
A falta de pan, buenas son tortas: seguimos viajando aunque sea desde casa y conocemos una de las esculturas más impresionantes del planeta
En un mundo donde no importaba demasiado que era mentira y qué era verdad, cuando basta con creer algo con las fuerzas suficientes para convertirlo en real, donde las fantasías de los hombres corrían libres por los bosques y nadaban en los ríos, en un mundo donde bastaba musitar el nombre de nuestra creación para que esta alcanzase el grado de categoría viva, no había un solo lugar seguro para el hombre. Se creó un mundo fantástico pero también oscuro, mucho más del que vivimos ahora, plagado de tenebrosas criaturas que habían imaginado los hombres más estrictos. El mar no se limitaba a las tormentas y sus pececillos; fusionados con su agua dormitaban dioses coléricos, y sus criaturas de pesadilla deambulaban de aquí para allá en busca de marineros desprevenidos. Las montañas las sujetaban titanes, la vida y la muerte dependía del capricho de tres ancianas a la hora de cortar un hilo.
Antes de alcanzar su adorado periodo helenístico, Grecia era una región oscura y salpicada por todo tipo de criaturas. Los humanos no hacían más que sobrevivir, con la cabeza gacha y los ojos vueltos de reojo hacia los lados, mientras dioses y semidioses combatían entre ellos por aunar poder divino y contra las criaturas que se encargarían de catapultarlos a las sagas. Entre estas criaturas temibles, existió una cuyo nombre apenas se atrevían a susurrar, y solo esto, susurrarlo, se atrevían los hombres más valerosos: Medusa.
El mito de Medusa
Las primeras noticias que se tienen de las gorgonas vienen del testimonio de Homero en la Ilíada. Fue él quien soltó a las fieras. Y ya lo dijo la erudita británica Jane Ellen Harrison: “La gorgona no fue creada del terror, no el terror de la gorgona”.
Aunque en un principio se trataba de nada más que una criatura, con el tiempo consiguieron imaginarse hasta tres de ellas, tres mujeres aterradoras cuyos cabellos estaban formados por serpientes y cuyo poder era tal, que cualquier mortal que las mirase se convertiría en piedra de inmediato. Sus nombres: Esteno, Euríale y Medusa. Cuenta el mito que un joven semidiós hijo de Zeus, llamado Perseo, apostó contra un poderoso noble de su ciudad natal que sería capaz de asesinar a la única gorgona mortal, a Medusa, que en ese momento se encontraba encerrada y sumida en la vergüenza tras haber sido violada por Poseidón. Allá que fue, joven como era, con las manos en los bolsillos e ideando todo tipo de locas estratagemas para ganar su apuesta.
Fue una suerte que los dioses le tuvieran enchufado. Divinos como eran, no tardaron en comprender que el joven Perseo estaba caminando directo a su final y, generosos como eran con sus protegidos, le colmaron de regalos para hacer de su periplo uno más asequible. Hermes le entregó sus sandalias aladas, Hades su casco de invisibilidad y Atenea una espada y un escudo espejado. Así de fácil, el joven Prometeo se acercó sigiloso a Medusa mientras la bestia dormía, de espaldas y mirándola nada más que por el reflejo de su escudo, hecho invisible gracias al casco del dios del Inframundo. Con un movimiento limpio la decapitó y, todavía sin mirar, la cogió por las serpientes y metió la cabeza en un saco. Se dice que el caballo Pegaso y el gigante Crisaor nacieron en ese momento del cuello de Medusa. Luego Perseo regresó a casa y dedicó el resto de su vida, hasta que fue llamado a sentarse en el trono de Tirinto, a revolotear por toda Grecia utilizando la cabeza de Medusa para convertir en piedra a toda criatura fantástica y peligrosa que encontrase. Podría decirse que Perseo fue el primer exterminador de mitos, el primer hombre en acabar con ellos para dar paso a nuestro mundo de la realidad.
La cabeza de Medusa
De las muchas representaciones artísticas que pueden encontrarse sobre Medusa, destaca la obra extraordinaria que pintó el italiano Caravaggio: La cabeza de Medusa. Que hoy se guarda en la Galería de los Uffizi, en Florencia. Capta con una precisión sobrecogedora el momento exacto en que la criatura es decapitada, cuando la sangre todavía cae a chorros por su cuello. Los ojos fatídicos de Medusa explican su historia y su final sin necesidad de palabras. Obsérvelos el lector. Transmiten sin lugar a dudas el dolor de su encierro injusto, el pánico por su muerte imprevisible, su sorpresa al despertar de la siesta para encontrarse decapitada. Es ese horror. Cuando no tenemos tiempo para comprender que estamos acabados, nada más que para reflejar la incredulidad en nuestros ojos.
En la época en que fue pintada, la obra fue recibida con dureza por los críticos italianos. Hablamos de 1597, de los años dorados del Renacimiento donde el arte europeo luchaba por recuperar la belleza de las formas clásicas mientras, poco a poco, se subía al hombre a un pedestal superior mientras bajaban a Dios. La brusquedad de la obra de Caravaggio, tan sangrienta como era, mareó a más de uno.
Dejando a un lado las interpretaciones que hizo Freud sobre Medusa - según el médico austriaco simboliza el descubrimiento de la sexualidad materna, la castración y demás traumas de la niñez -, se debe apuntar que la imagen de su cabeza ha sido ampliamente utilizada como talismán contra las criaturas del mal, tal y como sirvió a Perseo en sus aventuras posteriores. Por esta razón, Caravaggio quiso pintar el lienzo y luego implementarlo en un escudo, lo cual explica su forma circular. Así serviría para proteger de los daños físicos y repelería en igual manera a los espíritus malignos.
El último dato curioso de esta inquietante obra es el rostro utilizado para representar a Medusa. Durante los años del Renacimiento no era sencillo encontrar modelos femeninas que gustaran de mostrarse desnudas y quietas durante horas, menos aún por el puñado de monedas que estaban dispuestos a pagar los artistas, y era habitual que se buscaran modelos masculinos para facilitar el asunto o, directamente, que se representaran a los hombres en sus cuadros y esculturas desnudas. Esta práctica común entre los artistas de la época, además del parecido de Medusa con otros autorretratos de Caravaggio, ha llevado a los expertos a pensar que pudo ser él mismo quien posó para su obra. En cuyo caso alcanzaríamos el éxtasis de este artículo: Caravaggio pintó a una criatura fantástica pero, precavido, evitó que se le escapara cuando utilizó su propio rostro para representarla.
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