Viajes
Tras los pasos del traidor
No es mala idea hacer un viaje diferente, aprovechando la situación, para aprender algunas bases de la política española
Hace hoy seiscientos años, en el periodo que comprende desde julio hasta diciembre, el viejo reino de Castilla se vio envuelto por uno de sus acontecimientos más delicados, más complejos y extravagantes hasta la fecha. El golpe “de Estado” en Tordesillas, también conocido como el asalto de Tordesillas o el atraco de Tordesillas, figuró en 1420 como uno de los últimos intentos de una ya moribunda nobleza por recuperar el control de sus territorios y doblegar a un rey castellano. Un noble estertor, que digamos, cuyo fin llegaría con la unión Católica y el reinado de Carlos V. Los protagonistas de esta historia fueron tres hombres, tres personajes únicos en nuestra Historia, un infante codicioso, un rey todavía adolescente (catorce añitos que tenía) y un noble fiel. Fueron el infante Enrique de Aragón, muerto con violencia en la Batalla de Olmedo de 1437; Juan II de Castilla, padre de Isabel la Católica y rey sufrido donde los haya, traicionado en múltiples ocasiones incluso por su propio hijo; y Álvaro de Luna, el noble fiel, futuro Condestable de Castilla, decapitado treinta y tres años después como víctima de las intrigas del Marqués de Villena y sus adláteres.
Tres hombres con tres destinos guiados por la misma mano que dirigió los pasos del baile en Tordesillas, la ambición, en este caso la ambición del infante Enrique por aunar poder donde su hermano Juan era heredero al trono de Navarra y su primo chico Juan, rey proclamado de Castilla. Hoy sus huellas se han borrado de los campos castellanos, polvo fueron y al mismo volvieron, pero nosotros las recuperamos, paso a paso seguimos los caminos que galopó el infante aragonés en un viaje histórico. Destapando a su vez el extraordinario entramado de conflictos y ambiciones que superan en creces cualquier guion de película.
Tordesillas
En la madrugada del 14 de junio de 1420, don Enrique de Aragón entró en el Palacio Real de Tordesillas junto a un puñado de fieles, apresó a Álvaro de Luna y varios nobles fieles al rey y se reunió en privado con el soñoliento monarca castellano. Allí le hizo partícipe de sus intenciones. Juan II debía revocar los títulos de ciertos nobles contrarios al infante, entregar mayores poderes al aragonés y, para rematar la faena, desautorizar el matrimonio de su hermana Catalina con Juan de Aragón. Para así desposarla Enrique en su lugar.
Fueron un puñado de días convulsos, pocos recuerdos quedan de entonces. El Palacio Real, el mismo que acogería después a Juana la Loca durante cuarenta y seis años, fue demolido en el siglo XVIII y de él no quedan más que sus jardines. Un paseo por ellos mientras observamos desde su terraza el río Duero, podría sumergirnos en la piel asustada del rey niño castellano, acompañar a don Enrique en sus maquinaciones perversas. Una pequeña maqueta escondida en las Casas del Tratado de Tordesillas - el mismo tratado que dividió el Atlántico entre España y Portugal tras el descubrimiento de América - reproduce el palacio para imaginar, sin cabida a dudas, sus esquinas peor protegidas.
Ávila
Tras una estancia breve en Madrigal de las Altas Torres (futura cuna de Isabel la Católica), don Enrique, golpistas y rehenes se trasladaron a Ávila. La razón era justa. El infante temía que su hermano Juan de Aragón, futuro soberano con gran influencia sobre Juan de Castilla, intercediese con mano de hierro en esta delicada situación. Tordesillas no se presentaba como una plaza fácil de defender mientras que Ávila, fiel a los sublevados, se hallaba fuertemente amurallada.
El mismo escenario que serviría media década después para representar la conocida Farsa de Ávila, sirvió entonces para una farsa más, una jura de Cortes de Castilla que convalidó el golpe del aragonés bajo la mirada estupefacta de Juan II. Aquí, entre sus callejas de piedra y las casas de argamasa, se entrecruzaron los honores fatuos y los juramentos por ambición. Y se completó la ofensa en su Catedral, cuando don Enrique casó a su propia hermana María de Aragón con el rey cautivo, sin pompa ni gloria y para su beneficio.
Olmedo
Don Enrique había reunido 3.000 lanzas en Ávila pero no tardaron en llegarle noticias desde Olmedo. Pensado en frío supo que su plan se tambaleaba, cuando su hermano había reunido en esta histórica villa un ejército de 3.500 hombres. En Olmedo, mal presagio, que terminaría por ser la tumba del codicioso infante diecisiete años después. Aunque Juan de Aragón no quiso atacar todavía a su hermano - fue rey guerrero pero príncipe reposado - y se limitó a esperar pacientemente para ver qué cauce tomaban los acontecimientos. No se engañe el lector. Juan de Aragón, padre de Fernando el Católico, era como su hijo un hombre astuto, interesado en el poder, y no estaba dispuesto a sacrificar sus huestes por un rey chiquillo si no era para beneficiarlo a él.
Talavera de la Reina
Los golpistas sintieron un nudo en el estómago y Ávila ya no se les antojaba segura. Se encontraba demasiado próxima al puño de Juan de Aragón. Por esta razón decidieron un nuevo desplazamiento, trasladando a nobles y caballos y tres mil hombres y el monarca recién casado a los territorios de la Orden de Santiago, de la que don Enrique era Gran Maestre. Allí estarían seguros. Por el camino convenció a la infanta Catalina (recordemos, hermana del rey cautivo) de que casaran, y los esponsales se celebraron para beneficio de los traidores en Talavera de la Reina, en noviembre de 1420. Se trataba del último paso que debía dar Enrique para afianzar su reciente poder, en este momento exacto comenzaba la tarea más ardua que era mantenerlo.
También fue mala suerte que durante las cacerías que se organizaron para celebrar el enlace, Juan II y un jovencísimo Álvaro de Luna supieron leer la situación y escaparon de sus captores. Arrebatando al infante Enrique la única baza que le prevenía ante un ataque de su hermano.
San Martín de Montalbán
Galoparon el rey y su doncel hacia la fortaleza más segura del territorio, una que sabían de buena tinta que les sería fiel y les protegería, la fortaleza de Montalbán. Por aquel entonces propiedad de Alfonso V rey de Aragón, apodado el Magnánimo, hermano del golpista, hermano también del Juan que esperaba en Olmedo y protector indirecto de su primo (y aliado) el golpeado. Puede imaginarse la cólera de don Enrique al conocer el paradero del joven monarca. Rápidamente reunió a sus tropas y marchó contra la fortaleza, la puso bajo asedio y exigió la rendición de sus defensores. Sin éxito.
Aprovechando una pequeña puerta lateral que andaba desguarnecida, el rey castellano pudo enviar a un mensajero para que recorriese los 225 kilómetros que iban hasta Olmedo, donde pudo prevenir a Juan de Aragón sobre su localización y rogarle auxilio. Estoy aquí, pudo decirle, en la fortaleza de Montalbán que perteneció hace dos siglos a la Orden del Temple, la misma que atacará mi hijo todavía no nacido, Enrique IV el Impotente, después de haber decapitado al fiel Álvaro de Luna por consejo de Pacheco. Juan de Aragón respondió al llamamiento y se presentó en el lugar acordado con sus tropas, no sin haber provocado antes la apresurada huida de su hermano a Ocaña, donde se rendiría en diciembre sin presentar batalla. Cerrando así la exquisita obra que llaman el Golpe de Tordesillas. Uno de los eventos más huracanados de nuestra Historia, sucedido en una época de violencias y, curiosamente, desarrollado sin derramar una esquirla de sangre castellana.
Como anécdota, cabe a destacar que una villa manchega quiso responder también al llamamiento del rey; eran un puñado de valientes medio locos que recorrieron otros doscientos y pico kilómetros desde sus casas hasta el rey este, el jovenzuelo. Llegaron tarde pero Juan II decidió premiarles por tan valiente sacrificio, admirado por su lealtad, y concedió rápidamente a la villa la categoría de ciudad. A la vieja Villa Real que hoy conocemos como Ciudad Real.
De Castilla la vieja al Congreso
La ruta que sigue los pasos del traidor puede ser una de las más interesantes a recorrer, si se desean conocer a fondo los entresijos del reino de Castilla. Desde el reinado de Alfonso VI el Batallador hasta Felipe II el Prudente,su corte dedicó cinco siglos a seguir el eje que une Burgos y Toledo, fue en estos territorios donde se dieron los eventos más apasionantes. Y mejor aún si se hace con los sucesos del Golpe en nuestra memoria. Permitirá al viajero conocer con mayor intimidad, aparte de su apasionante desenlace, una mentalidad política que ya merodeaba en nuestro país seis siglos atrás y que sigue respirando hoy en día por los pasillos del Congreso. Una mentalidad de pactos blandos y chantajes, ambiciones vanas, cobardes. Todos a una contra su rey. Que pueden ser capaces de hacer rugir a un reino entero pero correrán sin dudarlo antes de poner su pellejo en juego.
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