Viajes
Conoce el Cristo Rey de 28 metros que esculpió Francisco Franco en Lisboa
Situada en la ciudad de Almada, en el área metropolitana de Lisboa, se trata de la escultura más alta de Cristo en el mundo
Es bonito llegar a una ciudad desconocida porque sus edificios más pintorescos sobresalen rápidamente entre los demás para impresionarnos, y con ellos regresamos sin quererlo a las actitudes de los niños cuando se sorprenden por casi todo. Son amables, estos edificios tan complejos, porque nos tienden una mano para infantilizarnos sin rencor. Las cuatro (en breves cinco) torres de Madrid, el campanario de la Catedral de Segovia, San Juan de Aznalfarache tan cerca de Sevilla, la mezquita de Bibi Khanum en Samarcanda, el Cristo Rey de Lisboa en pie, con los brazos extendidos y procurando abarcar con ellos toda la ciudad y el Tajo entero. Nos hacen chiquillos de espíritu, empequeñecen nuestro tamaño hasta que nos parezcamos a hormiguitas. Y esto es lo mejor porque al ser tan chiquitines, podemos culebrear entre las callejas de sus ciudades sin llamar la atención, como hormiguitas en el bosque, nada más que haciendo cosquillas a los edificios si llegamos a tocarlos.
Pocos metros antes de cruzar el Puente del 25 de Abril (llamado así en recuerdo a la Revolución de los Claveles), la espalda y la coronilla del Cristo Rey de Lisboa comienzan a producir esta clase de efectos en un visitante novato. Luego se cruza el puente y se mira por el retrovisor, o se conduce directamente al barrio de Belém para obtener una bonita vista frontal del descomunal monumento. Desde allí, rozando con los pies los últimos estertores del Tajo, podemos taparlo con el pulgar y sentirnos grandes otra vez.
Un monumento por la paz
El Santuario Nacional de Cristo Rey, comúnmente conocido como el Cristo Rey de Lisboa, fue construido a partir de historias y de cemento. Como cualquier gran monumento, no sería capaz de sostenerse sin una serie de creencias, pasiones e ilusiones que aguantan únicamente los seres humanos, sin ayuda de hierros. Nuestras historias se transforman en hormigoneras para mezclar el cemento, nuestros milagros son las vigas donde se agarra. Entonces, antes de hablar de la parte técnica que concierne al Cristo Rey de Lisboa, haría falta entender por qué está allí, a qué milagros e historias se debe.
La primera piedra de esta construcción se puso en 1949 y su inauguración fue el 17 de mayo de 1959, el día de Pentecostés. Pero su historia, el milagro del que hablamos, data de abril de 1940, cuando los obispos portugueses acudieron en peregrinación a Fátima para rogar a Dios que Portugal no interviniese en la Segunda Guerra Mundial. Debieron rezar hasta agotarse porque una petición de este estilo no se consigue con dos Avemarías. Y me suena precioso que estuvieran allí arrodillados, todos juntos reunidos con Dios. A ojos del público se verían un puñado de ancianos con gestos graves y las manos juntas, pero imagino que en el interior de sus almas se desarrollaba una imagen parecida a las reuniones clandestinas de los anarquistas catalanes en 1919: afuera se sucedían los disparos y allí dentro los obispos se habrían soltado los alzacuellos, rodeados del humo del sudor y de los cigarrillos. Estarían sentados en una enorme mesa redonda, ellos a un lado y Dios en otro mientras negociaban el precio de la paz.
El precio, un Cristo Rey que abrazase con fuerza a Lisboa. Finalmente llegó el veredicto del presidente Salazar. Aunque su ideología política le animaba a posicionarse junto a Hitler y Mussolini en el conflicto, decidió mantener vigente el pacto de no agresión que lleva dándose entre Inglaterra y Portugal desde el siglo XIII. Portugal no entró en esta guerra espantosa. Y Lisboa, los obispos, Fátima, Nazaré, Coimbra y Portugal entero se salvaron de una tragedia.
El proyecto de construir este Santuario también venía de los deseos del Cardenal Patriarca de Lisboa, Don Manuel Gonçalves Cerejeira, que quedó impresionado en 1934 con la grandilocuencia del Cristo Redentor de Río de Janeiro y ya había expresado al Gobierno portugués su interés por construir otro en Lisboa. Así quedó todo bien apuntalado, las historias, los hombres y los milagros, bien colocados para que la obra resistiera a los años sin esfuerzo, y podrá imaginar el lector qué bonita imagen sucedería el día de su inauguración. Los obispos brasileños y portugueses estuvieron invitados, además de 300.000 personas entre personalidades públicas, gubernamentales y ciudadanos corrientes.
Francisco Franco, escultor
Con un evidente estilo de arquitectura moderna, el Cristo Rey de Lisboa se encuentra situado a 113 metros sobre el nivel del Tajo. Un pórtico de 75 metros de altura diseñado por António Lino sirve como base para la figura de Jesús, de 28 metros de altura y con el Sagrado Corazón fuera del pecho. Resulta en una estructura 65 metros más alta que el famoso Cristo Redentor de Río de Janeiro, convirtiéndose así en la estatua de Jesucristo más alta del mundo (aunque si tuviésemos en cuenta únicamente la figura de Jesús, el más alto sería el Cristo Rey de Świebodzin, en Polonia).
Y fue precisamente Francisco Franco de Sousa, uno de los más importantes escultores modernistas portugueses, quién esculpió la figura de Cristo. Nacido en la localidad madeirense de Funchal, destacó en su carrera por su interés por los valores formales, llevando a cabo una serie de obras con un alto contenido expresionista y fáciles de encontrar repartidas a lo largo de Portugal. De sus manos salieron la estatua de Juan III que puede visitarse en Coimbra y la de Juan IV en Vila Viçosa, entre otras, pero no cabe duda de que el Cristo Rey de Lisboa se trata de su opus magnum.
Los cuatro pilares del arco que hace de base representan los cuatro puntos cardinales, y alrededor del monumento se pueden seguir las 14 estaciones del Vía Crucis como ejercicio de meditación y de oración. Su interior alberga la Capilla de Nossa Senhora da Paz, deliciosa para recogerse y reflexionar o rezar sin ser molestados, además de un ascensor que lleva directamente a lo alto del monumento. Desde arriba pueden obtenerse unas vistas privilegiadas con un alcance de hasta 20 kilómetros. Debería decirse y se va a decir: no existe mejor mirador para embelesarnos con la bellísima ciudad de Lisboa; sus edificios al otro lado del Tajo se derraman como perlas blancas en la arena.
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